26 feb 2007

Inteligencia artesanal (V). Génesis: Readme.txt


Inteligencia Artesanal

  1. Soñando con ser Dios
  2. ¿Inteligente tú?
  3. Bits emocionales. Bits sociales
  4. F.A. Filosofía Artificial
  5. Génesis: Readme.txt

Nota preliminar: En la segunda entrega expuse de pasada (y dejé en el aire) el problema del determinismo, que ahora abordaré con más profundidad, ya que está más relacionado con la problemática de la creación de la inteligencia artificial más que con la definición de la misma. Superado ese obstáculo (con mayor o menor elegancia) nos adentraremos en el modo de crear inteligencia.

No obstante lo dicho en la primera entrega, que se reducía a simples anhelos del ser humano, los primeros intentos serios de crear una inteligencia artificial vinieron de la mano de la aparición de los primeros ordenadores. Sin embargo un ordenador es una máquina determinista, lo que parece contradecir el principio mismo de inteligencia.

Sin ánimo de entrar ahora en una cabalística discusión sobre el Determinismo, podemos considerar (al menos se ha considerado tradicionalmente) el ser humano como no determinista, mientras que cualquier máquina que invente es, hasta el momento, determinista. Para los que no estén familiarizados con el término resumiré que consideramos una máquina como determinista cuando todas sus posibles salidas están predeterminadas por sus entradas y además, cuenta con una programación previa que condiciona y predetermina sus respuestas.

Y es que el hecho cierto es que hasta ahora los ordenadores son completamente deterministas y ni siquiera son capaces de generar números aleatorios. Cualquier número aleatorio que genere un ordenador, en realidad no es sino un número fruto de una serie de operaciones matemáticas basadas en una semilla (seed en inglés) que generalmente suele ser la fecha y hora del momento en que se hace la operación. La impredictibilidad del momento (hora, minuto, segundo e incluso fracción de segundo) además de la complejidad de las operaciones que se hacen con esa semilla acaba con que el resultado sea difícilmente predecible a priori. Pero eso no lo convierte en aleatorio ni mucho menos. Una nueva tirada en el mismo momento exacto (las mismas condiciones iniciales) produciría exactamente el mismo resultado. Aquí entraría la vieja discusión sobre si tirásemos un dado sobre una mesa con las mismas condiciones saldría el mismo resultado o no, debido a que esas condiciones son absolutamente imposibles de reproducir, ya que no somos capaces de volver al momento exacto de la tirada de dado anterior (no podemos volver en el tiempo, al menos por ahora) y no podemos asegurarnos que todas y cada una de las moléculas del aire que separa el dado de la mesa estarán colocadas de la misma forma que en la primera tirada, por no hablar de las posiciones de la Luna, Sol y demás elementos que gravitacionalmente influyen en el movimiento del dado. Como somos del todo incapaces de reproducir las condiciones para cualquier suceso de nuestra vida de los que llamamos aleatorios, nunca se ha podido afirmar con certeza que nuestro universo (y por consiguiente nuestra existencia) sea realmente indeterminista, ya que desde luego podríamos vivir en un universo determinista y ser ajenos a ello por no poder probarlo. Por otro lado, las leyes de la Ciencia parecen ser bastante deterministas, diciéndonos que si tiramos una piedra desde la misma altura, tarda siempre el mismo tiempo en llegar al suelo, con mínimas variaciones producidas tal vez por esas pequeñas variaciones en las condiciones iniciales. Esto puede inducir a pensar que si consiguiésemos reproducir exactamente todas las condiciones iniciales, el resultado sería siempre idéntico, lo cual nos dejaría un universo determinista. Para acabar de arreglarlo, el Determinismo choca frontalmente con el concepto cristiano del libre albedrío, lo cual pone muy nerviosos a los creyentes (recuerdo ahora la conocida cita de Albert Einstein “Dios no juega a los dados con el Universo.”). Todas estas cuestiones mantenían tremendamente ocupados a filósofos y matemáticos a finales del siglo XIX y principios del XX e iban ganando sin piedad los deterministas cuando llegaron dos alemanes, Heisenberg en 1927 con su Principio de Indeterminación y Gödel en 1930 con sus dos Teoremas de la Incompletitud y de nuevo nos dejaron en el punto de partida y con el culo al aire sobre todas estas disquisiciones. Pero como dice el entrañable Moustache en “Irma la dulce”: Eso es otra historia. Aunque ahí queda la pista para el investigador de mente hambrienta.

