¿Cómo se puede pasar de esto...
... a esto otro...
... en tan sólo dos años?
A este hombre le están envenenando lentamente...
Subproductos y diarreas mentales producidas por diversos excesos de índole cognitiva.
Europa según Orange |
Si alguien no tiene qué comer, todo el mundo vería como un absurdo que rechazase un plato porque no gustarle las acelgas. Eso es lo que en román paladino llamamos confundir el culo con las témporas. Y es una actitud que por absurda que parezca, sucede más a menudo de lo que parecería y nos gustaría, especialmente entre la clase política.
Revolución es una bonita palabra con un reverso tenebroso. Todas las que yo he conocido han acabado como poco igual que el régimen al que pretendían revolucionar. Desde la del Lord Protector Oliver Cromwell, que acabó en un quítate tú pa’ ponerme yo (y poner luego a mi hijo), hasta la de Cuba, pasando por la Revolución Francesa, las revoluciones independentistas americanas, el octubre rojo de 1917, la cruzada de Franco para salvar España (¡PAÑA!) y la lista podría seguir hasta el infinito. El poder tiene ese no sé qué que qué se yo, que aunque uno tenga elevados ideales, una vez se sienta en el sillón de mando el revolucionario se siente muy a gustito después de pegar barrigazos en sus vicisitudes campestres revolucionarias, y cree tener todo el derecho del mundo al descanso del guerrero… hasta que se muera el guerrero. Y así es como las revoluciones acaban todas en dictadura.
Una dictadura es por definición un régimen en el que un señor está muy a gustito en su sillón y se no se mueve de él ni con agua caliente. Los dictadores suelen ser idealistas y tener vocación de salvar a los demás de sí mismos, por lo que suelen tener un plan, como Hannibal Smith. Y están dispuestos a llevar a cabo su plan le pese a quien le pese. Además, ese bienamado plan de una sociedad perfecta madurado en frías noches de campamento revolucionario, está por encima de todo. Y por ello es lícito ventilarse de un plumazo a todo aquel que opine que ese plan es mejorable. A estos se les suele llamar disidentes. Una dictadura lo es, sea del color que sea. Tan dictador era Ceaucescu, como Stalin, como Mussolini, como Pinochet, como Cromwell, como Napoleón, etc. De nada sirve la orientación política si no se cumplen los preceptos básicos de libertad y respeto a los derechos fundamentales. Del mismo modo que de nada sirve que uno prefiera carne o pescado si no tiene qué llevarse a la boca. En todo eso, todos los demócratas están de acuerdo, claro. A fin de cuentas todos ellos chupan de la teta de la Democracia y no es cosa de morder la teta que te da de chupar. Ni tampoco la mano que te da de comer.
Pero, ¡ay! La vida es bella cuando se habla en términos generales, pero los torticeros matices suelen torcer las cosas y nublar las mentes. Y así, los correligionarios del Partido Pentacéfalo (PP), rechazan cualquier forma de dictadura, excepto la del Caudillísimo que era un período de placidez. Esto levanta las iras del arco político más rojeras, y con razón, claro. Pero la hipocresía máxima es un virus contagioso, y estos días el ZPSOE y los despistados de Izquierda Unida caían enfermos del mismo mal. Los primeros con la tibieza blandengue que les caracteriza, y los otros diciendo que “respetan el gobierno cubano”. Es decir el negativo fotográfico de aquello que hacen sus adversarios políticos.
Los que tienen alergia a las preposiciones y por ello “juegan tenis” o “juegan golf” (yo normalmente juego a algo), porque fueron la clase protegida del régimen franquista y ellos, sus padres o sus abuelos tenían y siguen teniendo mucho que agradecerle al ferrolano, por lo que rechazan todas las dictaduras excepto aquella que les lamió el culo. Los otros, los que levantaban el puño y llevaban camisetas del Ché, se sienten en deuda con el movimiento que les movilizó en su juventud a ellos, o a sus padres o a sus abuelos. Y ese sentimiento heredado les hace rechazar también todas las dictaduras menos aquella/s que fue/ron su motor.
Pero una rosa es una rosa es, y una dictadura es una dictadura. Sea del color que sea. Y denostar unas y obviar otras en función del color político del dictador, además de una falacia política y una demostración de falta de criterio, es confundir el culo con las témporas.
Desde que el gobierno anunció el llamado pensionazo, muchas han sido las voces (algunas incluso reconocidas) que han afirmado con tanta rotundidad como irresponsabilidad, que el sistema de pensiones no tiene por qué estar autofinanciado, que no tiene por qué ser sostenible, que puede ser perfectamente deficitario, como lo son (y citan como ejemplo), otros servicios públicos como las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, los bomberos, la Sanidad Pública, las prisiones, los juzgados, los funcionarios en general, etc.
