Eso acaba de decir Iker Jiménez. Supongo que para sus escasos (siendo generoso) conocimientos de latín, la voz correcta homo electronicus no sonaba suficientemente latina, así que la ha modificado sui generis para convertirla en homus electronicus.
Hace un rato ha dicho varias veces Jason Merrick por Joseph Merrick, el nombre de "el hombre elefante", y luego ha hablado del caso del investigador sueco Jurgersson (o algo así) que grabó psicofonías que él no sabía interpretar. No me cabe duda, porque las "psicofonías" que adornaban el documental estaban en español y él era sueco. Pero sin duda lo del "homus" se ha merecido un post. Me encanta Cuarto Milenio.
6 comentarios. Deja alguno tú.:
Pues sí: no hay nada como una buena dosis de autocomplaciente masoquismo ilustrado los domingos por la noche frente a seres como Friker, Santi Camacho y el tío ese con el pelo lamido por una vaca que se parece a Rasputín (et al). Estoy completamente de acuerdo. Un poquito de crítica destructiva, de quisquillosa intransigencia y de prepotencia sociocultural, como excepción a la regla semanal, resulta de lo más terapéutico y reparador.
Y mañana será otro día.
Supongo que no es masoquismo autocomplaciente sino el oscuro efecto terapéutico que busca el telespectador de programas como el Diario de Ana, o programas similares en los que aún sometiéndose el televidente a un implacable bombardeo de lacrimosas desgracias contadas de primera mano por sus infortunados protagonistas despiertan un hálito de esperanza de que uno al menos está en mejor situación. Quizá por eso a mí me gusta airear chorradas de Santiago Camacho o los gazapos lingüísticos de Friker. Sea como fuere, reconozco un puntito innoble en esa actitud, que sin embargo me perdono a mí mismo rápidamente con infinita indulgencia.
Innoble o no, y terapéutico, en cualquier caso, ¿no es masoquismo disfrutar mientras se es testigo de la desinformación que uno sabe que lo es?
Por lo demás, y personalmente, mi masoquismo intelectual tiene ciertos márgenes de tolerancia, a donde, desde luego, no llegan determinados detritus televisivos a los que también haces alusión. La vergüenza ajena no entra dentro del abanico de mis placeres inconfesables.
Supongo que el corte intelectual del televidente determina el tipo y calidad de la telebasura que consume. Yo, sin querer dármelas de nada, no veo los diarios de Ana, de Patricia y similares, pero sin embargo me someto con graciosa voluntad a Friker donde captar sus gazapos se convierte en un entretenido divertimento intelectual a mitad de camino entre el sudoku y acertar las preguntas de 50x15 o Saber y Ganar.
No hace falta que te las des de nada. Tu condición de guay sin igual se adivina entre cada una de las líneas que escribes, en cada uno de tus sublimes pensamientos. Yo, en cambio, necesito –sí, me has pillado– de dármelas de adalid del buen gusto constantemente y en todo lugar, supongo que como mecanismo inconsciente para aliviar este complejo de inferioridad que, desde siempre, me acosa sin tregua sin que pueda hacer más que esforzarme en demostrar ser lo que nunca seré. Sólo me falta hacerme un blog (y conseguir que alguien lo lea) para proyectar mis pretensiones a la humanidad, y que de una vez ésta se entere de la pedante pretenciosa que soy.
Ni me las doy de nada ni soy guay sin igual. No sé cuál coño será tu mal, pero lo que sí sé es que sea cual sea se cura yendo a un buen psicoterapeuta, no escribiendo comentarios chorras en un blog intentando inflamar y soliviantar y esperando ansiosamente a que sean respondidos. El vudú jamás ha curado nada. Salud.
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