26 dic 2006

Lolita vs. Lolita

"Lolita" es uno de mis libros de cabecera. Lo leí por vez primera con 24 años, mientras veía cómo mis compañeros de trabajo me hacían comentarios socarrones al verlo sobre mi mesa, a los que yo respondía muy indignado que sus comentarios denotaban sin lugar a dudas que ellos no lo habían leído. Lolita es un libro con fama mal merecida, como le sucede al “Guardián entre el Centeno” y otros, fama insuflada sin duda por alguno que no lo ha leído o que lo ha leído sin tener dos dedos de frente. Con Lolita me enamoré perdidamente de Vladimir Nabokov, de su estilo adornado y metafórico, de deliciosa lectura. Cierto es que ningún otro libro de Nabokov me ha gustado tanto como este, y cierto es también que leer Lolita en primer lugar descafeinó bastante la experiencia con sus “Cuentos cortos”, o “La defensa de Luzhin” entre otros. Para el que no lo haya leído ni le importe que se lo destripe, extractaré que “Lolita” es una historia de amor imposible entre un hombre y una nínfula. Humbert fue siempre un chico tímido y con unos quince años se enamora localmente de Annabel, una niña de que empezaba a dejar de serlo, unos meses menor que él, cuando ambos veranean en la costa azul en el período de entreguerras. Cuando por fin una noche, ambos adolescentes van a dar rienda suelta a sus pasiones, un adulto les interrumpe y poco después Annabel muere de tifus privando a Humbert de su amor. Este hecho traumatiza al joven Humbert de tal modo que su ideal de belleza permanece congelado en aquellas formas a mitad de camino entre la niña y la mujer, que poseía su Annabel. Desde entonces no podrá enamorarse más que de un determinado tipo de niña, atrevida, atractiva, una de cada muchas que responde a la tipología que él mismo llama “nínfula”. El Humbert adulto es un atractivo varón que suele atraer a las mujeres y a lo largo de su vida intentará sin éxito buscar en mujeres de su edad esas características que su subconsciente anhela y que perdió aquel verano de su adolescencia. Así las cosas, emigra a Estados Unidos para impartir clases como profesor, y por una carambola del destino acaba alojado en casa de los Haze, una viuda llamada Charlotte y su hija de cerca de trece años, Dolores a la que llama cariñosamente Lolita. Humbert se enamora locamente de la adolescente, que en su descaro flirtea sin escrúpulos con el profesor, mientras la madre se enamora de él a quien pide matrimonio, propuesta aceptada por Humbert para poder permanecer al lado de Lolita. Los tres forman un peligroso triángulo amoroso que se rompe cuando Charlotte descubre el diario en el que Humbert plasma sus prohibidas pasiones hacia Lo. Ella, enajenada sale de casa corriendo para enviar tres cartas a su hija (en esos momentos en un campamento de verano), a una escuela en otra ciudad y al propio Humbert, cuando es atropellada por un coche lo que le convierte automáticamente en tutor legal de Lolita. A partir de ese momento, Humbert va a buscar a Lolita al campamento y se la lleva de viaje, donde comienza a dar rienda suelta a sus pasiones con una atrevida Lolita que se presta al juego amoroso atraída por aquel atractivo adulto y por una creciente sensación de dominar la situación. Poco a poco se invierten los papeles y el dominador se convierte en dominado cuando Lolita toma conciencia de su poder y comienza a utilizarlo para extorsionar a su padrastro cada vez más. Cuando la tensión llega al máximo, Lolita es seducida con mayor o menor consentimiento por su parte, por otro pedófilo, el escritor Clare Quilty, con quien decide irse para abandonar a Humbert. Tras ello, intentará localizar a Lolita a quien encontrará años después ya convertida en una mujer y con su vida rehecha. Ella no quiere mirar al pasado, un pasado en que Humbert, como siempre, ha quedado anclado. Ella le revela la identidad de su seductor, aquel que la apartó de su lado. Había sido Clare Quilty. Con este dato, Humbert decidirá buscarle y no descansará hasta dar con Quilty y acabar con su vida, centrando en él su desdicha por privarle de Lolita.