El error de bulto que a mi modo de ver cometen estas mentes bienpensantes, es no darse cuenta de algo que a mí me parece obvio: Todos los servicios públicos y funcionariales mencionados como ejemplo, tienen una relación directa o cuasi directa en la población contribuyente. A más población, más hospitales son necesarios, más jueces son necesarios, más cárceles son necesarias, etc. Esto hace que la población pueda pagar siempre unas proporciones más o menos estables para mantener un cierto nivel de servicio. Si queremos juzgados más rápidos y eficientes, o bomberos más guapos y fornidos, habrá que pagar más impuestos. Si pagamos menos, tendremos cárceles con paredes de pladur. Pero en cualquier caso, es inconcebible que el número de jueces crezca indiscriminadamente al margen del crecimiento de la población, ya que es la propia población, por medio del Estado, quien decide cuántas plazas para juez, policía, bombero, o médico del estado se abren, y por tanto cuántas plazas hay que pagar con el dinero de los contribuyentes. Es por esto por lo que los servicios públicos mencionados pueden (y deben) no ser rentables ni buscar la rentabilidad.
Sin embargo, lo que esas mismas mentes parecen no ver, es que en el sistema de pensiones no hay relación directa alguna entre la masa de contribuyentes a dicho sistema, y la masa de perceptores de dicho sistema. Esto hace que si lo contribuido en febrero se emplea para pagar a los pensionistas el marzo siguiente, haya dinero de sobra si hay más trabajadores que jubilados, pero tengamos un problema si hay más jubilados que trabajadores. Y a diferencia de lo que sucede con los bomberos, la masa de contribuyentes no puede controlar que la masa de pensionistas sea proporcional, a no ser que eliminemos pensionistas (matándolos discretamente, o retrasando el momento en que pasen a ser pensionistas). Esta no correlación, que viene de la mano de las fluctuaciones demográficas provoca desajustes y convierte el actual sistema de pensiones en un mecanismo injusto que descarga sobre los contribuyentes el peso de mantener a quienes en teoría, ya contribuyeron en su día para ganarse la jubilación. Por eso propuse en su día alguna solución, ya que el actual sistema de pensiones, de estructura piramidal, obliga a un constante incentivo por el crecimiento de población, que es igualmente irresponsable, y de lo que también hablaré un día de estos.
Urge por tanto reconocer que el sistema actual tiene un problema, y reconocer igualmente que dicho problema se agravará conforme pase el tiempo. Porque cuanto más tiempo se tarde en poner solución, más complicada y traumática habrá de ser ésta. Y poner solución no es una opción. En este sentido nosotros sólo podremos elegir si ponerla ahora, de forma meditada, calculada y planificada, o esperar a que el sistema colapse por sí mismo para poner nuevos parches lustro tras lustro.
Cada minuto, se suben 20 horas de vídeo a Youtube, lo cual no deja de ser una curiosa paradoja temporal.
Fuente: Google Facts and Figures
El viejo modelo [de la industria discográfica], el centrado en torno a los soportes y las copias, es un caballo muerto. Y cuando tienes un caballo muerto, puedes usar un látigo mejor, cambiar de jinete, amenazar al caballo con despedirlo, nombrar un comité de estudio de caballos muertos, visitar otros países a ver como montan caballos muertos, cambiar las leyes para favorecer a los caballos muertos, reclasificarlos como “vivos inmóviles”, unir varios caballos muertos en un mismo tiro, subvencionarlos, promocionarlos como supervisores de otros caballos, redefinir las prestaciones de los caballos para que los muertos cualifiquen mejor… pero al final, estarás mejor desmontando y cambiando de caballo.
Enrique Dans
McNamara ilustrando el riesgo guerra nuclear en 1963 |
La figura de Robert McNamara, Secretario de Defensa en la administración Kennedy no era para mí más que algo difuso más alimentado por personajes de películas que por datos ciertos. Y hace poco me topé con el documental que da nombre a este artículo, filmado en de 2003, siete años antes de su muerte. Se trata de una cinta dirigida por Errol Morris, y galardonada con el Oscar a la mejor película documental en 2003
Al verlo he descubierto a un hombre tremendamente inteligente, reflexivo y analítico enfrentado a personajes como el belicoso Curtis LeMay (el Göreing estadounidense), o Lyndon B. Johnson, que dio al traste con las intenciones de McNamara y Kennedy de salir de Vietnam. En definitiva, un gran analista formado en Harvard casi por casualidad, que logró ser la primera persona que alcanzó la presidencia de la Ford sin ser de la familia Ford, cargo en el que duró cinco meses, ya que John F. Kennedy le pidió convenció para que acpetase el cargo de Secretario de Defensa.
