De cuando en cuando sucede una tragedia de esas que saltan a los medios de comunicación. Esas tragedias captan la atención de los periodistas, muchas veces durante semanas, y traspasan las fronteras de los informativos para llegar a programas como el de Ana Rosa. Este tipo de casos brindan ocasiones ideales a los allegados de las víctimas para salir en la tele y hacerse oír. Y no falla. Siempre acaban entrevistándose con los líderes políticos para pedirle una reforma legal que se adecue punto por punto a su caso. Hace poco fue el caso de Mariluz, y ahora el de Marta del Castillo.
El otro día oía yo a una indignada a Ana Rosa Quintana, cómo espoleaba a la madre de Ana del Castillo haciendo frente común con ella para quejarse de las mentiras de los imputados, que primero dijeron que habían arrojado el cadáver al río, para cambiar después de semanas de búsqueda su declaración y sostener que lo habían arrojado a un vertedero. La conmoción generalizada provoca declaraciones que, venidas de los allegados, son comprensibles porque se duelen en carnes propias, pero viniendo de otros personajes no implicados que buscan carnaza y destilan amarillismo, claman al cielo.
Me explico: Afirmaba AR (y solicitaba el consenso de la compungida madre) que debería haber formas de "sacarles la verdad" a los imputados. Sus palabras me ponían los pelos depunta. Pero había un par de factores que ambas ignoraban. Dicha ignorancia, venida de la madre de la víctima, la comprendo, y de Ana Rosa Quintana, no sé por qué no me sorprende.
Y me pregunto yo de qué forma pretendía la literata AR sacarles la verdad. Si no sería quizá con los métodos con que los guardias civiles interrogaron a los dos imputados del crimen de Cuenca para que se confesaran culpables de haber matado al Cepa, que luego apareció vivo 16 años después. Afortunadamente, hoy en día disponemos de una Constitución, que en su artículo 24.2 nos garantiza el derecho a no declarar contra nosotros mismos.
Y queridos y afligidos padres de víctimas varias. Vuestro dolor es compresible y merece toda la solidaridad de la sociedad. Pero jamás, bajo ningún concepto, hay que intentar recortar las alcanzadas libertades y menos por el miedo a las amenazas. Porque el recorte de libertades suele por el camino más dejar más damnificados que beneficiados.
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