Llega el verano, y con él, uno de los habitantes más típicos del mismo. Las avispas. Las avispas son además uno de los seres más temidos, y por ello más odiados por la gente. Tendemos a crearnos un entorno antinatural en el que no tiene cabida más que nuestro ambiente sintético. Como mucho, tras recubrirlo todo de cemento, creamos un jardincillo, a modo de palimpsesto de la naturaleza que una vez ocupó el asfalto.
Al llegar el calor se acercan a los lugares donde hay agua (piscinas, fuentes, macetas, jardines) a recoger agua o barro para construir los nidos para dar lugar a la siguiente generación. En mis macetas y jardineras hay permanentemente una docena de avispas, generalmente de las especies
Vespinae y
Eumeninae (la avispa común y avispa alfarera respectivamente). Yo me acerco a las macetas, riego las plantas y ellas me ignoran. No las intento ahuyentar. No las toco. No me comporto agresivamente con ellas. Simplemente paso a su alrededor exactamente igual que si fuesen moscas, y ellas se comportan conmigo como con cualquier bicho grandote de su entorno contra el que no tienen nada. Jamás me ha picado una, como no picarían a una vaca, a un caballo o a una cabra en su entorno natural. Pero yo debo de ser muy raro, porque cuando estoy con mis plantas, rodeado de docenas de avispas, oigo cada dos por tres gritos histéricos de personas a quienes aterran las avispas, e inculcan ese terror en sus hijos. Yo sentaría a mi hijo conmigo y estaríamos una media hora observando las idas y venidas de una avispa alfarera haciendo su ánfora, llenando la despensa con una enorme larva aletargada, colocando un huevo en su interior, y sellando la boca. Eso mismo estuve presenciando pacientemente hace un par de días, aunque hay gente que prefiere verlo por la tele. Pero es que yo debo de ser muy raro.
Casi todas las especies más comunes de la familia
vespidae (y sobre todo las que viven en Europa) tienen vistosos colores (generalmente amarillo y negro) que nosotros hemos copiado en nuestro mundo urbanita con el mismo significado: Peligro. Advertencia. Precaución. Cuidado. En efecto, las avispas, como todos los himenópteros, tienen aguijón y pican como mecanismo de defensa ante una agresión exterior. Generalmente su mensaje de advertencia va orientado a sus enemigos naturales, los mirlos, estorninos, golondrinas y demás aves insectívoras. Picar, lo que se dice picar, también lo hacen las abejas, pero a diferencia de sus primas, las primeras no polinizan ni producen miel sino que se hicieron carnívoras en el camino evolutivo. Por ello cazan otros insectos, principalmente larvas (orugas). De modo que la gente las percibe como un animal peligroso sin contrapartida positiva alguna. Pero claro, eso no deja de ser nuestra particular visión (bastante miope, como siempre) del entorno natural. Todos los animales tienen un lugar en ese delicado equilibrio ecológico, aunque tendemos a pensar que podemos eliminar a nuestro antojo a aquellos elementos que consideramos indeseables a nuestros ojos, sin mayores consecuencias. ¡Qué torpes somos al creer que podemos mejorar de un plumazo lo que la naturaleza ha labrado durante millones de años!
Lo cierto es que las avispas ocupan un lugar indispensable en el control de las plagas que destrozan nuestros preciosos jardines. Desterrarlas implicaría dejarlos a merced de las orugas y minadores que camparían a sus anchas comiéndose hasta la médula las plantas de las que se alimentan, y arruinando las plantas ornamentales. Ah bueno, que nosotros los homo "sapiens" ya tenemos un medio para atajar esto sin necesidad de las avispas: Los pesticidas. Aunque si se me apura, yo preferiría que a mi hijo le picase una avispa a que corretease entre plantas llenas de pesticida. Pero claro, es que yo debo de ser muy raro.