La película documental, no es sino una entrevista de aproximadamente hora y media, ilustrada con fotografías y metraje de cada momento histórico y sobre todo, con grabaciones de comunicaciones telefónicas o conversaciones históricas mantenidas a lo largo de sus mandatos. Todo esto le hace a uno reflexionar por ejemplo, en cómo hechos tan aparentemente inocuos como la elección de una asignatura durante su etapa académica puede condicionar las decisiones que toma una persona, que puede tener en sus manos cientos, miles o incluso millones de vidas humanas. Robert McNamara fue un hombre sensible y emotivo que se emocionaba sinceramente narrando los momentos trágicos del asesinato de Kennedy.
Entre las llamadas lecciones, me ha gustado especialmente “Tener empatía con el enemigo”, que fue lo que evitó el desastre nuclear en octubre de 1962, que él mismo afirma que estuvo realmente cerca y que se evitó por pura suerte, ya que había mucha más gente en ambos bandos deseando el enfrentamiento nuclear, que intentando que no ocurriese. Y la falta de esa empatía, fue lo que impidió comprender la idiosincrasia de Vietnam del Norte, y perder la guerra de Vietnam. En definitiva, que ponerte en el lugar de tu oponente suele garantizar una salida dialogada y no traumática a la crisis. También la titulada “Estar preparado para reconsiderar ideas”, que me recordó poderosamente a mi releído Watzlawick, y que ilustra perfectamente la frecuente incapacidad o resistencia de las personas a reconocer un error, o que un juicio, o una decisión anteriores, se elaboraron desde premisas incorrectas. Esto fue, según McNamara lo que hizo que EE.UU. se implicase aún más en Vietnam en una escalada hacia ninguna parte, que acabó con el desastre de 1975.
En definitiva, es un buen documento para reflexionar y profundizar en la vida de Robert McNamara y su papel en la Segunda Guerra Mundial en la oficina de Control Estadístico de la Fuerza Aérea, y durante la Guerra Fría como Secretario de Defensa de Estados Unidos hasta 1968.
Alexander Graham Bell trataba de inventar un audífono (ya que su madre y su esposa eran sordas), y en 1876 acabó “inventando” el teléfono. Esto supuso una revolución, aunque es bien cierto que al principio, esta tecnología era tan enormemente revolucionaria y novedosa que no obtuvo el calor de la gente. Para empezar, las primeras demostraciones que hizo Bell consistían en colocar a un ayudante al otro lado de la línea telefónica y pedirle que tocase el piano, con lo que el público percibió el nuevo aparato como un medio de escuchar música a distancia. Curioso, pero quizá no demasiado útil. Además de esto, mucha gente veía como algo ciertamente raro hablarle a un aparato inerte. Supongo que de la misma manera que para mi abuela Internet tiene un halo mágico, para aquellos ciudadanos de finales del siglo XIX, hablarle a un aparatejo y esperar recibir respuesta del mismo era igualmente incomprensible, costándoles entender que le hablaban a una persona, y que en realidad, el cacharro aquel era sólo un medio.
Pero el espaldarazo definitivo llegó en enero de 1878, cuando al ocurrir un accidente ferroviario en el pueblecillo dejado de la mano de Dios de Tariffville, Connecticut, alguien llamó por teléfono a Hartford, una localidad cercana de cierta envergadura. Este aviso permitió que llegasen rápidamente los médicos del pueblo vecino y atendiesen a los heridos, paliando en cierta medida las consecuencias de una catástrofe que de otro modo podría haber sido mucho peor. A partir de ese momento, la Bell Telephone hizo multimillonario a su propietario, ya que llegaron pedidos en masa que la compañía a duras penas podía satisfacer. En menos de veinte años prácticamente todas las localidades de cierta importancia en Estados Unidos tenían al menos un teléfono. Todo el mundo veía el nuevo invento como algo bueno. ¿Todos? No, no todos. El teléfono había empezado a hacer mucho daño a una industria precedente y que se creía intocable: El telégrafo. Efectivamente, la compañía Western Union, una todopoderosa empresa casi monopolística de los telégrafos, (que se había gastado un dineral en tender cables telegráficos de costa a costa durante la época más dura de las guerras contra los indios americanos), veía el teléfono como un invento demoníaco e intentó sabotearlo, boicotearlo y torpedearlo por todos los medios. Western Union tenía un capital, unos beneficios, una proyección, un potencial y unos activos increíblemente más altos que la recién nacida Bell Telephone Company y pudo habérsela comido, si hubiesen querido o sabido mirar al futuro. Pero prefirieron mirar al pasado. Western Union prefirió menospreciar la nueva tecnología, llegando a decir, en boca de su presidente que el teléfono no era más que un juguete cuando Bell le ofreció la patente del teléfono por 100.000 dólares. Tan solo dos años después el mismo Bell diría que 25 millones de dólares por la misma patente habrían sido una ganga, aun no estando ya en venta.
