Es una vergüenza que la comunidad internacional haya desoído lo que ha sucedido en el Tíbet desde hace más de medio siglo, hasta que ahora, con unos Juegos Olímpicos en ciernes, y debido a que la paciencia de los tibetanos se ha agotado tras más de cincuenta años de genocidio a todos los niveles, de destrucción de su cultura y de atrocidades que ha cometido el gobierno chino en el Tíbet, ahora es cuando los ojos del mundo se vuelven hacia la cara norte del Himalaya.
Pero no deja de regocijarme que al fin se vean muestras de solidaridad en el mundo como las que empiezan a presenciarse en gestos como los de algunos deportistas, o el del alcalde de Praga. Espero y deseo que sólo sea la punta del iceberg. Espero y deseo que ahora que todo el mundo mira a China, se dé cuenta de que ya no puede hacer lo que le salga del forro en el Tíbet. Que no puede exigir que un país ocupado militarmente en 1949 no reclame su independencia. Que no puede llevar a cabo políticas de genocidio, practicando abortos no consentidos y esterilizaciones a mujeres tibetanas. Que no puede destruir la cultura tibetana, ni prohibir su bandera ni su lengua. Que no puede erradicar los monasterios budistas. Que no puede censurar los contenidos web que difunden noticias que les son desfavorables. Que no puede llevar a millones de chinos han al Tíbet para que desplacen a la población local. Que no puede hacer todo esto porque ahora el resto del mundo mira de cerca. El pulso entre el Goliat chino y el David tibetano está servido. Quizá ahora China se muestre más flexible. Quizá mis ojos vean un día un Tíbet libre, y será entonces cuando vaya allí a brindar con la rosada leche del yak.
¡ LIBERTAD PARA EL TÍBET !
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