Lo cierto es que hasta la fecha en España ha habido dos repúblicas. La primera, que duró apenas 23 meses a caballo entre 1873 y 1874 nos cayó prácticamente por casualidad cuando Su Majestad Amadeo de Saboya agarró (literalmente) los trastos, dijo "ahí os quedáis" y se volvió a su Turín natal de donde nunca debió salir para venir a un país tan desastroso como éste, tras el despiporre en que se convirtió la primera monarquía parlamentaria en la piel de toro. Para su desgracia ni siquiera pudo desahogarse con el que le había convencido de que se hiciera rey de España. Pero eso es otra guerra.
De modo que tras haber echado a la última Borbona y haberle hecho la vida imposible al primer rey de una nueva dinastía hasta el punto de mandarnos a la mierda (con lo bien educados que solían estar los reyes del XIX), la opción republicana se convirtió prácticamente en una huida hacia adelante. Así, los símbolos de la nueva forma de Estado fueron en esencia una adaptación mínima de los anteriores. Se conservó la bandera rojigualda y quizá por aquello cumplir con la coherencia se limitaron a eliminar del escudo presente en la misma, la corona (en algunas ocasiones cosiendo encima de dicha cimera un trozo de paño amarillo, palabrita). Por su parte, el escudo nacional (que en aquella época no era el mismo que aparecía en la bandera), quedaba demasiado desnudo sin corona y le hizo un restyling eliminando los elementos referentes a la monarquía, y sustituyendo la corona sobre el escudo por la corona mural, tradicional símbolo del poder de la ciudadanía. Y ahí quedó todo.
Con la restauración de la monarquía todo cambió para que nada cambiase y así estuvieron las cosas durante más de medio siglo. En la primavera de 1931 unas inocentes elecciones municipales darían una victoria aplastante en las principales ciudades españolas a Izquierda Republicana, un partido que hoy en día sólo pinta algo en su sabor catalán. Su Majestar Alfonso XIII comprendió que después de haber apoyado algún que otro golpe de estado y alguna que otra dictadura militar con tal de que le dejasen vivir con vistas a la Almudena, mejor era poner pies el polvorosa. Como su antecesor Amadeo, hizo las maletas, dijo "Arrivederci, Madrid" y se fue a Roma.
Entonces los prohombres del nuevo estado (que no se llamaba "Segunda República" sino "República Española" a secas, todo sea dicho), decidieron que, esta vez sí, había que hacerle un lavado de cara a los símbolos nacionales. El escudo de la anterior república no quedaba mal, así que podía servir. Pero la bandera de ninguna manera, y menos siendo como tradicionalmente se ha considerado, un invento personal del bistatarabuelo del rey al que acababan de dar boleto. Y puestos a diseñar una bandera había que elegir colores chulos. El rojo y el amarillo (gules y oro, heráldicamente hablando) estaban presentes en la heráldica tradicional española de los reinos fundacionales, a saber, Aragón, Castilla y Navarra (parece que la falta de originalidad no entiende de regionalismos). Así que el amarillo y el rojo parecía claro que se quedaban. Pero había que meter algo más, algo nuevo y que simbolizara la república. ¿Qué es la república? El poder del pueblo. ¿Y cuándo ha sido la primera vez que el pueblo se rebeló contra la tiranía de forma épica y gloriosa… (aunque, ejem, les dieron pa'l pelo)? Pues en la revuelta de los Comuneros. ¡Meeec! ¡Strike uno! A Bravo, Padilla y Maldonado jamás se les pasó por la cabeza el fundar ningún tipo de gobierno republicano, sino que reclamaban al rey que hiciera caso a sus demandas. Esos comuneros, además, al enfrentarse con las tropas imperiales enarbolaban el pendón castellano de toda la vida (un castillo de oro sobre campo de gules, para que se me entienda, un castillo amarillo en medio de una bandera roja). Sin embargo el hecho de usar tintes naturales, el hecho de no haberse fundado aún Pantone® y 400 años de polillas hacía que los pendones comuneros que se conservaban, además de estar bastante ajados, mostrasen un color bien diferente de aquel con el que habían ondeado al viento. En concreto aquel carmesí castellano había derivado en un burdeos en el mejor de los casos y en un violáceo purpúreo en otros. Y sin darse cuenta que se debía sólo al paso del tiempo y a la ausencia de estándares como el CMYK, el estudioso de turno entendió que aquel morado era el color que simbolizaba el poder del pueblo y… ¡Meeec! ¡Strike dos! Así que con el morado unido al rojo y al amarillo, la tricolor se convirtió en la bandera española por otros cinco años y poco. ¡Meeec! ¡Meeec! ¡Meeec! ¡Strike tres!
Por supuesto una anécdota así no deslegitima a una bandera. Todas las banderas tienen sus curiosidades y sus gazapos. Sin ir más lejos, en la de León strictu senso debería haber un legionaro romano y no la mascota de Ángel Cristo. Una bandera es un símbolo y como tal el sentido que tiene es el de simbolizar y no representar con fidelidad la realidad (ni los castillos son de oro, ni los leones violeta).
Sea como fuere, y viendo la diferencia de derroteros que tomaron la primera y segunda intentona republicanas en España en lo que a la definición de sus símbolos se refiere, cabe pensar que si hubiese una tercera, su bandera no tendría necesariamente por qué ser la tricolor. El enarbolar la tricolor en todas las manifestaciones republicanas creo que responde más a un anhelo debido a la forma abrupta en la que terminó la república que la usó como bandera oficial y a un entendimiento soterrado de que la proclamación de una (tercera) república sería en cierta medida una continuación de la de 1931, cuando creo que ni sería ni debería ser así.
Si se proclamase una república en España la bandera podría ser "la de siempre", la tricolor o una completamente nueva, aunque si de diferenciarse se trata, la tricolor parte la pana. El morado no lo usa actualmente ni una sola bandera como color principal. ;)
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