- A mí no me gusta la crema pastelera. Me resulta empalagosa y demasiado dulce. Si muerdo una napolitana de crema cuando ésta inunda mi boca me da una arcada. Lo siento, no puedo con ella. Y como no me gusta a mí, voy a prohibir que se comercialice crema pastelera. Voy a prohibirla en todas las pastelerías.
- En mi trabajo tengo algunas personas a mi cargo. Pero yo quiero que todo se haga como a mí me gusta, así que en vez de ocuparme de mi equipo, voy a dar órdenes a todos los demás equipos también para que todos trabajen como yo quiero. Quiero que toda la empresa actúe según mi parecer. Y por si eso no fuese necesario, voy a coaccionar a mis iguales para que den órdenes a sus equipos siguiendo mi criterio.
Vistos así, estos dos casos causan risa. Rayan lo absurdo. Lo grotesco y estrambótico. Sin embargo es exactamente esa la actitud que adopta en España la Iglesia Católica. Se empeña en prohibir aquello que no gusta coaccionando al Estado y al Gobierno para que la legislación se adecúe a sus preceptos. Esto denota ya de por sí una intransigencia difícil de igualar, cuando
Pero además la Iglesia intenta imponer su voluntad no sobre sus fieles, sino sobre los demás, incluso sobre los que renegamos de ella. Intenta imponernos lo que podemos o no hacer e intenta afectarnos mediante esa coacción a las instituciones para que gente como yo que no comulga con sus ideas (nunca mejor dicho) tengamos que vivir según sus preceptos.
El problema de la Iglesia Católica en España es el mismo que ha tenido siempre y es muy similar al que tienen las religiones mayoritarias de la rama judeocristiana. Un afán increíble por entrometerse en asuntos que no le competen y una intransigencia deleznable y una exclusión abominable hacia quienes no opinan como ella.
Me resulta verdaderamente vergonzoso (si fuese católico me resultaría aún más vergonzoso) que la Conferencia Episcopal movilice a la plana mayor en una manifestación contra el matrimonio entre homosexuales, y tan sólo una semana más tarde raye la hipocresía mayor obviando por completo una manifestación para acabar con la pobreza y el hambre en el mundo, como sucedió a finales de 2005. Me resulta inadmisible que utilice los púlpitos no para hablar de transcendencia y asuntos espirituales, que son su ámbito de competencia, sino como una especie de atril de mitil al margen de la ley, donde da igual que sea campaña o no, porque la Iglesia parece tener la convicción de estar por encima del bien y del mal. Me parece francamente atroz que desde una institución que dice encomendarse al amor del mundo, y desde sus focos de infoxicación se dedique a inflamar los ánimos hasta el punto de que alguno de sus fanáticos seguidores coloque una bomba incendiaria en un teatro sólo porque a la Iglesia no le parece admisible el espectáculo que allí se representa. Me parece una locura que una religión intente imponer su doctrina a sus correligionarios y también a todos los demás. Señores de la Iglesia católica. Déjenme en paz y no me evangelicen, que me tienen hasta las mismísimas pelotas. Prohiban terminantemente a sus seguidores homosexuales que se casen y excomulguen a quienes lo incumplan. Prohiban el uso de preservativos enter sus acólitos y excomulguen a quienes lo incumplan. Dejen el sistema educativo en paz, e impartan en sus iglesias la doctrina que crean conveniente. Abandonen la hipocresía y la falsa moral que se les lleva viendo el plumero desde hace un par de milenios. Si quieren hacer algo bueno por la Humanidad dejen que se usen condones en las zonas de África y Asia donde el sida campa a sus anchas, y blanqueen las cuentas de la Banca Vaticana destinando al hambre y las enfermedades donde más se necesita. Dejen de mendigar cuatro duros al Estado teniendo en el Vaticano el mayor paraíso fiscal del planeta Tierra. Seguro que ganarán muchos más adeptos, o al menos alguna que otra simpatía.
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