Hoy, Bell Telephone es, groso modo, AT&T. El mayor operador de telecomunicaciones del mundo con unos ingresos de sesenta y tres mil millones de dólares (63.000.000.000 $) anuales. Quizá en su momento la Western Union pudo haberse reconvertido al negocio emergente del teléfono y haberse subido al carro del futuro, pero prefirieron intentar mantener un servicio obsoleto, intentando zancadillear a la nueva tecnología, aplicando el complejo de Pierre Nodoyuna. Hoy, Western Union, tras abandonar el negocio de la telegrafía y reconvertirse tardíamente a los servicios financieros y de envío de dinero internacional, factura anualmente cinco mil millones de dólares (5.000.000.000 $). De ser el gigante, pasó a ser el gnomo.
Muchas veces, hoy en día, más de cien años después, cuando veo la actitud de ciertas empresas y/o colectivos acerca de las nuevas tecnologías veo a la Western Union mirando al pasado y viendo como una amenaza lo que el resto de la humanidad ve como el futuro y el progreso. Quizá dentro de algunos años, algunas empresas jóvenes crecerán al abrigo de nuevas tecnologías, y otras que no quisieron reconvertirse como, por decir algo, editoriales o discográficas, acabarán reconvirtiéndose tarde y mal, montando supermercados o puestos de palomitas…
Hablando el otro día con Fernando, le planteé mis ideas acerca de la reforma del sistema nacional de pensiones de jubilación, y además le expuse la forma de cotizar al mismo, y el modo en que esto afectaría, según lo veo yo, a la edad de jubilación, recortándola más que ampliándola. Y él me animó a que escribiese un artículo exponiendo este último planteamiento.
Empecemos por suponer que hemos aplicado el sistema de pensiones que expuse hace unos días. Para quienes no leyesen la entrada a la que me refiero, podemos resumirla como una propuesta de escindir el actual sistema de cotización a pensión de jubilación de la Seguridad Social en dos. De una parte, un plan de pensiones gestionado por el Estado, de suscripción obligatoria, no liquidable en ningún caso hasta alcanzar la edad de jubilación (como sucede ahora), y con características similares a cualquier plan de pensiones privado. Esto es, cómputo de todas las cantidades cotizadas, de la primera a la última (en vez de los n últimos años, como sucede ahora), e inversión de las cantidades cotizadas en productos de inversión que por ser gestionado por el Estado, podrían ser productos del Tesoro Público, (Obligaciones, Pagarés, Letras o Bonos). Por otro lado, y en paralelo, cotización a un fondo solidario, que podríamos llamar Fondo de Garantía de Pensiones (FOGAPE) con características similares al actual FOGASA, destinado a cubrir los gastos de aquellos ciudadanos que no han podido cotizar o que precisan de pensiones adicionales.
El problema que tiene el actual plan de pensiones, es que al tener una estructura piramidal, es preciso que cada año haya más cotizantes que el año anterior. Pero como cualquier estructura piramidal, es imposible hacerla crecer hasta el infinito, por lo que, si no tenemos nuevos cotizantes, es preciso alargar el tiempo de cotización de los cotizantes actuales, extendiendo su edad de jubilación, como ha propuesto recientemente el Gobierno. Dado que en los años 80 y 90 España experimentó un crecimiento demográfico negativo, en la época de los 1,2 hijos por mujer (lo cual es crecimiento negativo porque se juntan 2 humanos y sale sólo 1,2, lo que nos da un crecimiento de –0,8 humanos), la masa de cotizantes se reducirá, justo cuando empiecen a jubilarse los nacidos en el llamado baby boom de los años 60. Este sistema descarga el peso de todas las pensiones sobre los hombros de los actuales cotizantes, hasta llegar a un punto en que las pensiones se hacen del todo insoportables, y además obliga a los gobiernos a incentivar la natalidad constantemente, con los problemas que ello conlleva.
Cada ciudadano al nacer tiene una expectativa o esperanza de vida. Es lo que en sociología se llama esperanza de vida al nacer. Actualmente se está hablando de que la esperanza de vida al nacer podría ser de unos 120 años, pero eso no significa que yo vaya a vivir 120 años, como muchas veces se piensa, sino que los niños que nacen hoy, puede que vivan hasta el 2130 aproximadamente. Yo tengo que atenerme a la esperanza de vida al nacer de mediados de los años 70, que en España estaba en torno a los 78 años para los varones y 81 para las mujeres. Como de momento soy varón, vamos a suponer que yo voy a vivir 80 años, redondeando con generosidad.
