Hoy me he topado con un titular que, como tantas otras veces, ha hecho que se me vaya la olla pensando en cosas muy diversas. Resulta que según dice en el periódico ha muerto en Calcuta la tortuga más vieja del mundo, a la edad de 250 ó 260 años aproximadamente, y que vivía en aquel zoológico desde el ecuador de su vida, hace 130 años. La tortuga en cuestión (que ha fallecido debido a un fallo renal y que padecía senilidad 8-|) habría nacido en las Seychelles (antes de que fuesen un paraíso turístico) en torno a 1750, cuando un jovencísimo Mozart de apenas 20 años asombraba a toda Europa con sus creaciones. En algún momento a finales de aquel siglo, cuando murió el genial compositor, la tortuga cayó en manos de unos marineros británicos, junto con algunas primas suyas y fueron arrancadas de su hábitat y llevadas como un presente al general Clive (del cual sólo sé el nombre y en cuya identidad no me interesa profundizar lo más mínimo en este momento). Aunque el resto de las compañeras de viaje murió en la travesía, Addyaita (que así se llamaba la venerable anciana), sobrevivió para ser ofrendada al Clive, y quizá eso la libró de que se la cargasen cuando construyeron bungalows en su playa muchísimos años después. El caso es que el citado militar de alto rango regaló aquel ser vivo, (como si fuese un cuadro o un jarrón), al zoo de Calcuta cuando este fue fundado en 1875. Y allí se quedó Addyaita, viendo lacónicamente cómo aristócratas burgueses primero y niños con globos de colores después, paseaban ante ella. Primero viviendo en una colonia británica, luego en la liberada India de Gandhi, y hasta hoy. Hasta aquí la historia, y ahora mi reflexión:
Los primeros seres vivos, unicelulares ellos, manejaban la vida a su antojo. Una bacteria puede deshidratarse para rehidratarse siglos o milenios después y volver a la actividad. La capacidad de las mismas para manejar la Vida se da de bruces casi con el concepto mismo de Vida. Unos cuantos millones de años después, las plantas consiguieron vidas enormemente largas con una actividad constante, sin pasar por el "truco" de la animación suspendida. Al mismo tiempo, los insectos no consiguieron burlarse del tiempo consiguiendo sobrevivir incluso a la congelación (como le ocurre aún al weta). La carrera por lograr una mayor actividad parecía reñida con la vida, y así, conforme los seres vivos fueron haciéndose más complejos, su vida se acortaba. Los reptiles lograron no pasar por la animación suspendida, aunque con un ritmo metabólico irregular y dependiendo de fuentes de calor externas que actuarían como "motor de arranque". Una vez en marcha, ya podían conseguir alimento y generar más energía. Aunque por ello habían de conformarse con una vida de tan sólo unos cuantos cientos de años.
Tras el primer ensayo de las aves, los mamíferos fuimos un diseño ganador. No dependíamos más que de nuestra capacidad para lograr alimento, para conseguir la energía necesaria. Así, manteníamos un ritmo metabólico casi constante. Generábamos calor y consumíamos oxígeno de forma casi uniforme. Así las cosas la vida se redujo a menos de una centuria en el mejor de los casos (elefantes o grandes cetáceos), y a tan sólo unos pocos años en el caso de pequeños roedores.
Pagamos entonces un enorme precio. ¿O quizá conseguimos un enorme beneficio que compensó acortar nuestra vida tan dramáticamente? Quizá nunca lo sepamos. Quizá de no haber pagado ese peaje no nos estaríamos haciendo esta pregunta.
0 comentarios. Deja alguno tú.:
Publicar un comentario