La madre Naturaleza es una máquina perfectamente engrasada. Es una organización perfecta con flujos depurados. No se trata de ningún diseño inteligente, no. Se trata simplemente de la supervivencia por el método de prueba y error, de distintas soluciones. Es así de sencillo. Cuando una solución es incorrecta, muere sin descendencia y desaparece. Cuando funciona, se perpetúa.
Uno de los subsistemas que posee la Naturaleza es el encargado del reciclaje. La materia orgánica, de la que estamos hechos, es también el alimento y ha de reintegrarse en el ciclo del carbono para servir de subsistencia a las nuevas generaciones. Cuando un animal (pongamos, un ciervo) muere o es muerto por otro depredador, los buitres comen su carne una vez que se
Pero llegó el ser humano y entró en la Naturaleza como un elefante en una cacharrería, sin respetar reglas que llevan establecidas decenas o cientos de miles de años. El ser humano ya no se contenta con gestionar (bastante mal) sus espacios de residencia (las ciudades) sino que también pretende gestionar los espacios naturales con idéntico o peor resultado. Y así, los animales ya no mueren en el campo. Cuando una vaca, una oveja, un caballo mueren, sus cuerpos son recogidos e incinerados. ¡Tanto alimento desperdiciado! Y ese mismo ser humano ha llegado a la espeluznante conclusión de que los buitres ya no son necesarios.
Ahora los buitres deambulan por el campo y se atreven incluso a entrar en las ciudades a la busca desesperada de algún sustento. Pronto llegaremos a la conclusión de que no sólo no son necesarios, sino además molestos, y de ello al exterminio provocado, consentido, u obviado, hay un paso. ¿Hay que decir adiós a los buitres o seremos capaces de reconocer humildemente nuestra incapacidad para ser más listos que la Naturaleza?
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