14 mar 2010

Félix nuestro, que estás en los cielos…

Yo era pequeñísimo. Tendría cuatro años o así, y recuerdo que, como no teníamos tele en casa, mi padre en su fanatismo naturalista peregrinaba cada sábado por la tarde a la cercana casa de mis abuelos (sus suegros), para poder ver El Hombre y la Tierra. Y recuerdo que yo, que ni sentía ni padecía, era arrastrado por él a ver aquellos documentales en blanco y negro (así los veía yo) de su ídolo, que se convirtió en el mío. Estaban narrados por aquella voz cautivadora que ya nunca podría olvidar y aquellas escenas fantásticas que vistas por aquellos ojos infantiles, permanecerían en mi memoria hasta hoy, y estarán grabadas para siempre, como aquella anaconda lanzándole una dentellada de la que Félix se libraba por los pelos, o un águila arrastrando en vuelo a un cordero que la doblaba en tamaño. Mi padre me introducía así en un mundo al que Félix Rodríguez de la Fuente nos abría las puertas. Un mundo de amor por la naturaleza, de desmitificación de viejas leyendas y ancestrales odios enconados, como el pavor al lobo, encarnación del mal en todos los cuentos.

Aprendí a diferenciar el lobo de Caperucita, el de los tres cerditos y los siete cabritillos, del verdadero lobo. Aquel que jugaba con Félix lamiendo su cara tratándole como a uno más de la manada y no tenía nada de terrible. Aprendí a ver la naturaleza alrededor, viendo en aquellos documentales en blanco y negro, el justo complemento de las fotos en color de las enciclopedias Fauna y Fauna ibérica que mi padre coleccionaba por fascículos, y el de la colección La Aventura de la Vida, que empecé a coleccionar yo después. Y viendo en todo aquel material (que en la era pre-Internet era una joya) la necesaria respuesta a lo que me encontraba en nuestras salidas al monte, donde mi padre me enseñaba esto, aquello y lo de más allá, y donde mi padre dibujaba con increíble mano retratos de animales que yo disfrutaba más durante la casi mágica elaboración, que al verlos terminados.

Y un buen día, hace treinta años, recuerdo perfectamente que mi madre vino con los ojos vidriosos a contarnos una noticia que había oído en la radio de la cocina. Félix, nuestro amigo Félix, se había ido al cielo partiendo desde Alaska,  (e irónicamente el día de su cumpleaños). Y para ayudarnos a aquella generación de niños a sobrellevar ese trance, nuestros ídolos musicales, Enrique y Ana compusieron aquella emotiva canción que decía “Amigo Félix, cuando llegues al cielo”. Félix Rodríguez de la Fuente había tenido un accidente mientras rodaba la intrépida Iditarod en Alaska. Probablemente un golpe de viento polar había mandado al cuerno a la endeble avioneta, y segando de golpe la vida de aquel naturalista y divulgador que, de no haber sido por aquel fatídico accidente, hoy tendría más o menos la misma edad (y probablemente la msima actividad) que David Attenborough.
Crecí conociendo a Félix ya muerto. Crecí viendo las reposiciones de sus documentales en televisión. Crecí leyendo sus enciclopedias y libros como “Mis amigos los animales”, visualizando una y otra vez la colección de diapositivas de “La Aventura de la Vida” o escuchando en cassette aquellas estremecedoras narraciones de su reencuentro con los fantasmas de los leones de Tsavo, o de su pernocta en el infernal cerro Autana, entre otras. Las escuchaba una y otra vez con los ojos cerrados, tumbado en el suelo de mi habitación, visualizando con toda claridad a mi ídolo padeciendo penalidades en su busca de la aventura y del conocimiento. En su afán por compartir con nosotros aquellos mundos que sólo él pisaba. Crecí llevando a Félix dentro de mí. Crecí llorando una y otra vez, cuando me enfrentaba a su efigie en el Zoo de Madrid.

Amigo Félix, en realidad llegaste al cielo mucho antes que aquel 14 de marzo de 1980.

11 mar 2010

El culo con las témporas

Si alguien no tiene qué comer, todo el mundo vería como un absurdo que rechazase un plato porque no gustarle las acelgas. Eso es lo que en román paladino llamamos confundir el culo con las témporas. Y es una actitud que por absurda que parezca, sucede más a menudo de lo que parecería y nos gustaría, especialmente entre la clase política.

