Hace un par de días oí por la radio una noticia referente al desmantelamiento del poblado chabolista de Las Barranquillas para la edificación del nuevo barrio de Valdecarros, en Madrid. La noticia en por sí misma no daba más de sí, pero me incitó a pensar en las algunas implicaciones de esa decisión.
Generalmente, los ocupantes de un determinado poblado chabolista son realojados en viviendas de promoción pública, siendo esta una situación que en numerosos casos acaba en una inadaptación de los realojados al nuevo medio, así como molestias producidas a sus nuevos vecinos, etc.
La pregunta de por qué se les realoja en unas condiciones de vida tan distintas tiene múltiples facetas y no es una cuestión que pueda despacharse en media docena de líneas. Es esta una problemática que sin duda podríamos afrontar analizando cada uno de los perfiles y las causas.
De entre todos ellos, me gustaría elegir al de los que, por elección o por tradición, se sienten cómodos con un modo de vida que la sociedad no acepta: La chabola. Siempre que intentamos justificar la acción de la autoridad (del nivel que sea) de extraerlos de su hábitat e implantarlos en un bloque de pisos del mismo modo que se trasplanta un árbol del monte a un macetón, apelamos a una máxima comúnmente aceptada: Para vivir en sociedad, hay que aceptar las normas. Pero aquí me voy a permitir hacer de abogado del diablo. ¿Qué sucede sucede cuando esa sociedad corre más que nosotros? ¿Cuando cambia sin nuestro permiso, y no nos preguntan si nos gusta o no su nueva cara, una nueva cara que, por vivir en sociedad, estamos obligados a aceptar? Está claro que me voy a encontrar con el argumentario tradicional: "Hay que aceptar el consenso", "lo que diga la mayoría", etc. Pero este argumentario se pervierte a menudo ya que en su origen, aceptar las normas sociales promovía la convivencia.
Originalmente, las costumbres de un individuo o grupo de individuos podía atentar contra las de los demás. Las normas de conducta, de convivencia social, que se llamaban en los años 50 "Urbanidad" y hoy "Educación para la ciudadanía", son, o deberían ser un mecanismo de lubricación social que evitase fricciones. Que evita que un señor se escude en "su norma" para colocarse el primero en la cola del autobús, o que crea que sentarse en el metro en vez de cederle el asiento a una octogenaria es aceptable. Esas son las normas sociales que hemos de aceptar todos sin excepción. Las que afectan a la convivencia e interacción con los demás miembros de la sociedad, que nos reclaman dichas normas. Pero ojo, ¿qué norma de convivencia puede dictar el modus vivendi de un ser humano? ¿En qué punto entra el modo de vida chabolista en conflicto con el resto de la sociedad? ¿En virtud de qué norma de convivencia social decimos que un poblado chabolista creado en un descampado en mitad de la nada es socialmente inaceptable?
En mi opinión sólo entra en conflicto con intereses económicos especulativos, inmobiliarios, etc., ya que casualmente a los habitantes de un poblado chabolista no les hacen el favor de realojarlos y salvarlos de su "triste" modo de vida, hasta que en esos terrenos se plantea una actuación urbanística. Hasta ese momento, están en paz con la sociedad.
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