Con esa expectativa, en condiciones ideales una persona consumiría toda su pensión, terminando de gastarla en el momento de pasar a mejor vida, momento que hemos situado a los 80 años. Eso supondría una gráfica más o menos con esta pinta:
Gráfico de consumo del Saldo final de jubilación. |
Esa línea azul representaría el gasto o consumo de nuestra pensión de jubilación. En el momento de jubilarnos tendremos cierta cantidad y dicha cantidad se irá gastando año a año hasta acabarse en el momento de morir (en condiciones ideales). Lo bueno de esto, es que puedo predecir cuál será mi pensión, ya que el Estado maneja unas cifras de pensiones mínima y máxima, por lo que es bastante sencillo predecir cuánto dinero necesitaré cada año. Supongamos que voy a cobrar 20.000 euros al año en concepto de pensión de jubilación (por decir algo). Para estar jubilados mi último año de vida, necesitaré tener acumulados 20.000 euros. Para jubilarme un año antes, a los 79, habrá que ahorrar 40.000. Para jubilarme a los 78, 60.000, a los 77, 80.000 etc. Cada año que anticipe el momento de mi jubilación, tendré que tener previstos 20.000 euros más. Para jubilarme a la edad “oficial” de los 65 años necesito 300.000 euros que me permitirán vivir, a razón de 20.000 euros al año, hasta los 80 que es la edad a la que, según la estadística, me moriré. A esta cantidad la vamos a llamar “Saldo final de jubilación”. Será el dinero que tendré que tener en un momento determinado de mi vida, para garantizarme los ingresos hasta el final de la misma. Como es obvio, cuanto más joven sea al jubilarme, más dinero acumulado necesitaré.
Supongamos ahora que yo empiezo a trabajar a los 20 años, cobrando unos 12.000 euros al año, redondeando. La retención que se me practica en concepto de suscripción al plan público de pensiones es del 20%, y eso me produce una cotización al plan de 2.400 euros anuales. Conforme mi salario va aumentando con el paso del tiempo, se me aplican tipos de retención cada vez más altos de modo que si a los 59 años cobro, pongamos, 57.000 euros anuales, se me retiene un 28% en concepto de suscripción al plan de pensiones (por supuesto todas las cifras son orientativas). La gráfica de mis aportaciones al plan de pensiones de suscripción estatal, quedaría así (en verde).
Gráfico de Saldo final de jubilación (azul), junto con el gráfico de las aportaciones al plan de pensiones (verde). |
Como se puede ver, hay un punto en que las dos líneas se cruzan. ¿Qué significa esto? Que en ese punto nuestro saldo de aportaciones superaría al Saldo final de jubilación que habíamos calculado en el punto anterior. Es decir, habré ahorrado más de lo que me voy a gastar hasta que me muera. Y la consecuencia directa de esto es que a partir de ese momento, me podré jubilar ya que he pagado mi propia pensión. En mi ejemplo, esto sucedería a los 61 años.
La ventaja de este modelo es que podría darse la libertad a los trabajadores de elegir su porcentaje de cotización dentro de una horquilla, tal como sucede ahora con las cotizaciones de los profesionales acogidos al RETA (los autónomos), que pueden cotizar desde un mínimo y hasta un máximo. En este sistema podría dejarse a elección de cualquier cotizante un porcentaje máximo y mínimo de retención de su salario. Así, si cotizo más, “perforaré” la línea del Saldo final de jubilación antes, y podré jubilarme a edad más temprana, mientras que si cotizo menos, tardaré más tiempo en alcanzar el cruce, y por tanto me jubilaré más tarde. En cualquier caso el sistema puede afinarse para que con la cotización mínima se garantice la jubilación a los 65 años. Dado que las pensiones de jubilación tienen un máximo, no me serviría de nada cotizar más tiempo del necesario, ya que una vez jubilado no cobraré por encima del máximo.
Actualmente hay gente que cotiza a la Seguridad Social más de lo que percibirá luego en concepto de pensión jubilación pública, lo cual es un beneficio para el sistema de pensiones. ¿Cómo se compensaría esto en el nuevo sistema? Muy sencillo, con lo que he llamado Fondo de Garantía de Pensiones, o FOGAPE, que se retendría como un concepto aparte y de forma proporcional al salario percibido.
¿Qué pasa si una persona supera su expectativa de vida al nacer? Bueno, evidentemente en ese caso el jubilado habrá consumido toda su pensión y tendrá que seguir cobrando, a partir de ese momento, del FOGAPE. Pero también habrá gente que fallezca antes de lo previsto, y cuyas cotizaciones jamás serán usadas (como sucede ahora), por lo que pasarán a engrosar el FOGAPE automáticamente. Esto haría que los desajustes fueran mínimos.
Con este sistema, la pensión de jubilación depende de las aportaciones que uno mismo realiza a lo largo de su vida laboral, por lo que se descarga a las generaciones futuras del lastre impositivo de sostener a sus contemporáneos pensionistas. Así no es preciso un constante y frenético fomento de la natalidad ya que desaparece la estructura piramidal. Sí es cierto que las pensiones de los no cotizantes (amas de casa, etc), o los suplementos a las pensiones (pensionistas que sobrepasan su esperanza de vida) saldrían del FOGAPE, pero al ser los beneficiarios de estas pensiones una minoría, la carga sobre los cotizantes se reduciría hasta hacerla meramente testimonial, máxime si tenemos en cuenta que las cotizaciones no percibidas (por muerte prematura) pasarían a la caja del FOGAPE.