Resumiendo: Si tomamos nuestra existencia como indeterminista y a su vez ese indeterminismo como base del libre albedrío y por tanto como base para la inteligencia (postulé en la tercera entrega que los seres inteligentes encuentran soluciones a problemas no predeterminados), ¿de qué forma vamos a crear una inteligencia basándonos en máquinas que, hasta ahora, son completamente deterministas? Parece un contrasentido. Pero quizá no lo sea tanto si nos dejamos llevar por el lado oscuro del Reduccionismo: Si asumimos nuestra incapacidad de saber si el sistema en el que nos desenvolvemos es determinista o indeterminista, podemos tomar como premisa inicial y punto de partida que es determinista. Con este postulado, y basándonos en nuestra propia experiencia de seres inteligentes (así nos consideramos) en un universo que acabamos de postular como determinista podemos afirmar que es posible la creación de inteligencia en un universo determinista siempre y cuando las condiciones permitan cierto grado de libertad para que se generen nuevas condiciones y decisiones que permitan mejorar la inteligencia de forma progresiva. En ese caso, nosotros mismos seríamos el mejor ejemplo de creación de inteligencia en un universo determinista.

Si estoy en lo cierto, desde luego parece perfectamente posible crear una inteligencia artificialmente. Pero entonces, ¿por qué los seres humanos estamos teniendo tantas dificultades en lograrlo? Lo cierto y verdad es que todos los intentos de crear sistemas de inteligencia artificial han sido, hasta ahora, completamente infructuosos y parece que el test de Turing más que una prueba, sea una barrera infranqueable. Algunos pensadores y gurús de la tecnología afirman que no es posible construir una inteligencia que nos supere, principalmente por lo expuesto en la segunda y cuarta entregas sobre los sistemas auto referenciales, aunque realmente eso no implica que sea debido a que los basamos en máquinas deterministas.

Por otro lado, ya lancé la duda de si realmente merece la pena crear una inteligencia a imagen y semejanza de la nuestra, teniendo en cuenta que, si bien individualmente el ser humano es un ente de riqueza moral, solidario y dispuesto a trabajar en equipo, lo cierto es que vista la Humanidad de forma global, tradicionalmente ha venido devastando el medio en el que vive, extinguiendo los recursos y las especies de otros seres vivos con los que se cruza y poniendo el poder en manos de aquellos que menos se preocupan por este asunto, anteponiéndole intereses de índole mucho más terrenal. La verdad es que sólo en los últimísimos tiempos se experimenta una cierta tendencia de cambio a mejor y de concienciación sobre un problema que si no es irreversible, desde luego si traerá consecuencias muy severas para el planeta. El ritmo de extinción de especies es absolutamente galopante, y el cambio climático está superando las expectativas más pesimistas de los noventa. ¿Esa es la inteligencia que deseamos emular de forma artificial? Como soy un humanista convencido, creo que nuestra inteligencia es, en esencia, positiva. Sólo cuando se pervierte o se emplea con intereses de otra índole genera efectos negativos. Por tanto, si queremos una inteligencia que interactúe con nosotros, que se desenvuelva en nuestro mundo, sin duda sí. Habrá de ser afín a nosotros.

Quizá el mayor problema sea que estamos intentando construir la casa por el tejado. Estamos tratando de crear sistemas intelectivos que ni siquiera conocemos plenamente y que tenemos dificultades en reproducir. Además, es posible que crear una inteligencia de la nada tampoco sea la forma más adecuada de hacerlo.

Creo firmemente que la forma correcta de crear cualquier tipo de inteligencia es de modo evolutivo. Como ya he dicho anteriormente, una inteligencia es, ante todo, una capacidad de buscar soluciones no determinadas a priori por medio de la improvisación, y basadas, además, y de forma ponderada, en la consecución de una serie de parámetros morales dictados en gran medida por la propia experiencia. Así, una inteligencia está fundamentada sólidamente en aquel medio en el que se desarrolla, y evoluciona cuando el medio cambia y somete a nuevos retos al sistema inteligente. La inteligencia de una musaraña no es mejor ni peor que la nuestra. Es exactamente la que necesita para llevar a cabo sus actividades vitales que son, en este caso, alimentarse y procrear, quedando la autodefensa del lado de los instintos no de la inteligencia y por tanto siendo ésta una cualidad de casi cualquier ser vivo.