“Lolita” ha sido llevado al cine en dos ocasiones, ambas con título homónimo al del libro. La primera en 1962 dirigida por Stanley Kubrick y la segunda en 1997 dirigida por Adrian Lyne. Treinta y cinco años de diferencia. Es posible que los comentarios que voy a verter aquí levanten alguna que otra ampolla. Me pasa siempre. Pero qué le voy a hacer, ahí va: A mí me gusta más la de Adrian Lyne, que la de Stanley Kubrick. Pero antes de que nadie empiece a tirarme tomates, enunciaré mis razones, pero vaya por delante que quien desee ver alguna de las dos Lolitas, debería parar de leer ahora (aunque si has leído el párrafo anterior, poco voy a destriparte ya...)

Vamos con la primera Lolita. Tiene varios puntos a su favor. Su screenplay fue realizado ni más ni menos que por el propio Nabokov. Además, está dirigida por un maestro, si bien es cierto que en esta cinta no se aprecian detalles tan característicos del cine de Kubrick como los grandes angulares, que ya están presentes en “Espartaco” (1960) o “2001: Una odisea del espacio” (1968). No obstante es una buena película en líneas generales, aunque según se mire puede que quizá adolezca de cierto pastiche y fuese más recatada de lo que habría querido Kubrick, tal vez por la época en que fue realizada (es una teoría). Es posible que sólo el hecho de que llevase detrás el nombre de Nabokov, encumbrado escritor y afincado en Estados Unidos fuese lo que permitiese que el proyecto cinematográfico saliese a la luz en la puritana sociedad estadounidense de primeros de los sesenta. Además, hay detalles magníficos de Kubrick como la escena del baile, (que no aparece en la versión de Lyne), y que creo que está resuelta de un modo fantástico, con los personajes escudriñando entre los bailarines el otro lado de la estancia. Sin embargo, la escena de Humbert en la bañera nada más enviudar con los Farlow acompañándole no aporta nada a la trama y bien podría haberse suprimido del guión.

El proyecto de Adrian Lyne, sin embargo, me parece mucho mejor resuelto en todos los sentidos. Aporta escenas nuevas, y elimina otras menos necesarias, pero en las escenas comunes parece que se apoya bastante en el screenplay de Nabokov que tuvo Kubrick (yo también lo habría hecho, desde luego). Creo que se ciñe mucho más y mejor a la trama original y que el guión está mejor adaptado. No empieza con el asesinato de Quilty, como le ocurre a la primera Lolita (lo cual deja al descubierto ya gran parte de la trama, ya que puede verse a Peter Sellers morir y vérsele después haciendo de Quilty), sino un rato después, cuando Humbert huye, completamente descorazonado por la carretera tras cometer el crimen. En la Lolita de Lyne, a Quilty (Frank Langella) no se le ve el rostro en ningún momento hasta el final, lo que acompaña perfectamente el halo de misterio sobre ese personaje que Nabokov plasma en su libro. Kubrick oculta la cara de Quilty a Humbert, pero se la muestra al espectador, lo que hace que se pierda ese enigma sobre la identidad del oscuro personaje que se encuentra con la pareja allá donde van.

