Cierto día, un directivo de una gran empresa vio sobre su mesa una carta. Sospechó que podría ser una carta bomba, así que llamó inmediatamente a un artificiero de explosivos para que le diese su opinión. El artificiero le confirmó sus peores sospechas, y acto seguido le sugirió que él mismo podría desactivarla, pero que aquello le costaría diez mil euros. El atemorizado directivo accedió. El artificiero abrió la carta, y allí había dos cables. Sacó de su pantalón una pequeña tenaza, y mientras el directivo cerraba los ojos, cortó uno de ellos y la bomba quedó desactivada. Cuando el artificiero extendió la mano para cobrar, el directivo respondió:
—Pero cómo pretendes que te pague 10.000 euros sólo por cortar un cable.— a lo que el artificiero respondió
—No cobro 10.000 euros por cortar un cable. Cobro 10.000 euros por saber qué cable cortar.—
Cierto día, un directivo de una gran empresa vio que su cuadro de mando tenía un rendimiento penoso. Sospechó que podría ser un problema de baja calidad de programación, así que llamó inmediatamente a un programador senior para que le diese su opinión. El programador le confirmó sus peores sospechas, y acto seguido sugirió que él mismo podría ajustar el sistema, pero que aquello le costaría diez mil euros. El frustrado directivo accedió. El programador visualizó el código de la aplicación, y allí había varios defectos de diseño. Se puso manos a la obra y escribió dos líneas de código, con lo que la aplicación empezó a correr de forma asombrosa. Cuando el programador extendió la mano para cobrar, el directivo respondió:
—Pero cómo pretendes que te pague 10.000 euros sólo por tirar dos líneas de código.— a lo que el programador respondió
—No cobro 10.000 euros por escribir dos líneas de código. Cobro 10.000 euros por saber qué líneas escribir y dónde colocarlas.—
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