Por mucho que el hombre quiera parecerse a una fiera poderosa mutándose en hombre-lobo, lo cierto es que los hechos recientes sobre el maremoto (¿por qué emplear el término "tsunami"? Ah sí, que queda más "chic") del Índico me han hecho replantearme nuestra posición en el planeta. A lo largo de siglos el hombre ha ido avanzando y logrando mayores cotas de poder sobre la Naturaleza, capacidad para modificar su entorno, incluso para degradarlo y destruirlo de forma irreversible. Esta capacidad ha creado en el hombre una especie de conciencia, de mito fálico de poder, de ser capaz de todo. Y de vez en cuando los dioses se encargan de ponernos en nuestro lugar con una demostración de poder fuera de toda capacidad de comprensión. Decenas de miles de muertos en un suspiro. En un plumazo, por un simple maremoto. Somos hombres-ratón, y como tales vivimos bajo la atenta mirada de un enorme gato que es el Azar Universal, que de cuando en cuando, de un zarpazo se lleva por delante un buen puñado de roedores.
Si nos alejamos más hasta adoptar una perspectiva cósmica, nos damos cuenta de que nuestra pequeña pelotita azul, flotando en medio del universo como una medusa flota entre dos aguas, a pesar de infundirnos la seguridad del hogar, no es sino un lugar peligroso, rodeado de otros objetos prestos a impactar. Y ya vimos lo que ocurrió en Tunguska en 1908, y hemos descubierto con espanto lo que ocurrió hace 65 millones de años en Yucatán. Y de hombres-ratón, quizá debiéramos ser rebajados a la categoría de hombres-hormiga, hombres-infusorio o quizá aún menos. No somos nada.