Nota: Dado que presuponemos una inflación promedio constante a lo largo de todo el período (la vida del cotizante), podemos obviarla en ambos tramos, tanto en el de cotización como en el de percepción de la pensión. Evidentemente la inflación puede sufrir cambios que hagan perder eficacia al modelo, pero desde luego este es un efecto del todo ajeno a este o a cualquier otro sistema, y que afecta a todos por igual. De lo que se trata aquí no es de intentar evitar lo inevitable, sino de crear un modelo que contenga, en su propia definición, el menor número de vicios y defectos de diseño.
Una de las trolas que más divertidas me resultan rebatir, (al margen de la del fraude lunar), es la llamada conspiración de los chemtrails. Esta es una de esas historias magufas o conspiranoicas que son tan absurdas que frecuentemente pienso que quien la ideó por vez primera sabía que todo era una trola y pretendía reírse de los incautos que se lo creyesen. Y a fe que aún debe de estar partiéndose el pecho. En fin, para los que no lo conozcan, empezaré diciendo que ésta es una creencia popular, leyenda urbana, trola, bulo, hoax o como se quiera llamar que afirma que las estelas blancas dejadas por los aviones son en realidad una maniobra de dios sabe qué oscuros intereses o entidades, que pretenden fumigarnos para provocar todo tipo de males, desde halitosis hasta juanetes, pasando por el control mental, amén de cambios en el clima y cualquier exotismo que a uno pueda ocurrírsele. Según esta gente, para fumigar los chemtrails se utilizarían ora aviones expresamente destinados a ello, ora aviones comerciales dotados de dispositivos fumigadores con la connivencia de las aerolíneas, o en su desconocimiento. Los defensores de esta tesis basan sus afirmaciones en el hecho de que dichas estelas se concentran en las grandes ciudades, que presentan curiosos patrones en el cielo, como líneas rectas, que duran más tiempo en el cielo y tardan más en desvanecerse, que cada vez hay más estelas, etc. Todo ello por no hablar de las supuestas enfermedades que se achacan a los chemtrails.
El origen del término no tiene mucha miga: Las estelas de condensación de los aviones se llaman en inglés contrails, contracción de condensation trails. En base a ese término y a la creencia de que dichas estelas eran debidas a la fumigación con secretos agentes químicos, se acuñó la expresión chemical trails, contraída como chemtrails.
Una formación de B-17 dejando estelas de condensación durante la Segunda Guerra Mundial. |
Para comprender qué son y por qué se forman las estelas de condensación tendremos que aprender un poquito de química y de física. Si bien un avión puede formar estelas de condensación en partes prominentes de su estructura, como las puntas de las alas, las estelas de condensación que vemos cotidianamente tras un reactor comercial, se originan en los motores. Los motores de combustión interna que utilizamos desde hace un siglo funcionan quemando hidrocarburos. Los hidrocarburos son compuestos basados esencialmente (como puede inferirse de su nombre) en dos elementos químicos: Carbono e hidrógeno. Quemar consiste básicamente en oxidar a gran velocidad, es decir, en combinar un compuesto o elemento con oxígeno. Debido a estas dos circunstancias, cuando se queman dichos hidrocarburos, se emiten principalmente compuestos de carbono y oxígeno, como el monóxido y el dióxido de carbono (CO y CO2) y un compuesto de hidrógeno y oxígeno, bastante común por aquí y que solemos llamar agua (H2O). Dada la alta temperatura de dicho proceso, el agua desprendida en el proceso aparece en forma de vapor. El vapor de agua es un gas transparente, como ya expliqué en una ocasión, así que no se ve a simple vista. Sin embargo, cuando un avión vuela a partir de cierta altitud, el aire circundante está extremadamente frío, a temperaturas de varias decenas de grados bajo cero. Esto provoca un enfriamiento repentino de dicho vapor de agua, que se condensa (de ahí el nombre de estela de condensación) en forma de gotitas que sí se hacen visibles en forma de una bonita cola blanca que sigue al avión. De hecho, aunque las estelas de condensación se asocian normalmente a reactores, lo cierto es que cualquier avión que queme hidrocarburos como sucedía con los bombarderos de pistón en la Segunda Guerra Mundial y que delataban la posición de dichas formaciones.
La mayor o menor persistencia de la estela es esgrimida por los magufos como un argumento a su favor. Según ellos, las estelas que duran más tiempo son chemtrails, mientras que las que se desvanecen rápidamente son contrails normales. Pero lo cierto es que esto es a todas luces absurdo, ya que la persistencia de una estela de condensación depende únicamente de la temperatura, la presión atmosférica y del viento. De la misma manera que el vaho que exhalamos en invierno en ocasiones se disipa rápidamente y otras veces es denso y permanece, sin que ello signifique que pretendamos fumigar a nadie con nuestro aliento, por mucho tiempo que haga que no nos lavamos los dientes. Con vientos fuertes, las partículas de la hipotética fumigación maligna se alejarán unas de otras, hasta hacer la operación totalmente absurda e ineficaz. En ocasiones las estelas pueden tener irisaciones. Estas se producen cuando la condensación pasa a estado sólido, formando cristales de hielo. En esencia a esto lo llamamos cirros cuando se forman naturalmente, y cuando el sol incide con cierto ángulo sobre dichos cristales de hielo, la luz se descompone en su interior de la misma manera que se descompone en un prisma o en una gota de agua. Al efecto resultante lo llamamos arcoiris. Nada de peligroso, maligno o diabólico.
