8 may 2007

La pregunta del millón

Una de las situaciones sociales más jodidas en las que puede verse inmerso un hombre (o al menos a mi entender) es aquella en la que una chica te pregunta "¿qué edad crees que tengo?" Esta pregunta es una putada y encima es muy probable que salga, ya que las chicas jamás dicen su edad por propia iniciativa, y por supuesto preguntar ese dato sería tremendamente descortés por tu parte. Con lo que tarde o temprano acabas ante la temible súper pregunta. La terrible súper putada. Como además ese trance suele acaecer en las primeras fases de la interacción con dicho sujeto, la tolerancia a fallos es mínima. Una cagada en esas etapas tempranas puede dar al traste con cualquier interrelación ulterior. Si además, se da la circunstancia de que la chica te gusta, entonces este trance se convierte en una operación clave absolutamente crítica y al que prestar toda la atención si se quiere tener éxito en la misión.
Ahí te la puedes jugar y decir una cifra a voleo. Mal. Mu mal. Así las probabilidades de éxito son casi nulas. ¿Por qué? Porque por supuesto, la respuesta correcta jamás ha de ser la edad real que tiene la interrogadora, sino antes al contrario debe quedarse uno corto de manera clara, aunque por supuesto, sin cantearse demasiado como para que te pillen diciendo que tiene doce años o alguna barrabasada similar.
Lo jodido del tema es que se te exige una respuesta rápida. Estás hablando de cualquier cosa, pongamos de marcas de atún en escabeche, por decir algo, y sin saber cómo ni por qué, oyes la pregunta diabólica y ves unos ojitos clavados en ti un poco más arriba de una sonrisa alegre y abierta, y a los lados dos orejitas esperando una respuesta en los instantes sucedentes.
En este momento hay que pensar rápido. Hay tres variables absolutamente fundamentales a la hora de acometer este problema. ERE, la edad real -o estimada- que tiene el individuo. EQEQO, la Edad que-ella-quiere-oir. Y por último ERC, la edad respuesta-correcta que supondrá el éxito absoluto.
En un caso ideal, algún/a conocido/a de ella te ha dicho su edad, con lo cual tienes el valor de ERE. Pero claro, esto sólo es posible en un mínimo porcentaje de las veces. Si no es así, tienes que estimar la edad que tiene. Esto es jodidísimo, porque hay chicas que aparentan diez años menos de los que tienen, en cuyo caso no hay problema ya que te quedarás corto seguro, o el peor caso, aquel en el que la chica aparenta más años de los que tiene, en cuyo caso estás jodido, porque tienes que afinar de lo lindo. De cualquier modo, depende del buen ojo. Esto es practicar con sujetos de ensayo, como primas, amigas sin derecho a roce, hermanas y demás.
Una vez tienes la edad real, sólo tienes que reducirla al 90% de su valor para tener la EQEQO. La cifra que a ella le gustaría oír. Esta cifra es proporcional a la edad, claro. Para una niña de 20 años, su variable EQEQO es de 18, pero para una de 40 la cifra se aleja hasta los 36. Pero ahí no acaba la cosa porque esa NO es la respuesta adecuada. La respuesta correcta es una reducción de la mitad de esa diferencia. Así, a la niña de 20 años, 20-18=2/2=1. 18-1 = 17. ¡Correcto! Para el caso de 40, 40-36=4/2=2. 36-2 = 34 ¡Correcto! Y la sonrisa se hace más amplia y se supera el trance.
Evidentemente todo esto se reduce a una fórmula matemática que es la siguiente:

ERC = ERE- ((ERE - EQEQO)/2)

o lo que es lo mismo, en función de ERE quedaría,

ERC
= ERE - ((ERE - (ERE * 9/10))/2)

Ahí es ná. Pero con esa fórmula se acierta siempre. Si se practica mucho, llega a hacerse esa operación de forma casi automática...
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