Revolución es una bonita palabra con un reverso tenebroso. Todas las que yo he conocido han acabado como poco igual que el régimen al que pretendían revolucionar. Desde la del Lord Protector Oliver Cromwell, que acabó en un quítate tú pa’ ponerme yo (y poner luego a mi hijo), hasta la de Cuba, pasando por la Revolución Francesa, las revoluciones independentistas americanas, el octubre rojo de 1917, la cruzada de Franco para salvar España (¡PAÑA!) y la lista podría seguir hasta el infinito. El poder tiene ese no sé qué que qué se yo, que aunque uno tenga elevados ideales, una vez se sienta en el sillón de mando el revolucionario se siente muy a gustito después de pegar barrigazos en sus vicisitudes campestres revolucionarias, y cree tener todo el derecho del mundo al descanso del guerrero… hasta que se muera el guerrero. Y así es como las revoluciones acaban todas en dictadura.

Una dictadura es por definición un régimen en el que un señor está muy a gustito en su sillón y se no se mueve de él ni con agua caliente. Los dictadores suelen ser idealistas y tener vocación de salvar a los demás de sí mismos, por lo que suelen tener un plan, como Hannibal Smith. Y están dispuestos a llevar a cabo su plan le pese a quien le pese. Además, ese bienamado plan de una sociedad perfecta madurado en frías noches de campamento revolucionario, está por encima de todo. Y por ello es lícito ventilarse de un plumazo a todo aquel que opine que ese plan es mejorable. A estos se les suele llamar disidentes. Una dictadura lo es, sea del color que sea. Tan dictador era Ceaucescu, como Stalin, como Mussolini, como Pinochet, como Cromwell, como Napoleón, etc. De nada sirve la orientación política si no se cumplen los preceptos básicos de libertad y respeto a los derechos fundamentales. Del mismo modo que de nada sirve que uno prefiera carne o pescado si no tiene qué llevarse a la boca. En todo eso, todos los demócratas están de acuerdo, claro. A fin de cuentas todos ellos chupan de la teta de la Democracia y no es cosa de morder la teta que te da de chupar. Ni tampoco la mano que te da de comer.

Pero, ¡ay! La vida es bella cuando se habla en términos generales, pero los torticeros matices suelen torcer las cosas y nublar las mentes. Y así, los correligionarios del Partido Pentacéfalo (PP), rechazan cualquier forma de dictadura, excepto la del Caudillísimo que era un período de placidez. Esto levanta las iras del arco político más rojeras, y con razón, claro. Pero la hipocresía máxima es un virus contagioso, y estos días el ZPSOE y los despistados de Izquierda Unida caían enfermos del mismo mal. Los primeros con la tibieza blandengue que les caracteriza, y los otros diciendo que “respetan el gobierno cubano”. Es decir el negativo fotográfico de aquello que hacen sus adversarios políticos.

Los que tienen alergia a las preposiciones y por ello “juegan tenis” o “juegan golf” (yo normalmente juego a algo), porque fueron la clase protegida del régimen franquista y ellos, sus padres o sus abuelos tenían y siguen teniendo mucho que agradecerle al ferrolano, por lo que rechazan todas las dictaduras excepto aquella que les lamió el culo. Los otros, los que levantaban el puño y llevaban camisetas del Ché, se sienten en deuda con el movimiento que les movilizó en su juventud a ellos, o a sus padres o a sus abuelos. Y ese sentimiento heredado les hace rechazar también todas las dictaduras menos aquella/s que fue/ron su motor.

Pero una rosa es una rosa es, y una dictadura es una dictadura. Sea del color que sea. Y denostar unas y obviar otras en función del color político del dictador, además de una falacia política y una demostración de falta de criterio, es confundir el culo con las témporas.

8 mar 2010

El amor no es la hostia

Lo he visto en la tele, así de reojo y ha sido una pedrada visual. El amor no es la hostia. Coño, ya lo he vuelto a poner bien... No, no, lo que ponía allí era El amor no es la ostia. Es el lema de la ultimísima campaña contra el maltrato intergénero del superministerio de Igualdad de Bibiana Aído, alias la miembra. Esa pobre ministra víctima de la LOGSE cuyo objetivo en la vida parece dinamitar los cimientos de la lengua de Cervantes. Volviendo al folleto, es fácil el juego de palabras. Hace referencia la polisemia entre algo que es muy grande o extraordinario, y al golpe, bofetada, cachete o puñetazo propinado sobre una cosa o sobre una persona, en este caso, una mujer. Todo bien, salvo que el amor, no sólo no es la hostia, sino que tampoco es la ostia, como reza el anuncio. Porque una ostia es una ostra. A nueve euros la media docena las vi el otro día.

Y hete aquí lo que dicen los súper tacañones.
hostia.
(Del lat. hostĭa).
3. f. vulg. malson. Golpe, trastazo, bofetada.

de la ~.
1. loc. adj. vulg. malson. Muy grande o extraordinario. Se ha comprado un coche de la hostia.
 
ostia.
(Del lat. ostrĕa).
1. f. ostra.