Parece que ha quedado claro que, al menos en cierta medida, sí podemos considerarnos poseedores de inteligencia, o al menos de cierto tipo de inteligencia. Es evidente que somos una especie superviviente y que ha sabido encontrar soluciones a problemas como desastres naturales, glaciaciones, y que aún siendo una especie tropical propia de las llanuras de Tanzania, ha sabido (o ha tenido la suerte de) adaptarse a casi cualquier hábitat planetario. Nuestra especie ha sabido buscar soluciones a problemas determinados que suponían la diferencia entre la pervivencia o la extinción. Aprendimos a cazar cuando escaseó la recolección. Aprendimos a mejorar las técnicas de caza utilizando armas, que aprendimos a convertir en arrojadizas inventando arcos y lanzas arrojadizas, así como el propulsor o altlatl. Del mismo modo, aprendimos a criar cerca a los animales que cazábamos, seleccionando para ese propósito aquellos más dóciles, y también a cultivar cerca las especies vegetales que recolectábamos lejos, convirtiéndonos así en unos expertos del ahorro energético. La energía y tiempo que ahorraban nuestros antepasados al no tener que ir a recolectar y cazar, por ser agrícolas y ganaderos pudo emplearse en otras funciones desarrollando increíblemente la inventiva. Además, nuestro pasado arborícola nos legó un dedo oponible. Una mano hábil. La potencialidad de esa mano desarrolló la inteligencia, que a su vez desarrolló nuevas potencialidades para esa mano. De haber descendido de las cabras y haber tenido pezuñas, seguramente otro gallo nos habría cantado.

Aprendimos a curarnos desarrollando métodos y aplicando técnicas, alargando así la vida paulatinamente. Aprendimos a dejar escrito el conocimiento para sobrepasar el límite de nuestra memoria y puede decirse que la inteligencia creció de forma exponencial a partir del momento de la invención de la escritura, cuando liberamos a nuestro cerebro de la pesada carga de tener que memorizar todo el conocimiento existente. A la vista de estos acontecimientos no es descabellado concedernos cierto grado de inteligencia o al menos inteligencia de algún tipo.

Pero igualmente evidente es que nuestra inteligencia no es patrimonio exclusivo nuestro, sino que es fruto de una inteligencia heredada de animales antecesores a nuestra especie, como fueron los homínidos africanos y los simios antepasados de dichos homínidos, etc. Esa inteligencia parte de los seres unicelulares que, buscando soluciones de una forma cuasi intuitiva llegaron a seres más complejos. ¿Por qué empeñarnos entonces en crear de la nada una inteligencia compleja? ¿No sería más lógico crear una inteligencia de modo evolutivo que fuese haciéndose más compleja a medida que se viese sometida a mayores problemas? Sin duda esta es mi opción. Una inteligencia creada de forma evolutiva será capaz de continuar evolucionando cuando se vea sometida a nuevos retos y dificultades. No será una inteligencia creada “tal cual”. En definitiva no habremos creado una inteligencia, sino un “sistema evolutivo inteligente”, que presentará diferentes estadios inteligentes a lo largo de todo su proceso.

Además, dado el constante aumento de la capacidad de proceso de los computadores, el grado de inteligencia equiparable al que nosotros hemos acumulado en unos cuatro mil quinientos millones de años desarrollándonos desde la ameba al homo sapiens, podría estar listo en, quizá, tan sólo unos decenios. Ahora bien. Esto plantea una espeluznante contrapartida. Si en tan sólo unos decenios una inteligencia creada primitivamente al nivel de una ameba lograse el nivel equivalente (que no igual) al de un ser humano, ¿a dónde iría a parar en el siguiente decenio? La velocidad de procesamiento de las máquinas las dotaría de una increíble capacidad de evolución que superaría a sus creadores y es esto lo que remueve los miedos más atávicos.

Aunque no podamos precisar cuándo, me atrevo a predecir que en el futuro llegaremos a superar los miedos o condicionantes ético-morales que permitan la creación de seres inteligentes de forma artificial. Es muy probable que la ciencia lo haga posible, y una vez sea posible, será un camino de obligado recorrido porque permitirá increíbles mejoras en calidad de vida a todos los niveles. Podrán realizar tareas peligrosas para los seres humanos. Podrán ser empleados para tomar decisiones de modo imparcial. Serán ideales a la hora de decidir masiva, pero inteligentemente, miles de decisiones.

En el momento en que hayamos desarrollado seres inteligentes, estaremos también expuestos a ser juzgados por ellos. La relación que surgirá entre humanos y artificiales será a todas luces uno de los grandes temas del futuro y a buen seguro se llevará toneladas de papel (de un modo figurado, claro está) en los medios escritos. Esa interacción es la que acometeré en un ejercicio de futuro-ficción en la próxima entrega.

1 comentarios. Deja alguno tú.:

Laura Sahagún dijo...

Apasionante aperitivo para una de nuestras conversaciones interminables...
Es la parte que más me ha gustado, quizás porque se introduce en terrenos más filosóficos que científicos o anecdóticos. Se me ocurren muchas cosas para rebatir algunos de sus sabrosos postulados. Pero, lo dicho: prefiero dejarlas para algún próximo encuentro ante un igualmente sabroso plato de arroz caldoso...

Ps: ¿Para cuándo ese best seller definitivo sobre AI? (mis expectativas van en aumento de un día para otro...)

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