Un buen día cambias de decenio. Ya no te acordabas de la vez anterior, ya que fue hace diez años, claro. Y mucho menos de la anterior porque cuando uno cumple 10 años le encanta que le digan "diez añazos, ¡qué mayor!" y en ese momento uno crece unos cuantos centímetros, o más bien los levita. Uno se siente estupendo cuando utiliza todos sus dedos de las dos manos abiertas, palmas hacia afuera, para responder a la pregunta de "¿cuántos añitos tienes?"
La siguiente vez casi no se nota. Estás demasiado orgulloso ya que acabas de hacerte mayor de edad, lo cual ya de por sí, suena de puta madre, y además, de pronto te dejan votar, conducir coches y entrar en los sex-shops y alquilar pelis porno sin tener que robarle el carné del videoclub a alguien o tener que hacerle la pelota al repetidor enorme de tu clase (el de la mía se llamaba "Cortezón", puedo jurarlo) para que os alquile la peli al grupito de sobrehormonados adolescentes. Ahora todo es estupendísimo así que cuando llegan los 20 ya te da igual que gastes los dedos de las manos y de los pies, porque el mundo es cojonudo. Tienes montones de planes, y te comparas con tu entorno, intentando imaginarte cómo serás con 23, 24, 25 o 26 años. Sabes que te queda un huevo de tiempo por delante y te da lo mismo todo, porque estás absolutamente convencido de que conseguirás absolutamente todo lo que te propongas.
Pero llega un día, diez años después de entonces en que las temperaturas permanecen sin cambios, o en moderado ascenso. La nubosidad es variable y por la mañana hay un formidable atasco como cualquier otro día. Es un día cualquiera y te autoconvences de que es un día como cualquier otro. Pero algo dentro de tu interior se empeña en ponerte las cosas difíciles. Lo curioso es que al principio te autoconvences. El poder sugestivo de la mente es verdaderamente acojonante, y le cuentas a todo el mundo que te sientes como un chaval, que no ha cambiado nada, y que es todo igual de cojonudo que cuando tenías 29 años y 364 días. Además, con un pelín de suerte, tus amiguetes te dicen que no aparentas tener 30 palos.
Pero pasados unos cuantos días, que pueden ser dos, cuatro, veinte... Los falaces argumentos empiezan a desmoronarse. Te das cuenta de que aquellos planes de cuando cumplías veinte años no se han cumplido. Y lo que es peor, empiezas a sospechar que no se cumplirán en la vida. Y ese momento es demoledor, porque es bastante jodido. Te das cuenta de que tu destino es el mismo que el de montones de chavales que, al igual que tú, pensaron en comerse el mundo con 20 años, y que, al igual que tú, no lo consiguieron. En ese momento haces como las grandes empresas, usar el eufemismo "rebajar las expectativas de crecimiento", que no es ni más ni menos que decir "venga, va, como no lo hemos conseguido, nos conformamos con cualquier cosa". En ese momento darías la mitad de lo que te queda de vida por pasar la otra mitad con aquellos 20 años, porque parece que este último decenio haya sido inútil. Porque te sientes inútil por no haber conseguido lo que te propusiste, y porque te felicitan por amenizar cualquier reunión de cualquiera que sea su índole, por tus estupendos artículos de la wikipedia, por tu humor ácido, mordaz y quirúrgico y por saber un poco casi de todo, o de casi todo. Pero todo ese conocimiento pluridisciplinar y heterodoxo no sirve para nada realmente útil. O quizá sea esa la salsa de la vida... Empiezas a tener envidia de los jóvenes y te da la impresión de que ahora ellos lo tienen más fácil. Porque cuando tú tenías 20 años no tenías internet, ni móvil ni nada de eso. Entonces el puto Abono Transportes duraba sólo hasta los 21 y no había tarjeta +26 como ahora, que la sacan cuando ya no te vale pa' ná. Te tenías que conformar con la EURO<26."Jóvenes menos jóvenes" se dedicaron a especular salvajemente con la vivienda hasta convertirla en un lujo de forma que resulte más económico comprarse un Porsche y vivir en él. Al menos se puede conducir y mola un huevo.
Y haces para tus adentros una profunda reflexión. Los 10 fueron cojonudos, los 20 llegaron casi sin darte cuenta, los 30 han sido una putada que ha caído sobre ti como un montón de mierda que no te deja ni respirar. Y cambios de decenio aún te quedan cuatro o cinco, fácil. Como lleven este ritmo, me cago en la puta como llegue a cumplir los noventa.
Dentro de dos lustros hablamos...
1 comentarios. Deja alguno tú.:
Me quedan 17 días en la decena de los 20... esos veinte en que no hacía más que planes de futuro: a estas alturas ya debería estar casada y tener un bebé... aparte de ser un saco de hormonas, era un pozo de ambición insaciable... ahora, casi diez años después, no quiero hacer planes, no me apetece pensar en el futuro más allá de la semana que viene... han sido 10 años en que no creo haber aprendido más que en estos últimos meses...
Me da un poco de yuyu, sí... pero mientras cumplir años signifique seguir creciendo, seré feliz...
Un beso
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