16 feb 2010

Telephone killed the telegraph star

Alexander Graham Bell trataba de inventar un audífono (ya que su madre y su esposa eran sordas), y en 1876 acabó “inventando” el teléfono. Esto supuso una revolución, aunque es bien cierto que al principio, esta tecnología era tan enormemente revolucionaria y novedosa que no obtuvo el calor de la gente. Para empezar, las primeras demostraciones que hizo Bell consistían en colocar a un ayudante al otro lado de la línea telefónica y pedirle que tocase el piano, con lo que el público percibió el nuevo aparato como un medio de escuchar música a distancia. Curioso, pero quizá no demasiado útil. Además de esto, mucha gente veía como algo ciertamente raro hablarle a un aparato inerte. Supongo que de la misma manera que para mi abuela Internet tiene un halo mágico, para aquellos ciudadanos de finales del siglo XIX, hablarle a un aparatejo y esperar recibir respuesta del mismo era igualmente incomprensible, costándoles entender que le hablaban a una persona, y que en realidad, el cacharro aquel era sólo un medio.

Pero el espaldarazo definitivo llegó en enero de 1878, cuando al ocurrir un accidente ferroviario en el pueblecillo dejado de la mano de Dios de Tariffville, Connecticut, alguien llamó por teléfono a Hartford, una localidad cercana de cierta envergadura. Este aviso permitió que llegasen rápidamente los médicos del pueblo vecino y atendiesen a los heridos, paliando en cierta medida las consecuencias de una catástrofe que de otro modo podría haber sido mucho peor. A partir de ese momento, la Bell Telephone hizo multimillonario a su propietario, ya que llegaron pedidos en masa que la compañía a duras penas podía satisfacer. En menos de veinte años prácticamente todas las localidades de cierta importancia en Estados Unidos tenían al menos un teléfono. Todo el mundo veía el nuevo invento como algo bueno. ¿Todos? No, no todos. El teléfono había empezado a hacer mucho daño a una industria precedente y que se creía intocable: El telégrafo. Efectivamente, la compañía Western Union, una todopoderosa empresa casi monopolística de los telégrafos, (que se había gastado un dineral en tender cables telegráficos de costa a costa durante la época más dura de las guerras contra los indios americanos), veía el teléfono como un invento demoníaco e intentó sabotearlo, boicotearlo y torpedearlo por todos los medios. Western Union tenía un capital, unos beneficios, una proyección, un potencial y unos activos increíblemente más altos que la recién nacida Bell Telephone Company y pudo habérsela comido, si hubiesen querido o sabido mirar al futuro. Pero prefirieron mirar al pasado. Western Union prefirió menospreciar la nueva tecnología, llegando a decir, en boca de su presidente que el teléfono no era más que un juguete cuando Bell le ofreció la patente del teléfono por 100.000 dólares. Tan solo dos años después el mismo Bell diría que 25 millones de dólares por la misma patente habrían sido una ganga, aun no estando ya en venta.

Hoy, Bell Telephone es, groso modo, AT&T. El mayor operador de telecomunicaciones del mundo con unos ingresos de sesenta y tres mil millones de dólares (63.000.000.000 $) anuales. Quizá en su momento la Western Union pudo haberse reconvertido al negocio emergente del teléfono y haberse subido al carro del futuro, pero prefirieron intentar mantener un servicio obsoleto, intentando zancadillear a la nueva tecnología, aplicando el complejo de Pierre Nodoyuna. Hoy, Western Union, tras abandonar el negocio de la telegrafía y reconvertirse tardíamente a los servicios financieros y de envío de dinero internacional, factura anualmente cinco mil millones de dólares (5.000.000.000 $). De ser el gigante, pasó a ser el gnomo.

Muchas veces, hoy en día, más de cien años después, cuando veo la actitud de ciertas empresas y/o colectivos acerca de las nuevas tecnologías veo a la Western Union mirando al pasado y viendo como una amenaza lo que el resto de la humanidad ve como el futuro y el progreso. Quizá dentro de algunos años, algunas empresas jóvenes crecerán al abrigo de nuevas tecnologías, y otras que no quisieron reconvertirse como, por decir algo, editoriales o discográficas, acabarán reconvirtiéndose tarde y mal, montando supermercados o puestos de palomitas…

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