Los felinos son animales mucho menos evolucionados que los cánidos. Un gato es una máquina perfecta de acechar y cazar. Es muy efectivo en su terreno y está diseñado hasta el último detalle para no fallar, pero es poco eficiente en cualquier otro tipo de situación. No obstante, hay algunas ocasiones en las que los gatos desprenden chispas de inteligencia en las que superan a los perros. Por ejemplo, ante una puerta entornada, un perro mete el hocico, la cabeza, y hace el bruto hasta que consigue abrirla. Un gato, sin embargo, se pone sobre sus patas traseras y empuja con las delanteras la puerta, que se abre, permitiéndole pasar. Desde luego si pesas cinco kilogramos y no levantas más de 30 cm del suelo, es la forma más inteligente de operar.
Lo gracioso es que este método tan eficaz para puertas con bisagra, se vuelve copletamente inútil cuando un gato de varios años de edad, acostumbrado a abrir puertas como Pedro por su casa, se enfrenta por vez primera a una puerta medio cerrada, pero esta vez corredera. Percibe que por el hueco abierto no cabe, y se coloca al borde de la puerta, donde el momento de su fuerza es mayor, y emprende la acción que tantas veces en el pasado le ha dado óptimos resultados. Se pone de pie, y empuja. Pero la puerta no se abre. Tras unos segundos en esa posición, baja de nuevo a cuatro patas. Medita, y lo vuelve a intentar. El pobre no sabe por qué demonios no funciona hoy lo que siempre ha funcionado. Y lo intenta una y otra vez extrañadísimo. El método canino de entrar a las bravas por el hueco le habría resuleto la papeleta, pero su inteligencia se vuelve completamente ineficaz debido a la falta de capacidad de improvisación. Finalmente, tras varios intentos frustrados, el compañero humano de dicho gato, que se tronchaba de risa desde el sofá presenciando la escena, se decide a levantarse y abrirle la puerta, hecho este que el minino agradece con sonoros maullidos.
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