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Como siempre digo... ¿Por qué yo lo veo y quien cobra por verlo, no lo ve? En fin, si es que hacer las cosas bien es la ostia. Digo no, coño. La hostia. Que tó se pega, menos la hermosura.

4 mar 2010

Dicen que las pensiones no tienen por qué ser sostenibles

Desde que el gobierno anunció el llamado pensionazo, muchas han sido las voces (algunas incluso reconocidas) que han afirmado con tanta rotundidad como irresponsabilidad, que el sistema de pensiones no tiene por qué estar autofinanciado, que no tiene por qué ser sostenible, que puede ser perfectamente deficitario, como lo son (y citan como ejemplo), otros servicios públicos como las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, los bomberos, la Sanidad Pública, las prisiones, los juzgados, los funcionarios en general, etc.

El error de bulto que a mi modo de ver cometen estas mentes bienpensantes, es no darse cuenta de algo que a mí me parece obvio: Todos los servicios públicos y funcionariales mencionados como ejemplo, tienen una relación directa o cuasi directa en la población contribuyente. A más población, más hospitales son necesarios, más jueces son necesarios, más cárceles son necesarias, etc. Esto hace que la población pueda pagar siempre unas proporciones más o menos estables para mantener un cierto nivel de servicio. Si queremos juzgados más rápidos y eficientes, o bomberos más guapos y fornidos, habrá que pagar más impuestos. Si pagamos menos, tendremos cárceles con paredes de pladur. Pero en cualquier caso, es inconcebible que el número de jueces crezca indiscriminadamente al margen del crecimiento de la población, ya que es la propia población, por medio del Estado, quien decide cuántas plazas para juez, policía, bombero, o médico del estado se abren, y por tanto cuántas plazas hay que pagar con el dinero de los contribuyentes. Es por esto por lo que los servicios públicos mencionados pueden (y deben) no ser rentables ni buscar la rentabilidad.

Sin embargo, lo que esas mismas mentes parecen no ver, es que en el sistema de pensiones no hay relación directa alguna entre la masa de contribuyentes a dicho sistema, y la masa de perceptores de dicho sistema. Esto hace que si lo contribuido en febrero se emplea para pagar a los pensionistas el marzo siguiente, haya dinero de sobra si hay más trabajadores que jubilados, pero tengamos un problema si hay más jubilados que trabajadores. Y a diferencia de lo que sucede con los bomberos, la masa de contribuyentes no puede controlar que la masa de pensionistas sea proporcional, a no ser que eliminemos pensionistas (matándolos discretamente, o retrasando el momento en que pasen a ser pensionistas). Esta no correlación, que viene de la mano de las fluctuaciones demográficas provoca desajustes y convierte el actual sistema de pensiones en un mecanismo injusto que descarga sobre los contribuyentes el peso de mantener a quienes en teoría, ya contribuyeron en su día para ganarse la jubilación. Por eso propuse en su día alguna solución, ya que el actual sistema de pensiones, de estructura piramidal, obliga a un constante incentivo por el crecimiento de población, que es igualmente irresponsable, y de lo que también hablaré un día de estos.

Urge por tanto reconocer que el sistema actual tiene un problema, y reconocer igualmente que dicho problema se agravará conforme pase el tiempo. Porque cuanto más tiempo se tarde en poner solución, más complicada y traumática habrá de ser ésta. Y poner solución no es una opción. En este sentido nosotros sólo podremos elegir si ponerla ahora, de forma meditada, calculada y planificada, o esperar a que el sistema colapse por sí mismo para poner nuevos parches lustro tras lustro.

Necesito más tiempo

Cada minuto, se suben 20 horas de vídeo a Youtube, lo cual no deja de ser una curiosa paradoja temporal.

Fuente: Google Facts and Figures

El caballo muerto

Dead Horse Theory
El viejo modelo [de la industria discográfica], el centrado en torno a los soportes y las copias, es un caballo muerto. Y cuando tienes un caballo muerto, puedes usar un látigo mejor, cambiar de jinete, amenazar al caballo con despedirlo, nombrar un comité de estudio de caballos muertos, visitar otros países a ver como montan caballos muertos, cambiar las leyes para favorecer a los caballos muertos, reclasificarlos como “vivos inmóviles”, unir varios caballos muertos en un mismo tiro, subvencionarlos, promocionarlos como supervisores de otros caballos, redefinir las prestaciones de los caballos para que los muertos cualifiquen mejor… pero al final, estarás mejor desmontando y cambiando de caballo.

Enrique Dans

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