Además, Lyne explica el episodio de Annabel, lo cual da justificación al comportamiento psicótico-obsesivo de Humbert, dotándole de la humanidad de la que carecía el pedófilo sórdido y sin justificar de la primera Lolita, rayano en el viejo verde. Otro aspecto a destacar de esta Lolita es la perfección con la que reproduce todos los escenarios en general y el ambiente del barrio de Ramsdale donde viven las Haze en particular, así como la atención que presta a detalles como el perro de Junk (en el libro un setter, y en la película un gracioso fox de pelo duro), completamente obviado en la versión de Kubrick, y que tiene una relevancia vital en la trama pues, con su costumbre de tirarse contra los coches, es un actor fundamental en el atropello de Charlotte Haze. Igualmente, detalles como la señora Vecina que en su senilidad saluda a todo el que pasa frente a su puerta, aportan una riqueza ambiental que supera indudablemente a la primera Lolita. Además, el color en esta película me parece del todo imprescindible, y nunca me explicaré por qué Kubrick renunció a él en su proyecto. Por último es bien cierto que la segunda Lolita, evidentemente rodada en otro tiempo, es mucho más explícita que la primera, y más incluso que el propio libro, lo cual quizá sea uno de los pocos reproches que puede hacérsele al director inglés, aunque desde luego todas las escenas comprometidas están resueltas con una gran elegancia y sin caer jamás en lo grosero o desagradable.

Mención especial merece el capítulo referente a la música. Lyne contó con la colaboración de Enio Morricone en este aspecto que sin duda añadió una melodía que si bien quizá recuerda demasiado a la banda sonora de “La Misión”, me parece excepcionalmente bien elegida para ambientar esta historia, en contraposición a la gris melodía de la cinta de Kubrick.

Pero donde más reproches pueden hacérsele a Kubrick, en general es en el ámbito en el que también su Lolita es más reprochable. La elección de los actores. La Lolita de Kubrick probablemente haya sido la peor película de James Mason, que parece un ligón playero que quiere llevarse de calle a la niña como un viejo verde, más que el tímido y recatado Humbert interpretado magistralmente por Jeremy Irons, que llega incluso a inspirar lástima. Por otro lado, la primera Charlotte Haze (Shelley Winters) supera con creces la calidad interpretativa de Mason, y quizá sea, del primer reparto, la que más podría salvarse de la quema, estando a la altura de Melanie Griffith en ese papel, aunque personalmente la ñoñería y estupidez interpretada por la Griffith la convierte en mi favorita. Por último, el personaje central del triángulo es el que peor da la talla Kubrick, porque en lo que Adrian Lyne gana de largo es en la elección de Lolita. La primera Lolita, la de Kubrick, es una Sue Lyon de tan sólo 16 años pero que difícilmente puede inspirar el morbo que Nabokov plasma en su novela. Una interpretación un tanto forzada a veces y que se queda corta otras hacen que no me convenza en absoluto. Dominique Swain, la segunda Lolita, contando un año más en el momento del rodaje consigue encandilar a cualquiera con un aire menos adulto y mucho más pícaro. Más cercano al concepto de bruja demoníaca que Nabokov pone en boca de Humbert.

En definitiva. La Lolita de Lyne me parece una película mucho más cercana al libro no ya en lo argumental, sino en la resemblanza de cada personaje y en la calidad interpretativa de los mismos. La Lolita de Kubrick no es ni de lejos su mejor película y puede que esté entre las peores, si tenemos en cuenta a sus hermanas de padre, “El resplandor”, “La naranja mecánica”, “Espartaco”, “2001: una odisea del espacio”, “Eyes Wide shut”, “Barry Lyndon” o “La chaqueta metálica”. La versión de Lyne es más fiel, más colorista, más rica, más humana, más cercana y no busca tanto la alineación moral del público, sino simplemente contar con fidelidad y en el lenguaje visual una de las historias más bellamente escritas.

11 may 2006

Qué pasaría si...

