A los que nos gusta comer pronto, nos encontramos con que buscar compañía en la tele es un puto infierno. Hoy me he calentado algo que había por la nevera y me puesto a zapear. En Cuatro había un montón de anuncios (uno de ellos con House corriendo como Martín Fiz) y he acabado en Telecinco con su cuestionable El buscador. La verdad es que este programa me parece lamentable, pero en ese momento ha salido uno de sus zappings en el que un señor de pueblo, se aprestaba a colocarse en la jeta 158 pinzas de la ropa (de que consta el récord mundial) más alguna que otra para superar el récord. El hombre ha hecho lo que buenamente ha podido, pero se ha quedado a unas pocas pinzas del récord. Se ha quitado las pinzas y cuando ha terminado, su cara era un poema. No sé si por las marcas que le habían dejado las más de 150 pinzas o por la cara de pena que tenía el pobre hombre por no haber logrado sus objetivos.
Y entonces me ha surgido la gran pregunta. ¿Qué impulsa a un hombre del campo a querer batir un récord tan absurdo como ése? El libro Guinness de los récords siempre me ha parecido una curiosidad. Saber cuál es el edificio más alto del mundo, la montaña más difícil de coronar, o la región con mayor pluviometría del mundo siempre viene bien en esas discusiones con amiguetes que suelen terciarse un domingo por la tarde (en verdad eso es lo que le pasó en 1951 al director de la fábrica de cerveza Guinness y a unos amiguetes discutiendo sobre cuál era el pájaro más rápido de Europa, y así al señor Hugh Beaver, aburrido por los pingües beneficios que le proporcionaba su cargo, decidió ponerse a recolectar los récords del mundo). Bien, volvamos al tema. Ese tipo de récords está muy bien, y yo creo que tengo por casa la edición de 1989 que me compré. Pero cuando uno bucea por el mar de récords se encuentra con récords verdaderamente absurdos. Es decir, cosas que nadie haría si no es por el mero hecho de aparecer en el dichoso compendio de registros. Como el de las pinzas, o el que me he encontrado al abrir la página de los récords para poner un poco más arriba su enlace. Un sueco como un armario que ha roto el récord del mundo de "partir plátanos con las manos". 70 en un minuto, ni más ni menos. Ahí es nada. Pero claro, tener récords de este tipo es muy fácil, porque yo puedo convertirme ahora mismo en plusmarquista mundial de "abrir tapones de botes de champú" o alguna estupidez semejante. Con tal de que no se le haya ocurrido nunca a nadie la misma chorrada...
Y la conclusión de todo esto viene de la mano de aquella memorable cita del maestro Andy Warhol, "En el futuro, todo el mundo será mundialmente famoso durante 15 mintuos". Y es que el hambre de fama, de ser conocidos, que existe en mucha gente, hace que un sueco se entrete para partir plátanos, como si de un gorila se tratase, o que un pobre labriego español se deje la cara como un mapa con más de un centenar de pinzas de tender la ropa. Y todo para aparecer en ese libro, hasta que el siguiente chalado les arrebate el récord, claro.
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