Viendo el panorama político español me llama poderosamente la atención el hecho de que resulta casi un milagro ver a algún miembro de la clase política que rebase los cincuenta años. Me preocupa la salud política de un país que jubile a la clase política precisamente cuando empiezan a tomarse posturas más sosegadas. Viendo la mesura con que se expresan políticos de la talla de Miguel Herrero de Miñón de 67 años o Santiago Carrillo, de 89, por citar dos ejemplos de dos vertientes políticas, ambos retirados ya de la vida política activa, me pregunto si realmente vamos por buen camino con esta actitud.
Estoy de acuerdo en que la inclusión de miembros jóvenes en la primera línea de los partidos ofrece una visión de frescura y dinamismo muy atractiva, pero también puede extraerse la lectura de que los partidos tienen que recurrir al atractivo de "lo nuevo" ante la falta de ideas y alternativas entre los veteranos, y no creo que sea este el caso.
No es que esté abogando que seamos gobernados por una cohorte de viejunos descascarillados, pero sí me preocupa la salud política de un país que jubila a sus dirigentes precisamente cuando empezarían a ganar en sosiego y experiencia. Me preocupa que la política se vea contaminada, como casi todo en esta sociedad, de una ridícula pasión por la estética más que por la práctica. Que quede bonito por encima de que quede bien. Sobre todo me alarma porque eso diría muy poco a favor de la madurez y los criterios del electorado español, que a la luz de esa estrategia, estaría inclinando su voto más por razones estéticas que por convicción de que la elección que hacen es lo mejor para el futuro de la comunidad. Con democracias como esta para qué queremos dictaduras...
El caso es que tradicionalmente los viejos han supuesto una parte importante en la política. El llamado consejo de sabios está presente en casi todas las estructuras sociales protohistóricas, muchas de las cuales podemos verlas actualmente en África, Asia o Sudamérica para suerte de los amantes de la antropología. Este consejo de sabios normalmente estaba integrado por los miembros más viejos de la comunidad, llamándose en ocasiones "consejo de ancianos". Era una forma de reverenciar la experiencia acumulada a lo largo de años. Así, las decisiones más graves se encargaban no al líder de la comunidad, que sería el poder ejecutivo, sino al consejo de ancianos que venía a ser una mezcla de poder legislativo y judicial. Esta división de poderes, este depósito de confianza por parte de la comunidad en los más ancianos se dio de una forma natural y no premeditada. Parece que lo lógico es confiar las decisiones más complejas a quien más decisiones ha tomado, a los viejos.
En las primeras civilizaciones históricas, aún en las más complejas, como Roma, este órgano consultivo del gobierno de la comunidad no hizo sino fortalecerse y regularse. Es el origen del Senado, (de raíz latina senex, senis, viejo), que no era sino la institucionalización del Consejo de Ancianos. Paradójicamente en el Senado actual hay poca senectud.
En este como en con tantos otros aspectos de la vida, la modernización ha supuesto el desprecio por lo que de forma natural se venía haciendo durante milenios para imponer nuevas costumbres. Una especie de soberbia que intenta "mejorar la Naturaleza". De creernos superiores y capaces de mejorar en un par de generaciones lo que la Naturaleza ha perfeccionado a lo largo de cientos de miles de años. Ahora los jóvenes arrinconan a los viejos. Los "sabios" de la antigüedad son ahora aparcados en un rincón despreciando aquello que durante milenios se consideró como el mayor tesoro, y gracias a lo cual evolucionó nuestra sociedad: La experiencia y sabiduría.
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