Lo cierto es que yo tardé unos 10 minutos (ahí está Twitter) en manifestar mis recelos. No sé si será que tengo molla en el "músculo crítico" o qué, pero hubo varios hechos que me hicieron sospechar ya desde un primer momento y esta sospecha no hizo más que crecer hasta la confirmación final. Sigue la estela de otros grandes mockumentaries de la historia, como el gran Alternativa 3 o el más reciente Opercación Luna. Se cogen hechos ciertos de los que nadie dude y se hilan con una historia a nuestro gusto. Aunque hagan aguas (como que el tapiz del despacho fue creado ad-hoc, cuando es un tapiz del que se conoce su historia y que tiene el escudo de los primeros Borbones españoles, desde Felipe V a Carlos III). Pero el que construye un bulo así cuenta con que la mitad de la gente no tiene el necesario espíritu crítico para dudarlo y la otra mitad no tendrá ganas de comprobarlo.
No me sorprende lo fácil que es colársela a la gente, ya que he visto cómo la gente se cree cualquier cosa que le cuenten, desde que no llegamos a la Luna, hasta que el agua puede imantarse, pasando por la homeopatía o que la radiación de microondas que emiten las antenas de telefonía produce cáncer. La gente se lo cree todo si se lo envuelves en papel de regalo. No me sorprende, como digo, pero sí me alarma (una vez más).
Ayer mantuve varios debates en Twitter y vi varios tipos de indignación. Uno el de la rabia del engañado. Lo que más rabia le da a una persona de que le engañen, no es que le engañen, sino que quien le engaña lo haga público. Eso te deja como gilipollas a los ojos de todos y puedo comprender que molesta. Ante esto, la mejor aproximación es reflexionar por qué uno es tan crédulo como para tragarse sin masticar tamaña chorrada, sin cuestionar nada.
Algunos del tipo anterior, manifestaron luego que no les habían engañado ni nada, pero que les parecía fatal que se hicieran estas cosas, algunos alegando que "vivieron aquello" y que fue muy serio como para hacer bromas. Yo no sé dónde está la broma. A mí no me pareció una broma, sino el señalar con el dedo la acriticidad y credulidad de una sociedad preparada para cualquier engaño. La reflexión que me surge viene de la mano de la que hizo Jordi Évole anoche en Twitter, en la línea de que quien se lo ha creído debería pensar cuántas veces es engañado sin que nadie al final se lo confiese.
Lamentablemente, como ya decía en la introducción, manifestamos nuestra españolidad gritando sobre el no-tema, y no hablando del tema. El mockumentary Operación Palace, no es sino una denuncia de que, sin información, es fácil construir cualquier versión de unos hechos, que se acomode a cualquier gusto. Y si no tenemos información es porque el Tribunal Supremo decretó un secreto de sumario que no se levantará hasta muchas décadas después de los hechos. Ante hechos como éste, especialmente graves, juzgados y de los cuales no cabe esperar que hagan peligrar la Seguridad Nacional ni otras zarandajas creo que la indignación que aplica aquí es la de exigir saber qué demonios pasó aquel lunes de febrero de 1981 y por qué no podemos saber quién llamó a quién desde los teléfonos del palacio de la Carrera de San Jerónimo. Y si la verdad es tan grave que hace temblar los cimientos de nuestra democracia, razón de más para saberla cuanto antes y sanear esa podredumbre que el Supremo medió debajo de la alfombra.
En definitiva, de todo esto se destilan dos conclusiones y dos consejos.
- Es fácil crear una enorme mentira, como que Kubrick filmó la llegada a la Luna o Garci la entrada de Tejero en el Congreso. Así que sea crítico. Dude de todo, independientemente de quién o cómo se lo cuenten. Especialmente si son afirmaciones categóricas. Contraste los datos con otras fuentes, y recuerde: un testimonio nunca es una prueba.
- Es fácil desviar la atención con un bluff. No deje que los árboles le impidan ver el bosque. Ejercite el arte de escudriñar la cuestión subyacente a cualquier tema. Aprenda a abstraerse de lo llamativo y vistoso. Con los ilusionistas, mire la mano que menos se mueve, y con los telediarios, mire allí donde no está el espectáculo.
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