Los que me conocen saben bien que no puede decirse de mí que tenga ideas conservadoras, pero desde luego creo firmemente que el Partido Popular necesitaba este cambio. Y lo creo porque una de las mejores cosas que tiene la democracia no es sólo que el pueblo elija a sus gobernantes del color político que sea, sino que dichos gobernantes estén sometidos a un marcaje político intenso que les haga vivir en la tensión de que cualquier error que cometan puede arrebatarles el poder en los siguientes comicios. Y ese marcaje sólo es posible cuando la opción tiene posibilidades de arrebatar dicho poder. Si la oposición no deja de vivir en un fangal del que no puede salir, a todos los efectos es como si no existiese, y a todos los efectos esto da libertad de movimientos al partido en el poder. Y España necesitaba una derecha europea y del siglo XXI, y no una panda de anacrónicos retrógrados liderados por Acebes y Zaplana.
El Partido Popular ha hecho una nefasta oposición entre 2004 y 2008. Y la prueba de ello es que no han hecho política. Se han conformado con hacer demagogia, inflamar sentimientos, etc. Y el resultado de todo ello ha sido que no han conseguido mellar ni un ápice a un PSOE en el poder, que ha revalidado su mandato. El pasado 10 de marzo le quedó claro a algunos habitantes de Génova trece, que si querían ser realmente una alternativa de gobierno tenían que conquistar el centro. Por dos razones: En primer lugar porque en España, la palabra “derecha” sigue causando sarpullido. Y en segundo lugar, porque está claro que robarle a Falange (en cualquiera de sus sabores) su puñado de votos, no es suficiente para ganar una mayoría simple.
Ese es el giro al centro con el que José María Aznar engañó en 1996 y 2000 a millones de españoles para que le concediesen la mayoría (absoluta en segundas nupcias) con la que nos llevó a la guerra de Irak. Porque lo cierto es que Aznar es un cretino, pero no tiene un pelo de tonto. Y él sabía mejor que nadie que coqueteando con los afines a Ynestrillas no iba a conseguir salir jamás del pozo de la oposición. El problema que tuvo Rajoy entre 2004 y 2008 fue no saber frenar la incercia imparable de la engrasada maquinaria política del PP, que desde que había alcanzado la mayoría absoluta, venía manifestándose como clara y peligrosamente escorada a la derecha más totalitaria y extrema. Ahora, tras la derrota de hace dos meses, parece que Rajoy puede decir aquello de “probé vuestra solución y no ha funcionado, así que ahora se hacen las cosas como yo diga.” Ya que de no ser así, parecía clara otra debacle en 2012.
Lamentablemente (para ellos) este giro dejará cadáveres por el camino. Los de aquellos tan necios como para no darse cuenta de este necesario cambio, ya fuese por convicción, por interés, o sólo de fachada como consiguió hacer Aznar antaño.
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