El invierno es un momento difícil. Para muchas aves, sobre todo los granívoros, una nevada tremenda como la caída en Madrid ayer suma, al esfuerzo por mantener la temperatura, la imposibilidad de encontrar semillas bajo el manto blanco. Me la encontré junto a la puerta de casa, aterida de frío y al límite de sus fuerzas. Ni siquiera hizo el más leve intento de evitar que la recogiese. Rápidamente la metí en casa, y busqué una caja de cartón donde aposentarla con la esperanza de que entrase en calor. Cuando pesas 80 gramos, pierdes calor en un suspiro y cada segundo cuenta. Mientras preparaba las cosas, se fue apagando y fue cerrando los ojos. Le dí de beber y de comer pan mojado. Parecía tragar. Sus patas agarraron mis dedos con fuerza. Por un momento mi corazón se iluminó. Pero estaba demasiado débil, y con un último aliento me dedicó un trino, con el que se despedía y, supongo, me daba las gracias al menos por haberlo intentado.
Al momento, sus ojos se enturbiaron. Ya no estaba allí conmigo. En mi mano sólo quedaba una carcasa aún caliente pero inerte, que en pocos minutos fue perdiendo la laxitud para dejar paso al rigor mortis. Y con el corazón descompuesto la devolví al campo de donde salió.
Lo siento, pequeña. Hice todo cuanto pude.
1 comentarios. Deja alguno tú.:
No rendirse, hacer lo que se pueda por salvar una vida, por pequeña que ésta sea, es lo que marca la diferencia...
Qué pena.
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