Un espectacular 747 de Evergreen International, dedicado a la lucha contraincendios. |
Al margen de todo lo dicho, la verdad es que no tendría sentido fumigar a una altitud de 30.000 pies (unos 10.000 metros) ya que el agente maligno podría acabar, llevado por los fuertes vientos de la estratosfera, dispersado hasta cualquier parte menos donde se pretendía. La fumigación podría hacerse sobre Madrid y acabar cayendo sobre una granja de vacas en Ávila y con tal dispersión que no afectaría ni a un gusarapo. Por esa razón los profesionales de la fumigación realizan esta labor a pocos metros sobre los cultivos. En este punto los magufos, (siempre dispuestos a tirar de cualquier recurso, por inverosímil que resulte, con tal de defender in extremis sus estrambóticos planteamientos), han echado mano de algunas fotos y vídeos de reactores comerciales convertidos en apagafuegos como los de Evergreen International, muy espectaculares, pero que operan a pocas decenas de metros sobre el suelo, y no a varios kilómetros de altura que es donde aparecen las estelas de condensación.
Evolución del transporte aéreo entre 1950 y 2008. |
Evidentemente cada vez hay más estelas. El transporte aéreo tanto de pasajeros como de mercancías ha crecido exponencialmente desde los años cincuenta del pasado siglo, como atestigua esta estadística. Entre 1978 y 1994 se dobló el transporte aéreo mundial, pero sólo necesitó hasta 2004 para volverse a doblar. Esta es la causa de que las estelas de condensación en el cielo fueran algo casual en muchos sitios durante los ochenta, y que se hayan convertido en algo más que cotidiano, sobre todo en áreas de fuerte crecimiento socioeconómico.
Una carta de navegación aérea mostrando la confluencia de las aerovías en torno a un VOR. |
La razón de los patrones es sencilla si se explican un par de conceptos de aviación comercial. Los aviones, en crucero vuelan por las denominadas aerovías o rutas aéreas. Se trata de determinados caminos en el cielo siempre en línea recta. Los pequeños cambios de dirección o cruces con otras aerovías se realizan sobre determinados puntos, llamados fijos, o bien sobre radiobalizas (generalmente estaciones VOR). Estas radiobalizas frecuentemente están cerca o incluso dentro de aeropuertos. Y como es sabido, los aeropuertos están cerca de ciudades. Esto significa que en algunos puntos, muchas veces cercanos a ciudades, habrá una notable confluencia de aerovías, que hará que se formen en esas zonas acumulaciones de estelas.
Así que cuando mires al cielo y veas un avión dejando una estela blanca, ya sabes lo que es. Una sustancia química que llamamos monóxido de dihidrógeno. Agua, para los amigos.
He estado un buen rato trasteando con Google Buzz. No tiene gran cosa, y no es que se necesite demasiado tiempo para explorarlo a fondo. Basta apenas un cuarto de hora para probar todas las funciones. Básicamente se pueden colocar mensajes cortos (al estilo de Twitter), o compartir direcciones web (como las compartidas en Facebook), o imágenes. Vale, esto no es gran cosa, a fin de cuentas ya tenemos otros medios de hacer todo esto. ¿Dónde radica entonces lo bueno de Google Buzz? Bueno, para empezar podemos compartir algo con todo el mundo, o sólo con un reducido grupo de personas que nosotros seleccionemos. Esto ya implica un nivel de seguridad no a nivel de cuenta, sino a nivel de mensaje (parecido al que Facebook implementó en una de sus últimas actualizaciones de seguridad).
La gente se ha empeñado en ver Google Buzz como el “Twitter killer” o el “Facebook killer”, y creo que es un error de concepto. No creo en absoluto que Buzz vaya a acabar con Twitter, Facebook ni ningún otro servicio, porque creo que Buzz está llamado a ser (y así lo veo yo), un agregador de elementos sociales. En efecto Google Buzz tiene como importante funcionalidad la de conectar con otros servicios web, para mostrar en Buzz este contenido.
