Pepe, mi amigo extraterrestre vino anoche a contarme una historia que pasó en su planeta. Allí los fontaneros estaban reunidos en una asociación llamada SGAF, Sociedad General de Albañiles y Fontaneros, que velaba por la pervivencia del oficio de la fontanería, tan necesario en cualquier sociedad que se precie.
Cuando un fontanero realizaba una instalación en una casa, cobraba por el trabajo realizado. Pero luego cobraba también por cada vez que se utilizaba dicha instalación. Los usuarios se veían obligados a pagar un pequeño canon cada vez que se duchaban, tiraban de la cadena, o llenaban el cubo de fregar. Era la SGAF quien se encargaba de recaudar estas cantidades, para repartirlas luego según su criterio entre sus asociados. Lo peor era que la SGAF cobraba también incluso aunque hubiese sido uno mismo, siendo un manitas, quien hubiese realizado la instalación de fontanería del propio domicilio.
Cuando uno compraba un vaso, una botella, una cantimplora, una copa, una regadera, barreño, cubo de fregar o cualquier elemento que la SGAF consideraba que podía ser susceptible de contener agua, la SGAF lo gravaba con un canon. El argumento de esta entidad era que los vasos mayoritariamente se usan para llenar agua gracias a la instalación de un fontanero. Que no todos los fontaneros perteneciesen a la SGAF (los había muy liberales que trabajaban al margen de entidades de este tipo), o que uno pudiese usar el vaso para recoger agua de lluvia, para usarlo como cenicero o para beber de una fuente, no parecía importarles mucho. El caso era cobrar, cobrar y cobrar. Según la SGAF, este canon era para repartirlo entre los fontaneros, que se morían de hambre (aunque algunos vivían en chalés de urbanizaciones de lujo y conducían coches suntuosos). El caso de los fontaneros liberales que no estaban afiliados a la SGAF era especialmente sangrante, ya que la SGAF cobraba el puñetero canon a todos los ciudadanos indiscriminadamente incluso aunque no tuviesen agua en sus casas. Por lo que el dinero que les cobraba a los usuarios de fontaneros liberales, nunca llegaba a dichos fontaneros liberales, ¡ya que estos no estaban afiliados a la SGAF! WTF!
Una de las cosas que más preocupaban era el afán recaudatorio insaciable de las SGAF. La SGAF cobraba no sólo a los ciudadanos y empresas, sino también cobraba por las tuberías instaladas en centros benéficos, de ancianos, y demás. Además, la SGAF no sólo cobraba el canon por uso de la ducha, sino que también cobraba un canon impuesto con cada artículo susceptible de conducir agua. Cobraba un canon por cada tramo de tubería, cada grifo, cada lavabo, cada desagüe, y además, por el uso de todo ello en su conjunto. La gente tenía un pésimo concepto de la SGAF, porque pensaba que le cobraban por el mismo concepto varias veces. De hecho les ponían a parir, y cuando la SGAF se querelló alguna vez por injurias, encima los jueces le dieron la razón a la ciudadanía. La SGAF eran una cueva de ladrones.
Los ciudadanos siempre tuvieron la sospecha de que la SGAF velaba más por los intereses de la industria de la fontanería, que por los fontaneros en sí. En concreto hubo un serio problema cuando los fabricantes de tuberías, tradicionalmente de cobre o plomo se negaron a reconvertir su industria por la de la tubería de PVC, que tenía mucha más aceptación entre el público. La gente habría comprado de buena gana tubería de PVC fabricada por la industria, pero como los empresarios se negaban a admitir que el plomo y el cobre estaban acabados, y que el futuro era el PVC, los ciudadanos, que estaban un paso más allá en el futuro, se dedicaron a conseguir tubería de PVC por otros medios e instalarla por su cuenta al margen del control de la SGAF. En ese afán recaudatorio, la SGAF llegó a contratar a detectives privados que se colaban en las casas ilícitamente, levantando los baldosines para ver quién tenía tuberías de PVC y así poder exigirles el pago correspondiente.
La SGAF siempre presionaba al Gobierno, e incluso llegaron a colar una ministra afín a sus intereses en el ejecutivo. Consiguieron que se promulgasen leyes que beneficiaban a su obsoleta industria. Primero aceptaron que el "tráfico" de tuberías de PVC al margen de la industria de las tuberías de plomo y cobre era lícito, y ese fue el argumento para cobrar el canon. Asumían que la gente conseguía el PVC y con ello justificaban el cobro de dichas cantidades. Pero luego, una vez se aseguraron de cobrar, pasaron a criminalizar el PVC para que la gente, aun pagando el canon por el derecho de uso del PVC, siguiese comprando las arcaicas tuberías de plomo y cobre. Los tejemanejes fueron aumentando de intensidad, hasta que se hizo insoportable y los fontaneros llegaron a manifestarse lanzando mensajes apocalípticos como «La fontanería se acaba» o «En el futuro no habrá agua en las casas», que a la gente le parecían estrambóticos y exagerados. Esto era absurdo porque los fontaneros, con lo que más dinero sacaban no era con la instalación de las casas, sino con los arreglos y reparaciones de fontanería que eran su día a día. Además, cuando la gente conocía a un fontanero por un cauce "extraoficial", siempre llamaba al mismo profesional.
¿Que cómo acabó la historia? Pepe me dijo que al final se impuso el sentido común. La gente se hartó de tanta tomadura de pelo, de que les cobrasen varias veces por lo mismo, y por un derecho que luego les impedían ejercer. De modo que la industria se adaptó tarde y mal, habiendo perdido más de una década de beneficio, y reconvirtiéndose cuando la imagen pública de esa industria, y de la SGAF se había deteriorado irremisiblemente... Por supuesto, la fontanería no se acabó.
Si esto parece absurdo, ¿no lo parece también aplicado a la industria de la cultura?
2 comentarios. Deja alguno tú.:
¿Se considera al urólogo profesional de la fontanería?
La pregunta correctamente formulada sería: «Si la SGAF considera al urólogo profesional de la fontanería, ¿permitiría eso a la SGAF recaudar más y más?» Y si la respuesta a la pregunta es "sí", la respuesta al condicionante también lo será.
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