Ayer oí en la radio una noticia que hoy he podido leer en el periódico. En resumidas cuentas, trata sobre la cena/cóctel que ha ofrecido Mª Teresa Fernández de la Vega a la presidenta de Chile, Michelle Bachelet. Esto no es nada del otro mundo, ya que es un agasajo más en la agenda de la Jefe de Estado chilena en su visita oficial a España. Lo que sí es para torcer el gesto es que esa cena cuente con unos 200 invitados, todos ellos de sexo femenino. Y entonces se me remueve lo que siempre se me remueve cada vez que veo una iniciativa de este tipo. Mi pregunta es. En un mundo en el que las propias mujeres abogan con vehemencia por su igualdad, resulta que organizan una cena a la que sólo pueden asistir mujeres, precisamente por eso. Por su factor diferencial de ser mujer. ¿Quieren ser diferentes o quieren ser iguales? ¿Si quieren ser iguales por qué se empeñan en diferenciarse constantemente de forma absurda y estúpida? Y por último. ¿Qué pasaría si, exactamente con el mismo argumento, se hiciese una cena para chinos cuando o para negros cuando viniese un Jefe de Estado con esas características? O mejor aún. ¿Qué ampollas levantaría una cena "sólo para hombres", cuando viniese un Jefe de Estado masculino?

Evidentemente la hipocresía feminista impide responder a estas preguntas.

27 mar 2006

Distintos relojes

Hoy me he topado con un titular que, como tantas otras veces, ha hecho que se me vaya la olla pensando en cosas muy diversas. Resulta que según dice en el periódico ha muerto en Calcuta la tortuga más vieja del mundo, a la edad de 250 ó 260 años aproximadamente, y que vivía en aquel zoológico desde el ecuador de su vida, hace 130 años. La tortuga en cuestión (que ha fallecido debido a un fallo renal y que padecía senilidad 8-|) habría nacido en las Seychelles (antes de que fuesen un paraíso turístico) en torno a 1750, cuando un jovencísimo Mozart de apenas 20 años asombraba a toda Europa con sus creaciones. En algún momento a finales de aquel siglo, cuando murió el genial compositor, la tortuga cayó en manos de unos marineros británicos, junto con algunas primas suyas y fueron arrancadas de su hábitat y llevadas como un presente al general Clive (del cual sólo sé el nombre y en cuya identidad no me interesa profundizar lo más mínimo en este momento). Aunque el resto de las compañeras de viaje murió en la travesía, Addyaita (que así se llamaba la venerable anciana), sobrevivió para ser ofrendada al Clive, y quizá eso la libró de que se la cargasen cuando construyeron bungalows en su playa muchísimos años después. El caso es que el citado militar de alto rango regaló aquel ser vivo, (como si fuese un cuadro o un jarrón), al zoo de Calcuta cuando este fue fundado en 1875. Y allí se quedó Addyaita, viendo lacónicamente cómo aristócratas burgueses primero y niños con globos de colores después, paseaban ante ella. Primero viviendo en una colonia británica, luego en la liberada India de Gandhi, y hasta hoy. Hasta aquí la historia, y ahora mi reflexión:

Los primeros seres vivos, unicelulares ellos, manejaban la vida a su antojo. Una bacteria puede deshidratarse para rehidratarse siglos o milenios después y volver a la actividad. La capacidad de las mismas para manejar la Vida se da de bruces casi con el concepto mismo de Vida. Unos cuantos millones de años después, las plantas consiguieron vidas enormemente largas con una actividad constante, sin pasar por el "truco" de la animación suspendida. Al mismo tiempo, los insectos no consiguieron burlarse del tiempo consiguiendo sobrevivir incluso a la congelación (como le ocurre aún al weta). La carrera por lograr una mayor actividad parecía reñida con la vida, y así, conforme los seres vivos fueron haciéndose más complejos, su vida se acortaba. Los reptiles lograron no pasar por la animación suspendida, aunque con un ritmo metabólico irregular y dependiendo de fuentes de calor externas que actuarían como "motor de arranque". Una vez en marcha, ya podían conseguir alimento y generar más energía. Aunque por ello habían de conformarse con una vida de tan sólo unos cuantos cientos de años.

Tras el primer ensayo de las aves, los mamíferos fuimos un diseño ganador. No dependíamos más que de nuestra capacidad para lograr alimento, para conseguir la energía necesaria. Así, manteníamos un ritmo metabólico casi constante. Generábamos calor y consumíamos oxígeno de forma casi uniforme. Así las cosas la vida se redujo a menos de una centuria en el mejor de los casos (elefantes o grandes cetáceos), y a tan sólo unos pocos años en el caso de pequeños roedores.