Google Buzz como agregador social |
En un mundo en el que usamos numerosos servicios con capacidad “social”, y en el que la tendencia de todos los servicios es la “socialización”, tener un contenedor para que, en un mismo sitio se pueda acceder a todo nuestro contenido compartido, puede ser la gran baza de Google. Así, en mi opinión Buzz no será un competidor de Twitter, ni Facebook ni ningún otro, sino que será un contenedor donde se actualizará nuestro feed desde Twitter, Picasa o Flickr entre otros. Y por qué no, Facebook, Blogger, LinkedIn o cualquier otro servicio social. Y si esto sucede, de nuevo los vientos volverán a soplar a favor de Mountain View, ya que todos estos servicios perderán visitas de quienes quieran conocer mis actualizaciones, visitas que ganará Google Buzz cuando acudan ahí a ver de forma centralizada toda esa información, y mostrando al lado el sempiterno Google AdSense. Jugada maestra, sin duda.
El antiguo y el nuevo diseño de Europa en las monedas |
—Hola. Somos Movistar, y según dice nuestro jefe “Las redes son nuestras”. Así que podemos hacer lo que queramos. Venimos a decirte que lo que te hemos vendido hasta ahora como “tarifa plana”, en realidad no era una tarifa plana. Era todo mentira.—
—No, si eso ya lo sabía, pero WTF! ¡Qué jeta tenéis reconociendo abiertamente que nos timáis!, ¿no?—
—Si, claro. Pero es porque al reconocer que te hemos engañado todo este tiempo, ahora podemos venderte una tarifa plana de verdad. Venga, esta vez sí va en serio, es plana, plana, plana, y no te engañamos. :) ¿Sí? ¿Nos la compras? Porfi porfi porfiiiii —
Viendo la reciente noticia del rechazo por parte de la Audiencia Nacional a que el Estado se haga responsable subsidiario de los males provocados por Afinsa y Fórum Filatélico. Para desesperación de los afectados, claro, que han puesto el grito en el cielo y a caldo a los magistrados, por rechazar que papá Estado se haga cargo de los ahorros que unos mangantes les birlaron. No es que no me solidarice con los inversores de Afinsa y demás. Desde luego gozan de toda mi solidaridad. Pero no de mi dinero. Porque si quieres que el Estado responda de tus ahorros, invierte en Bonos del Tesoro, Obligaciones o Pagarés, que para eso están. Ya está bien del cachondeo de privatizar beneficios y nacionalizar pérdidas, como parece que quiere todo dios cuando le tocan el parné. Justo lo que pasó con AIr Comet.
Analicemos: En ambos casos, ciudadanos particulares se vieron afectados negativamente por la quiebra de una empresa privada, ajena a la intervención del Estado. Sin embargo en el caso de Air Comet, el Gobierno no dudó en gastarse los millones que fueran necesarios en contentar a todo aquel que llore un poco. Y no sólo en el caso de Air Comet, sino que algo parecido sucedió en el caso del Alakrana, del Playa de Bakio, de los cooperantes secuestrados en Mauritania, y la lista podría ser eterna…
¿Vivimos una perversión de la democracia en la que los gobernantes son esclavos de los votos? ¿No es acaso eso una tiranía? ¿Pretenden los políticos comprar nuestros votos a base de resolver a golpe de talonario todos y cada uno de los desmanes de que sean víctimas los ciudadanos? ¿No se dan cuenta de que gastarse el dinero de muchos para contentar a unos pocos, sólo consigue los votos de esos pocos en detrimento de los votos de esos muchos? ¿O es que pretenden comprarnos a todos mediante aquello de que “muchos pocos hacen un mucho”?
Evidentemente la diferencia está en quién aplica la medida. Un juez tiene que hacer su carrera de derecho, y luego estudiar como un cabrón para aprobar unas oposiciones tan duras como la jeta de nuestros políticos. Si además de juez, llegan a magistrado (como los de la Audiencia Nacional de la que empezaba a hablar), tienen que haberse ganado el puesto por ascenso o por concurso. Evidentemente, cuando una persona llega a ese nivel, me quito el sombrero. Y quien siga esta tribuna sabe que doy leña a los jueces cuando me parecen absurdas sus decisiones, pero de la misma manera sé reconocer la valía.
En el otro platillo de la balanza (píllese el doble sentido), tenemos a un señor que puede haber salir de recoger alcachofas (con todos mis respetos a los hortelanos), y lamiendo cuatro culos y presentándose a un par de elecciones, zas. Ministro. No digo que los hombres del campo no puedan ser ministros. En absoluto. Los hay que yo lo sé, que desde luego mejor nos iría a todos si tuvieran una cartera de esas con letras doradas en vez de alguno de los encorbatados que se sientan en las poltronas azules de la Carrera de San Jerónimo. Lo que quiero decir es que el día en que para que alguien dirija los designios de un país se le exija una prueba de honestidad, conocimientos, sentido común e integridad como la que se exige a un juez, otro gallo nos cantará. Y así no tendremos politicuchos (de uno u otro color) tocapelotas, cantamañanas y soplagaitas que se dediquen a despilfarrar el dinero público con tal de quedar bien de cara a la galería.