Cuando la conocí, ella tenía unos grandes ojos verdes, una graciosa sonrisa pícara y un lunar en la punta de la nariz. También tenía veintidós años y había nacido en Madrid. Y por añadido, tenía una presión en el pecho que ella llamaba "amor", y que condicionaba su vida aunque ella le defendía a capa y espada.
Pero él creía que ella corría peligro. Creía que aquellos ojos dejarían de ser suyos. O la sonrisa. O incluso el lunar de la nariz. Y así primero perdió los ojos, la sonrisa y el lunar. Luego perdió su edad, su lugar de nacimiento, y hasta su nombre pasó a ser unas anónimas siglas. Incluso dejó de ser mujer para convertirse en incógnita. Pero ella quería estar allí, a pesar de que el "amor" que le tenía él, la obligaba a desvanecerse, a desaparecer, a diluírse lentamente como una gota de tinta en un vaso de agua, que poco a poco pierde su forma para pasar a no ser nada.
Y finalmente dejó de estar... Dejó de ser...
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