Pagamos entonces un enorme precio. ¿O quizá conseguimos un enorme beneficio que compensó acortar nuestra vida tan dramáticamente? Quizá nunca lo sepamos. Quizá de no haber pagado ese peaje no nos estaríamos haciendo esta pregunta.

21 mar 2006

Tornero

Muchas veces me topo con una incorrección común. Se trata de hacer una construcción adverbial con posesivo del tipo:
"[...] está detrás suyo."
Cuando alguien me dice algo así, yo siempre le respondo inquiriendo:
"¿Es que está a su detrás?"
Con lo que rápidamente el errado toma conciencia de su error, y rectifica:
"Bueno, no. Está detrás de él."
El ver lo absurdo de la construcción que yo propongo, hace que siempre se de uno cuenta de lo estridente de esa oración. El caso es que el viernes pasado estaba yo comiendo, era algo tarde, y haciendo zapping me topé en Telecinco durante unos instantes con Aquí hay tomate, donde uno de sus versados reporteros, colocándole la alcachofa a una señorita en la cara, espetó:
"¿Qué opinas sobre lo que está ocurriendo con Pepe Navarro, toda la polémica que se ha suscitado en su torno?"
Me dejó completamente patidifuso... Los hay ya a los que ni siquiera suena mal algo tan espantoso como eso. Con este tipo ni siquiera mi técnica me funcionaría.

Nota: La RAE admite la construcción irregular con posesivo "en torno suyo" o "alrededor suyo", pero siempre con el pronombre posesivo suyo, y jamás con el adjetivo posesivo su, ("en su torno", "su alrededor").

Llamamé ¡@#! :-|

Todos los días recibo (y leo) varias decenas de correos electrónicos tanto de índole profesional, como personal. Desde hace ya muchos años vengo observando una tendencia que se da no de forma aislada sino más bien generalizada entre gentes de cualquier estrato y condición. Me refiero a colocar el imperativo reflexivo con tilde en la última vocal.
Llamamé y vemos lo que hacemos.
Lo curioso de este asunto es que se da, no sólo entre aquellos que escriben "hechar una mano", o se enfadan diciendo "¡asta ay podíamos llegar!", (ambos son casos verídicos, puedo jurarlo) o barrabasadas similares, sino que la incidencia de este error es mucho mayor entre aquellos que escriben casi correctamente. Tanto es así, que en ocasiones me he llegado a preguntar si ese "llamamé" es un "ya mamé" escrito incorrectamente o sabe Dios qué diantres es.

El caso es que a mí me resulta evidentísimo dónde está la sílaba tónica en "llámame", e incluso sería más tolerante y vería con mejores ojos que se escribiera "llamame", lo que le daría un acento argentino bastante curioso. Pero no entiendo quién puede ver una sílaba tónica al final de esas palabras: "llamamé", "avisamé", "esperamé", etc. donde jamás la ha llevado ni la puede llevar. En fin...

