Así es Guantánamo. (Foto AP) |
El 11 de septiembre de 2001 recordé las palabras del almirante Yamamoto expresadas el 6 de diciembre de 1941 cuando recibía las felicitaciones por el éxito de la operación japonesa sobre Pearl Harbor:
"Hemos despertado a un gigante dormido que debe de estar lleno de venganza."Con estas palabras Yamamoto dejaba patente su temor y previsión por la reacción de EEUU ante aquel ataque por sorpresa que había reducido a chatarra a la flor y nata de su Armada. Y el gigante se despertó, y como Polifemo cuando Ulises le tocó los cojones dejándole ciego, empezó a lanzar piedras contra quien primero tuvo delante. EEUU era un animal herido y necesitaba devolver el golpe. Daba igual a quién se le devolviese, pero era necesario hacer alguna demostración de fuerza en algún lugar de este nuestro planeta. A modo de Emmanuel Goldstein, se le puso cara al Mal. Y la cara era la de Usama Bin Laden (o bien Osama Ben Laden, pero nunca Osama Bin Laden, por amor de Dios, un poco de rigor).
Automáticamente se decretó que Bin Laden estaba en Afganistán y se preparó a bombo y platillo la invasión de aquel país. Se dijo que se le encontraría aunque se escondiese bajo tierra. Pero no fue así. Bin Laden jamás apareció y EEUU no tuvo más remedio que buscar una salida mínimamente honrosa. Como premio de consolación se trajo de vuelta a modo de trofeo a 775 seres humanos, algunos de ellos menores de edad en el momento de su detención, y los recluyó en el llamado Campo Delta, en la Base Naval de Guantánamo, en Cuba. Allí se les dispuso en una situación de privación sensorial, inmovilidad, sometidos a frío o calor extremos, oscuridad opresiva, luz deslumbrante, ruido permanente a alto volumen, simulacros de ejecución, técnicas de semiasfixia y otras de las llamadas "técnicas autorizadas" que provocan desorientación, alucinaciones, quiebra de la personalidad, ansiedad, etc. Ninguno de los detenidos fue en ningún momento acusado formalmente de ningún delito (quizá porque no había nada de qué acusarles), y ninguno ha sido juzgado. Las condiciones allí atentan contra la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, y tras más de cuarenta intentos de suicidio, cuatro de los detenidos, en su desesperación, se han quitado la vida. El último hace unos días. Aún siendo considerados presos militares, tampoco se les han aplicado las garantías de la Convención de Ginebra. Según cifras de Amnistía Internacional, el 86% de los detenidos no fueron capturados por tropas estadounidenses, sino por tropas afganas o pakistaníes y entregados a EEUU muchas veces a cambio de recompensas. En septiembre de 2006 llegaron a Guantánamo 14 nuevos inquilinos que hasta ese momento habían permanecido en centros de detención secretos de la CIA, y previsiblemente sometidos a tortura. Doscientos de los presos han mantenido huelgas de hambre como protesta por su situación. Actualmente aún quedan retenidos allí 380 seres humanos.
Guantánamo no es sino el perro lamiéndose las heridas incapaz de devolver la dentellada. La expresión de la frustración de toda una nación, orgullosa y arrogante pero que, por una vez, no ha sido capaz no ya de devolver el golpe, sino tan siquiera de encontrar a quien buscaban. Pero el gigante necesitaba vengarse, dar un zarpazo de la misma forma que el pusilánime que es humillado en el bar no devuelve el golpe a su agresor, sino que lo devuelve a su mujer al llegar a casa. Así funciona la frustración. Así funciona Guantánamo.
Infórmate y actúa en Amnistía Internacional.
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