En todas las empresas es común la flexibilidad de horario. Tú vas, y puedes salir tan tarde como tú quieras. Horario flexible. Pero flexible sólo por un extremo. Flexible por detrás. Por el culo, como quien dice. Y claro, uno acaba teniendo el ojo del culo igual de flexible de aguantar que te den por él. Da igual que entres prontísimo a la oficina, hasta la hora de la salida no se puede salir. Y si quieres quedarte hasta más tarde, pues no pasa nada. Gracias, chaval. Te veo implicado en el proyecto. Se te nota que te implicas con la empresa, y todas esas gilipolleces que los jefes dicen cuando creen que pueden tomarle el pelo a los curritos. En teoría uno tiene que currar ocho horas al día, pero del mismo modo, da igual. Da igual que por haber entrado antes hayas hecho tus ocho horitas. Hasta la hora de la salida, nanay. Uno no se va a casa.
Afortunadamente el Estado no es una empresa. El Estado vela por los ciudadanos y... Oh wait!
Resulta que para el Estado la flexibilidad es idéntica. Da igual lo pronto que uno empiece a trabajar. Aunque papá Estado te dice que tienes que currar 38,5 años para poder jubilarte, da igual que un señor lleve dejándose las pelotas desde los 18 años. Porque cuando cumple los 57, a pesar de haber estado en la oficina más de lo que dice el Estado, el jefe le dice que hasta que no llegue la hora de la salida, de los 65 años, que se olvide de irse a casa a jubilarse. Da lo mismo lo pronto que empieces a currar, porque hasta los 65 años no sales de la oficina, aunque si quieres hacer horas extras, cojonudo. Eso sí, tal como pasa en el mundo real, nadie te las va a pagar. Por desgracia, la parte buena, para cuando uno se jubila ya tiene el ojo del culo tan entrenado que parece de goma. Flexible, flexible como una bailarina de ballet...
Con lo fácil que es solucionarlo echándole huevos...
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