13 mar 2006

La justicia es un plato que se sirve frío

Ayer domingo me desayuné con una noticia: Milosevic había muerto en La Haya, mientras esperaba a que continuase el jucio que dura más que la obra de El Escorial, contra su persona y por crímenes de guerra y contra la Humanidad. Aún no se sabe a ciencia cierta si se ha suicidado o ha sido una indigestión de gambas, pero eso es lo que menos me preocupa. El motivo de que escriba hoy han sido las palabras de la fiscal del caso Milosevic, Carla del Ponte:
"[...] la muerte de Milosevic priva a sus víctimas de justicia."
Esta mañana, Carles Francino soltaba en la SER, a propósito de Milosevic:
"[...] ha muerto sin que se haga justicia."
Ahí queda eso. Lo verdaderamente triste es que personas de tan elevado cargo y responsabilidad como Carla del Ponte o de la responsabilidad de Francino (por lo abultado de su audiencia) caigan en un detalle de falta de consciencia tan grave, gravedad que se acentúa en el caso de ella por dedicarse además a la carrera judicial. Y es que Carla y Carles, como casi todos los seres humanos de casi cualquier condición, olvidan que un juicio no es una venganza, y que el acusado es juzgado por él mismo y sus actos, no por sus víctimas. A sus víctimas jamás podrá deshacérseles el mal realizado. Si acaso ser compensado de uno u otro modo económicamente (y eso que valorar económicamente un crimen me parece de un mal gusto extremo), pero jamás podrán ser retrocedidas en su mal. Las víctimas de cualquier crimen lo son aún después de que el criminal haya cumplido toda la condena, y lo siguen siendo siempre. El problema es que la mayoría de la gente, por desgracia considera a la Adminsitración de Justicia como el Ministerio de la Venganza, de tal modo que como no pueden vengarse por su propia mano, entienden que es el Estado o las instituciones y estamentos competentes (en este caso el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia) quienes han de llevar a cabo lícitamente esa venganza. Y es que la venganza no se puede llevar a cabo porque la venganza no es lícita en ninguna medida y en ningún caso.

Esto es un concepto difícil de comprender a priori, ya que es tremendamente fácil asociar un proceso judicial al clamor de venganza de las víctimas, que suelen justificar su postura pidiendo "que se haga justicia", cuando realmente lo que quieren es que "alguien les vengue". Es comprensible, y es que la Justicia nació de la mano de la Venganza, precisamente como una forma de aplicar la venganza de forma controladamente. El primer código de justicia conocido es el Código de Hammurabi, redactado en Babilonia y, aun concluyendo que la pena de muerte es algo así como la purga de Benito, ya que es aplicable a casi cualquier infracción, dio, ya entonces (fue redactado en 1692 a.C.), un paso importantísimo en la administración de justicia, pues establece límites para la aplicación de la venganza. Cuando un ciudadano agraviaba a otro ciudadano, se consideraba lícito y correcto que el agraviado se tomase la justicia por su mano y agraviase al agraviador (parece un trabalenguas) en "justa" venganza. El problema era que en caliente, muchos agraviados se iban de la mano. Al que te pisaba un callo, le sacabas un ojo, él en venganza te cortaba una mano, tú le dejabas cojo y él acababa matándote. Más o menos. Hammurabi, consciente de que este tipo de espirales de "justicia" habías de ser frenadas, elaboró un conjunto de leyes, que para otorgarle mayor credibilidad entre los suyos, afirmó habían sido dictadas por Marduk, deidad babilónica. Este código presenta el increíble avance humanista, (aunque suene a cachondeo, en su época fue revolucionario), de artículos como el siguiente:
"Si un hombre ha reventado el ojo de un hombre libre, se le reventará un ojo."
Lo cual implicaba que el agraviado podía vengarse única y exclusivamente en la misma medida en que él había sido agraviado. Lógicamente, de todo esto hace casi cuatro mil años. Ya no hay hombres libres ni no-libres porque todos lo son (en teoría) y además la Sociedad ha evolucionado un poco. Hemos eliminado ciertas prácticas como segar una vida incluso aunque esa persona haya matado a una o muchas más aboliendo la pena de muerte (no en todos los sitios, aunque en ello estamos). Precisamente porque hace ya unos cuantos cientos de años aprendimos que hacer venganza no es exactamente lo mismo que hacer justicia.

