El sistema penal español es uno de los más modernos del mundo. Se basa esencialmente, como no podría ser de otro modo y aunque siga sorprendiendo a algunos, en la reinserción. Esto quiere decir que cuando un delincuente da con sus huesos en el talego, su estancia allí no tiene como objetivo apartarlo de la sociedad, (filosofía rancia y de siglos pasados), sino hacer de ese enfermo social, un elemento asimilable por la sociedad. Si no se persiguiese esta meta, bastaría con encerrar de por vida a aquellos elementos subversivos.
Por supuesto esto es la teoría, y aunque sobre el papel esto sea así, no siempre se cuenta con los medios humanos, económicos o materiales para llevar a cabo esta misión, de modo que
muchos algunos de los internos no consiguen reinsertarse. En esos casos es el sistema el que falla, ya que no consigue cumplir el objetivo que se había marcado. Dado nuestro sistema, lo ideal sería poder "reconducir" a los
estraviados lo antes posible. Y si creyésemos en las novelas de ficción científica, bastaría con apretar un botón para que un ciudadano criminal se convirtiese A quien sorprenda este hecho y se escandalice de que aún existiendo ese "milagro", el criminal no se pudriese en la cárcel, significa que no ha comprendido la naturaleza de un sistema penal del siglo XXI. Porque es muy importante
separar por completo la justicia de la venganza.
Sin embargo sería un necio si negase que las condenas tanto civiles como penales que impone la administración de justicia tienen otro cometido. El disuasorio. Cuando un señor se plantea atracar una joyería, valora si
"le merece la pena" el posible beneficio con el riesgo de pasar una temporada a la sombra. De este modo, si un determinado delito se da con mayor frecuencia, parece claro que aumentar las penas asociadas a dicho delito, harán a los potenciales delincuentes pensárselo dos veces antes de cometerlo. Esto es lo que nos dice la lógica. Pero es una lógica simplista. ¿Por qué? Porque existen modificadores de conducta.
Hay determinados hechos que son compulsivos. La compulsión, en psicología, es un impulso ajeno al control del individuo que hace que los actos realizados sean, si bien conscientes, inevitables. El acto realizado con compulsión puede ser algo que el sujeto sepa perfectamente que no debe hacer (como comer, para un enfermo de bulimia nerviosa), pero no puede evitarlo. La pasión es una perturbación del juicio que provoca trastornos en el comportamiento. Un enajenado puede cometer acciones bajo su estado alterado de conciencia, que en circunstancias normales, y con premeditación no haría. Hay determinados trastornos psicológicos que inducen a las personas a actuar de forma desordenada. Por supuesto, un crimen pasional no es menos crimen que uno "ordinario", pero la forma de tratar tanto al criminal como al código jurídico, han de ser bien diferentes.
Ayer,
los padres de Mari Luz solicitaron al presidente del Gobierno el aumento de las penas por pederastia. Hace unos meses,
en Austria se emprendió un proceso similar tras salir a la luz el caso de Natascha Kampusch. Y el problema de todo esto, es que no es más que un engaño. Realmente ninguna de estas medidas hará que determinados elementos de la sociedad tengan perturbados los mecanismos de apetencia sexual. Ninguna pena de cárcel, por estrastosférica que sea, hará que un trastornado deje de desear sexualmente a un niño o una niña. Ninguna condena, ni ningún millón de firmas, ni ninguna presión social, policial ni judicial impedirá que un señor enajenado mate a su pareja o ex-pareja porque en ese momento asume que ha de hacerlo. De la misma manera que no hay forma judicial de evitar que
un chaval coja una pistola y mate a la mitad de sus compañeros en un instituto. ¿Y por qué? Porque ninguno de esos individuos son conscientes de sus actos, ni calibran las consecuencias de los mismos, ni se plantean si compensa o no, de la forma en que lo hace el ladrón de la joyería. Los trastornos mentales son así. La única forma de evitar este tipo de sucesos es mediante una educación integral de respeto por los semejantes. Evitando traumas, o enseñando a gestionar los inevitables, de forma que no desencadenen la tragedia. Pero lo más espeluznante de todo, es que ni siquiera eso nos garantizará que de cuando en cuando no emerja desde las profundidades de la psique humana un monstruo social que atente contra sus semejantes. Y esta idea nos aterra porque en el fondo sabemos que todos somos humanos, y que ese asesino, ese pederasta o ese perturbado, al fin y al cabo está hecho de la misma carne que cualquiera de nosotros.
Mientras no miremos este tipo de crímenes desde una perspectiva puramente psicológica, dejando en un segundo plano el aspecto penal, jamás podremos, como sociedad, atajar ni un milímetro este tipo de acciones. Mientras no logremos la madurez de juicio necesaria (aunque no suficiente) para comprender los mecanismos de actuación de estos individuos, jamás servirán de nada las medidas propagandísticas que con mejor o peor fortuna se planteen ante jueces o presidentes de Gobierno.