No tenía muy claro si escribir algún artículo sobre la huelga que los transportistas están llevando a cabo protestando por el alarmante aumento de los precios de los carburantes, pero he hecho una reflexión a dos bandas acerca de todo este follón.
Por un lado está la motivación de la huelga. ¿Realmente es lícito exigir al gobierno que los impuestos de todos los ciudadanos sufraguen el aumento unos gastos de explotación, no achacable al gobierno? Por esa misma regla de tres, todos y cada uno de los españolitos de a pie podría hacer exactamente lo mismo cuando no llegue a fin de mes o no pueda pagar la hipoteca. Creo que en España llevamos mucho tiempo viviendo a base de subvenciones, ayudas y demás. Tirando de la teta del Estado, y eso es una zancadilla a la competitividad. Además, cuando a un peluquero le aumentan el precio de las tijeras o de la laca, lo que hace es subir el precio de sus servicios, o simplemente cesar el negocio, no ir a la huelga exigiendo que el resto de la ciudadanía le haga más llevadera su actividad laboral.
Por otro lado tenemos la cuestión de la forma de hacer huelga. La huelga es un derecho legítimo de todo ciudadano, independientemente de que se comulgue con las razones abogadas para dicha huelga o no. Ahora bien. La huelga consiste en no trabajar uno, no en impedir que trabajen los demás. No sólo los que se dedican a tu misma actividad, sino a todos los demás. Porque los transportistas no se contentan con dejar de realizar su trabajo, con el desabastecimiento que eso conlleva. Además se emperran en que ningún otro transportista trabaje, y no se quedan ahí. Pretenden paralizar el país impidiendo a todos los ciudadanos la libre circulación por carretera. Y entonces eso deja de llamarse huelga. Eso es gamberrismo, por no utilizar palabras más gruesas. Parece que los obtusos transportistas (y digo obtusos a juzgar por uno de sus portavoces que ha intervenido esta mañana en la cadena SER, si ese es el portavoz…) Los obtusos, como decía, parecen no tener las miras suficientes como para darse cuenta de que lo que empezó como una protesta con la simpatía de los ciudadanos (todos sufrimos los desorbitados costes de los carburantes), si tocan los cojones demasiado, puede estallarles en la cara y salirles el tiro por la culata. Y hoy por hoy, ya son más los que tildan a los camioneros de “cabrones” (cuando alguien se tira hora y media para recorrer cinco kilómetros), que los que se solidarizan con su causa. Pero ellos, erre que erre.
2 comentarios. Deja alguno tú.:
Muy a mí pesar, he de decir que el gobierno esta actuando mal...
Mil besos...
Parece obvio que en un ángulo obtuso cabe más que en uno agudo. ¿Se referirán a la estupidez?
Tu razonamiento es correcto. Su derecho a la huela limita mis derechos, un conjunto amplio de ellos. No puede uno solidarizarse con quién le utiliza como rehén.
llegué aquí por rebotes.
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