Pero sin embargo, para la mayoría de la gente cualquier proceso judicial todavía supone la manera "correcta" de hacer venganza (mal entendida y mal llamada justicia), y por ello precisamente, para la mayoría de la gente (incluída la fiscal del Ponte y Carles Francino), el hecho de que el acusado fallezca antes de ser dictada la sentencia supone una contrariedad difícilmente asumible ya que en esa misma línea de la Administración de Venganza, se impide que sus víctimas (las que sobrevivieron, claro), puedan saborear la venganza de ver cómo el criminal da con sus huesos en la cárcel. Se da la paradoja de que mucha gente que clama por la pena de muerte y demanda que Milosevic sea ejecutado, se lamenta de que haya muerto ¡! ¡Increíble! Sí, claro, porque se ha muerto solo, en vez de achicharrado en la silla eléctrica. Luego, ¿esa supuesta justicia es el fin que se persigue? Si así fuera daría igual de qué modo muriese Milosevic, ahorcado o por un ataque de diarrea. No, claro que no. La justicia no es el fin. Es simplemente el medio. Y es que encubiertamente, el verdadero fin que se ve en este proceso no es otro que la venganza, y precisamente por ello no puede morirse él solo. Tiene que ser matado.

Toda esa gente no comprende que la finalidad de la Justicia, por sorprendente que parezca, no es dar satisfacción a las víctimas de crímenes para que puedan disfrutar viendo cómo se putea de un modo u otro al criminal (ya sea pudriéndose en la cárcel o muriendo más rápidamente de lo que a ellos les gustaría, desde luego), ya que no se les permite a ellos mismos hacerlo (putearle) en persona, cosa que les produciría un gozo infinitamente superior. Y esto es lo que hace que en ocasiones AVT parezcan las siglas de "Asociación de Vengativos por el Terrorismo" más que ninguna otra cosa.

El día que desterremos la Venganza de nuestro repertorio espiritual habremos alcanzado una condición más pura y más humana. El día que, no uno a uno, no sólo yo, sino toda la Sociedad en su conjunto, aprendamos a vislumbrar la tenue y delicada línea que separa Justicia de Venganza, entonces habremos dado un paso de gigante en el camino hacia la iluminación. Es un camino que hay que recorrer. Hace ochocientos años se ahorcaba a alguien por robar dos gallinas. Ahora eso nos parece aberrante. Algo hemos avanzado, pero aún nos queda. Manos a la obra.

2 mar 2006

Recomendaciones literarias

Entre ayer y hoy he leído un libro. Además ha sido un libro "pirata". Esto lo digo para que se me entienda, vamos, no porque realmente lo crea así. Ha sido un libro que aún estando disponible en las librerías, he bajado de Internet. Y eso no es todo. He copiado y distribuido este libro entre mis allegados para que lo lean también. Pero ahí no acaba mi osadía, ya que me he permitido el lujo de subirlo aquí a Blogger para que tenga la mayor difusión y usted, apreciado lector, se lo pueda bajar ahora mismo y comience a leérselo cuando termine, eso sí, de leer esta humilde intervención de un servidor. Y lo mejor de todo es que no he transgredido ninguna ley. Aquí lo tiene en formato PDF.

El libro se titula precisamente "Copia este libro", y su autor, el abogado David Bravo (aquí su blog, aquí unos amigos) nos ofrece un recorrido de 150 páginas por el panorama de los Derechos de Autor en España y el mundo, de una forma amena, satírica, ácida incluso que harán que se lo lea en un suspiro. Palabrita del niño Jesús.

No es sino un paso más (de gigante esta vez) en la batalla que mantenemos unos pocos (o muchos) cuerdos, hechos pasar por grillados, contra la $GAE que todos sabemos (si es seguidor de este blog) que nos roba sin parar con propuestas esquizoides que dentro de poco impondrán un canon al vino ya que a partir de determinada dosis induce a la "difusión de contenidos protegidos por os derechos de autor", aunque nadie sepa quién es el autor de "El vino que vende Asunción". No me enrollo más, que tienen que poner a leérselo. Lean y verán...

Sólo me resta agradecer desde aquí enormemente a David su esfuerzo y valentía, además de su ácido sentido del humor con el que realmente me he deleitado durante dos días de lectura. Prometo volver a leérmelo.
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