Los que nacimos a mediados de los 70 en España tenemos una visión muy especial de la vida. No es que estemos hechos de otra pasta, ni nada por el estilo. Lo explicaré.
Los que nacimos a mediados de los 70 somos lo suficientemente jóvenes como para estar plenamente integrados y en la vanguardia de la técnica y de la sociedad actuales, al tiempo que guardamos recuerdos de una España subdesarrollada que presenciamos en nuestra niñez. Los que nacieron antes, en los 60, en muchas ocasiones están descolgados en mayor o menor medida de esa vanguardia a la que me refería, y por tanto el contraste entre esas dos Españas no es tan grande. Los que nacieron en los 80 presenciaron ya una España en pleno desarrollo vertiginoso.
Yo he visto motocarros por las calles con su sonido cutre y ronco. Destartalados y cargados con las más diversas mercancías.
Yo he comprado perritos calientes a 25 pesetas (15 céntimos de euro) y chicles a 0,5 pesetas (no es siquiera posible hacer el cambio a euros). Aunque aquellos chicles había que comprarlos, eso sí, de dos en dos, porque ya no había monedas fraccionarias de peseta, si bien en el cartel escrito a boli que tenía aquella señora mugrienta de la calle Reina Victoria de Madrid, en Cuatro Caminos, ponía "chicle 0,5 pesetas".
Yo he visto carros de mulas por el centro de Madrid, casi todos conducidos por gitanos, llenos hasta los topes de trapos, cartones o chatarra.
Yo he visto en las calles del centro de Madrid el espectáculo de la cabra en la escalera, mientras una familia de gitanos tocaba la guitarra y la trompeta, (y algunos años después, un sintetizador).
Yo he conocido tiendas de ultramarinos, con aquel olor tan característico, mezcla de los variopintos productos que allí se vendían.
Yo he conocido un Madrid sucio y repugnante, lleno de pobreza y miseria en cada esquina. He visto mendigos durmiendo abrazados a su perro, por decenas, camino del colegio. Eran propios de cada barrio, y uno ya los conocía de vista, como "Emiliano, el de los perros" del barrio de Cuatro Caminos.
Yo he llamado por teléfono pidiendo a una operadora que me pusiera con tal número.
Yo he hecho viajes a la playa, de nueve horas de duración, y siempre de noche para evitar pasar calor en coches sin aire acondicionado. Atravesando pueblo tras pueblo, uno tras otro, por carreteras de la red principal, peores de lo que ahora es una comarcal.
Yo he jugado al fútbol, sin que nos molestaran los coches, en una calle del meollo de Madrid.
Yo he ido a la compra con mi abuela, que se hacía la mitad en el mercado, y la otra mitad en la calle, comprando a gitanos la fruta y verdura, que sacaban de sabe dios dónde, aunque eso no era de nuestra incumbencia.
Yo he hecho muñecos de nieve en el centro de Madrid.
Yo ya he vivido cien años...
3 comentarios. Deja alguno tú.:
Yo he visto una lechería con la vaca en la trastienda, y me he desayunado con picatostes cubiertos de nata de leche recién hervida. He oído las torpes y familiares escalas del afilador a su paso por el portal de la casa de mis abuelos. Me he quedado decenas de veces traspuesta ante la enorme e inquietante máquina de hierro del zapatero remendón de mi calle, que lo mismo cortaba suelas, que las limaba, que las pulía, que perforaba cinturones, que cosía piezas de cuero, o que hormaba zapatos demasiado estrechos. O me quedaba igualmente hipnotizaba ante las pirulas giratorias del barbero, con los colores blanco, azul y rojo en eterna danza ascendente. He jugado inocentemente con una pelota de goma verde muy pesada y que no botaba nada que un día me regaló un policía nacional vestido de marrón, de los que hacían guardia con una metralleta a la puerta de la comisaría de mi barrio. Le he comprado chistes de amor a Marilyn, la anciana de las pamelas imposibles, a la puerta del cine Fuencarral. He montado en vagones de metro con asientos de madera, en autobuses urbanos de color azul cobalto y en patines de cuatro ruedas que se ajustaban con correas a los zapatos. He conocido a un afable vejestorio, que siempre me daba caramelos, que resultó haber sido verdugo en otros tiempos más oscuros. He almacenado juegos de ordenador en cintas de cassete y hasta he consultado libros y enciclopedias para hacer trabajos del colegio.
Yo también he vivido cien años.
Tengo que reconocer que me ha emocionado tu comentario. Recordar los patines de mi hermana, de cuatro ruedas naranjas, dotados también de correas, (yo nunca tuve patines porque era chico), y los autobuses azul cobalto con un techo que había sido blanco el día en que salió de la fábrica, pero que yo recuerdo de un color crema, decolorado por el sol. Y la misteriosa y fascinante máquina rotatoria de la zapatería que había justo frente a mi casa (al lado de la ferretería con banderola en forma de bombilla e impronunciable inscripción encarnada OSRAM), zapatería en la que compraba el Supergen con el que pegaba los cromos que, recuerdo, venían con los yogures Danone. Cromos de Marco, la abeja Maya, etc. en unos sobrecillos de color azul marino y sin cerrar, lo que me permitía traficar con los repes con Nina, la dueña del ultramarinos de mi calle, justo al lado de la panadería a donde mi madre me mandaba cada sábado y domingo por la mañana a comprar "una de veinte y una de diez".
Se te olvida el tipo que venía con la furgoneta vendiendo Sandías y Melones...lo mejor era cuando te daba un trozo para probarlos...
Publicar un comentario