Eso fue lo que la cachonda de Yaiza me respondió interrogativamente cuando le dije que había hecho “La senda de La Barranca” al revés: "Barranca La de senda La". Y estoy seguro de que puso eso sólo porque era más rápido que poner “acnarraB aL ed adnes aL”.
Coñas aparte, me levanté con cierto esfuerzo por el cambio horario, para hacer este recorrido el domingo por la mañana.
Yo descubrí La Barranca por casualidad, hace la pila de años cuando, con un recién estrenado carné de conducir, me dedicaba a explorar aquellas partes de la Sierra a las que mis padres no me habían llevado antes. El valle de La Barranca fue una aventura un jueves por la tarde cuando vi una pista de tierra que partía a la derecha mientras subía por la M-607. Y hallé mi santuario. En aquella época casi no había gente. Subía a menudo. Con el paso de los años fui viendo cómo el valle de La Barranca era lentamente invadido por chalets cada vez edificados más arriba, cómo el aparcamiento estaba cada vez más lleno, y cómo la voraz construcción se comía las laderas. Ahora una casa de lujo, ahora un parque de bomberos, ahora otra casa de lujo…
Al aparcamiento se llega entre sol y sombra, mientras, como cientos de otras veces, me quedo embelesado mirando el fondo del valle desde la carretera ascendente. Se me hace raro el asfalto nuevo con las rayas. Casi me gustaba más cuando subías dando tumbos por unos baches que horadaban el asfalto que databa de la segunda república… Por lo menos.
Por este valle, y por estas pistas, he rodado y caminado en infinidad de ocasiones. Hoy toca calzarse las botas.
La senda de La Barranca del derecho, es decir, la que está señalizada y hace casi todo el mundo sube por la pista desde el aparcamiento, y poco después de las tirolinas y el parque de los chavales, se desvía a la izquierda por el camino Ortiz, una estrecha y preciosa senda entre pinos que asciende con cierta pendiente y en poco recorrido hacia la explanada en la que hasta 1994 estaba el Real Sanatorio de Guadarrama, parecido al que aún queda en pie al fondo del valle, y similar a cualquier otro de la miríada de sanatorios de tuberculosos que jalonaron toda la Sierra de Guadarrama cuando, antes de la aparición de la penicilina, el aire puro y la quietud eran el único remedio paliativo para esa enfermedad. Tras llegar a la explanada, se come uno el bocata, admira el paisaje se toma la pista apisonada hacia la derecha que tras un ligero repecho, comienza el descenso. Es la misma pista que habíamos abandonado por el camino Ortiz. Para los curiosos, esa pista pero hacia la izquierda desde la explanada del sanatorio desemboca en la M-601, una curva antes del Ventorrillo (donde guardan las quitanieves). El caso es que la pista (hacia la derecha, insisto), inicia una fuerte trepada como digo que acaba en el mirador de las Canchas, a partir del cual comienza el descenso hasta llegar a las tirolinas, punto desde el cual el camino de vuelta es el mismo que el de ida.
Recorrido al revés (con lo que vas cruzándote con gente casi todo el rato), usando el camino Ortiz para bajar del, en vez de para subir al sanatorio, la elección, en parte por cabeza, en parte por ventura, no puede ser más acertada. Por cabeza porque la ascensión por la pista es más suave que por la senda. Durante la subida, se agradece la pendiente suave de la pista apisonada, y encontrarse la fuente de Mingo invita a parar unos minutos. Allí hay una colonia inmensa de carboneros y herrerillos. Y por ventura porque estando en el alto del sanatorio nos comienza a chispear y luego a medio llover, y bajando por el estrecho sendero entre los árboles estamos guarecidos de la lluvia y la bajada es más rápida ya que se desciende en bastante pendiente. Así que con la cámara ya en la mochila no tardo mucho en colocarme el poncho para que el polar no empiece a cargar agua y me deje helado.
El recorrido lo hacemos cruzándonos con gente tanto a la ida como a la vuelta (por aquello de hacerlo al revés). Ya en el último trecho, al bajar, el suelo firme y apisonado de la pista de tierra, tan buena para la bicicleta, hace que se resientan las rodillas. Pero ya casi estamos. Sólo queda tomarse un café en el hotel, y a casa.
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