2 ene 2008

La Luna y el escritor de poesías

El viejo escritor de poesías siempre se sentaba en aquella esquina junto al parque. Escribía sin cesar aquellos frutos de su alma, algunos más dulces, otros más amargos, unos más jugosos, y otros más enjutos. Los transeúntes pasaban junto a él prestándole la misma atención que a la farola que le alumbraba. Sólo uno de cada muchos se detenía allí, y leía alguna de sus obras a cambio de la voluntad.

Aquella solitaria tarde de año nuevo, sin nada mejor que hacer, el viejo escritor volvió a ocupar su desvencijado asiento. Ni un alma por la calle, salvo aquella jovencísima mujer que se acercó, leyó, y depositó su óbolo en el sombrero vuelto del revés en el suelo. Al caer la noche y sin otro visitante, el viejo se dispuso a recoger sus bártulos. Allí, en el sombrero no había moneda alguna sino tan sólo un papel, depositado, no podía ser de otra manera, por la joven. Ya en casa, leyó. Y lloró. Lloró ante la belleza de aquella poesía. Las dulces metáforas se entreveraban con una sensibilidad y un dominio de las formas que le hacía vibrar.

Así era como él quería escribir desde su adolescencia y ahora aquella joven le dejaba siquiera entrever, tocar con las yemas de los dedos una belleza incomparable que llevaba en su interior, y que había querido compartir con él de forma fugaz. La joven se había acercado, le había leído y le había pagado con otra poesía sublime. Firmaba aquella perla “La Luna”. No había forma de conocer la identidad de la joven ni forma alguna de contactar con ella. El pobre escritor se devanaba obsesivamente buscando el modo de decirle cuánto admiraba su obra, su forma, su poesía. Quería más. Quería saber más de ella. Quería conocerla. Aprender de ella. Mas ella no quiso dejar más pistas. El viejo no sabía si la muchacha volvería en busca de una respuesta o siquiera si La Luna querría regresar ya en busca de sus mediocres versos. Se limitó a hacerse eco de su visita. Si volvía, sabría sin duda verse aludida. Mientras tanto, al viejo le quedó el consuelo de seguir mirando hacia el cielo, contemplando cada noche a la Luna viendo el mundo desde arriba.

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Mademoiselle Boheme dijo...
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