Queridísima Ino, alcaldesa de Mondragón. Sé que tu necedad te cierra la mente, y con los que comparten tu condición es muy difícil comunicarse. No obstante soy y siempre he sido un humanista convencido, y por ello parto de la base de que en el fondo de cada individuo, ya sea Olof Palme, Bin Laden, o alguien tan lastimero como tú, reside una persona que en el momento de su nacimiento, antes de ser infoxicada por diversos medios, era medianamente cabal.
Verás. En contra de la mayoría de la gente que estoy escuchando estos días, no estoy indignado por el hecho de que no condenes el asesinato de tu concejal Isaías Carrasco, lo cual, ya de por sí es un acto vil y te deja a la altura del barro. Es una iniquidad que ya de por sí te hace inmerecedora de ostentar el cargo que ostentas. Pero no, no es por eso. Lo que de veras me parece indigno de cualquier ser humano es la bajeza que cometes al emplear en el asunto del asesinato de tu edil, una moral, con la cobarde certeza de que no te será aplicado a ti el mismo rasero. Porque si tú, alcaldesa, temieses por tu vida como temen por la suya aquellos que no piensan como tú, muy probablemente te pensarías dos veces si hacer o no, declaraciones como las que haces, o guardar silencios como los que guardas.
No obstante, no temas. Nosotros, los que estamos a este lado de la gruesa línea roja, no pensamos como vosotros, para vuestra tranquilidad. Ni, por fortuna, con vuestras acciones ignominiosas conseguiréis jamás hacernos cambiar de parecer.
Salud.
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