Cuando yo tenía dieciséis o diecisiete años, jugaba unas 25 ó 30 partidas de ajedrez diarias. Prácticamente todo mi ocio lo cubría el ajedrez. Llegué a jugar incluso en clase, con mi compañero de pupitre. Muchas de ellas las jugaba con el que entonces era profesor mío, (al que sólo gané una vez, y porque él estaba distraído). En cierta ocasión, me acerqué a su mesa y vi en el Marca, abierto, una noticia sobre el ajedrez. Inconscientemente dije "¿Ajedrez en el Marca?". Mi expresión no era de reprobación, obviamente, sino porque consideraba inconcebible que en un mundo tan embrutecido por el fútbol como el que yo asociaba a Marca, tuviese cabida algo tan sutil y elevado como el ajedrez. Para mí un aficionado acérrimo al ajedrez y un hooligan futbolero eran como una partícula y una antipartícula. Dos elementos irreconciliables, que no podían coexistir, no uno al lado del otro, sino ni tan siquiera cerca. La respuesta de mi profesor fue "Claro, el ajedrez es un deporte. Un deporte mental", cosa que yo ya sabía, claro está, pero seguí asombrado. Aquel día Marca ganó algún punto de reconocimiento...
Recuerdo que incluso cuando los profesores nos pillaron alguna vez en mitad de clase, tomaron con benevolencia aquella obsesión. A fin de cuentas, no atender en clase estaba mal, pero si era por hacer algo como una partida de ajedrez, era menos malo que si era por jugar a algo tan banal como los barquitos, o el ahorcado, en una aplicación intelectual del "no comer por haber comido..." Sin embargo, conforme fui creciendo (y seguí jugando el ajedrez, aunque no con tanta intensidad), fui dándome cuenta de que en muchos sitios, y me atrevería a decir que con frecuencia creciente, el ajedrez era baneado de muchos lugares. Por lo visto, para mucha gente, era lo mismo jugar a las cartas que al ajedrez. Y así, mientras que al principio en algunos lugares como cafeterías o bibliotecas, no estaba permitido jugar a las cartas y sí al ajedrez, poco a poco este deporte fue expulsado, incluso del medio universitario. A mí me parecía increíble. A pesar de ser un gran aficionado al mus, para mí había una enorme distancia entre un juego de azar, de naipes y un deporte mental como el ajedrez, y veía inconcebible cómo en un templo del saber y del cultivo del conocimiento, como debería ser una universidad, pudiera vetarse el escaque. Parecía una política diametralmente opuesta a la que siguió la URSS desde los años 50 de convertir el ajedrez en el deporte nacional, mientras en occidente nos embrutecíamos con el fútbol. Y por supuesto lo mismo pasaba, con frecuencia creciente, en multitud de cafeterías (sobre todo las que pertenecen a franquicias).
Hoy en día (en España), pocos son los establecimientos en los que uno pueda jugar al ajedrez tranquilamente. De no tratarse de un bar de parroquianos jugando al mus o al dominó, los cuales están en franco retroceso, y en los cuales al dueño le importará un comino que se juegue a la ruleta rusa con tal de se le limpien los sesos después, generalmente se nos acercará un camarero a decirnos que "no se puede jugar". Cualquier tipo de intento de razonamiento será absurdo y estéril, ya que estaremos hablando con la persona equivocada (con la que aplica las normas, no con quien las dicta). El camarero de turno se enrocará, y tendremos que encaminar los alfiles a otra parte. Así se valora socialmente al ajedrez, aunque aparezca en el Marca.
1 comentarios. Deja alguno tú.:
No interesa, el Ajedrez desarrolla demasiado la mente y merma el poder de control sobre el gallinero... fuera de conspiranoias, me jode que mi juego "Chess with friends" del aifon haya petado y no hay manera de solucionarlo. He perdido 5 partidas que tenía con amiguetes online y es frustrante. Buscaré otro que también ande en la plataforma Android y así podemos echarnos alguna partidita, que no sabía que le dabas al chess.
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