El tema de los toros está enormemente agitado y surgen por doquier debates sobre ello tanto en foros amplios (prensa, radio, televisión) como en petit comitée en bares, reuniones familiares y demás. Contrario, como soy, a la tauromaquia, voy a hacer sin embargo de abogado del diablo por coherencia personal, ya que algunas de las voces que alzan los que debería considerar mis correligionarios me parecen endebles cuando no erróneas.
Dejando a un lado el atractivo argumento lorquiano del hombre contra el toro, desnudo y a la luz de la luna, que supone, sí, un enfrentamiento de igual a igual y que puede incluso contemplarse como una lucha atávica y hasta atractiva, lo cual no es la tauromaquia, habremos de hablar de lo que sí es la mal llamada fiesta nacional.
Esgrimir como argumento los derechos de los animales es algo tan débil que se cae por su propio peso, ya que los animales no tienen derechos, sino aquellos otorgados por los seres humanos. Ni siquiera las personas tienen derechos inalienables, toda vez que los llamados Derechos Humanos no son sino derechos otorgados a ciertos seres humanos (pasó mucho tiempo hasta que se reconocieron los derechos de los negros) por otros seres humanos en un momento determinado (o mejor dicho, en un proceso que aunque hunde sus raíces en el Ius Gentum romano, arranca realmente con Francisco de Vitoria y su De Indis, base del Derecho de Gentes, aunque esto es otra película). Así, siendo los humanos los que otorgan derechos, sea a otros humanos, sea a los animales, y con las cifras en la mano (300 asistentes a la última manifestación contra el toro de la vega en Tordesillas, y 30.000 espectadores al evento del sacrificio de Platanito), parece evidente cuáles son los derechos que los humanos desean mayoritariamente conceder a los animales, o cuando menos, a los toros.
Tampoco es un argumento demasiado eficaz decir que los toros “no quieren” ser toreados (o lanceados, asaeteados o cualquiera otra cosa de cuantas que se hacen con ellos), porque como dice Fernando Savater en su Tauroética, probablemente el caballo tampoco quiere ser domado y montado, ni el mulo tirar del carro, ni al cerdo le apetecerá ser convertido en salchichones. Pero aún se puede ir más allá, ya que probablemente una sardina no se preste de buen grado a ser capturada por una gaviota, ni un conejo por un halcón, ni una gacela por una leona. E incluso podemos retorcer más la cuestión, ya que dado que nadie ha preguntado jamás a un toro si quiere o no ser toreado, cabría —no veo por qué no— que al toro le placiese dicha actividad. A fin de cuentas conozco a personas que gustan de hacerse daño o que se lo hagan otros y no creo que nadie esté en posición de afirmar con rotundidad que el masoquismo sea patrimonio exclusivo del homo sapiens.
Llegados a este punto, el argumento más sólido que a mi juicio puede utilizarse es el de la ética ya que si bien es discutible la voluntad del toro, no lo es la ética del torero o la del mero espectador. Desde el punto de vista ético, no parece muy lícito regocijarse en el acto de la lesión ajena, ya sea inflingida a otro ser humano, ya sea a cualquier otro ser vivo. Es este un argumento no animalista, ni ecologista, sino puramente filosófico y humano. Es la ética lo que nos diferencia del resto de seres vivos y es precisamente lo que nos caracteriza como humanos, por lo que actuar de un modo inético nos deja automáticamente fuera de la consideración de humanos, pasando a la categoría de bestias.
Subproductos y diarreas mentales producidas por diversos excesos de índole cognitiva.
23 sept 2010
Con el cielo en la mochila
Me preguntaba yo qué tendría ese viejo cascarrabias para que todo el mundo le echase de menos. Y la verdad es que hay que escarbar un poco en la realidad política de los últimos veinte años para saberlo.
Rodeados como estamos por una impresentable y decadente clase política en barrena irrecuperable que, cual recua de calamares se dedica desviar la atención (o intentarlo) lanzando cortinas de humo, a hablar de lo que no hace y hacer lo que no dice, un personaje como José Antonio Labordeta que decía las cosas a las claras, en un tono más o menos agrio, pero sin dobleces, era cosa de agradecer a poco que se tuviesen dos dedos de frente. José Antonio Labordeta era de esos políticos que crean afición (como diría Elena). De esos políticos que a los que hacemos gimnasia con la materia gris, nos metía en el cuerpo las ganas de militar políticamente junto a él, incluso aunque tuviese que ser (o quizá precisamente por eso) en un partido marginal como la Chunta.
y esa es la razón de que un político maño, nacionalista moderado y cantautor y paradigma de los mochileros, todo un progre de los de antes, haya hecho tanto ruido cuando se ha ido.
Un abrazo, abuelo. Estés donde estés, estarás regañando con el ceño fruncido y riéndote de tanto en tanto, recorriendo el cielo con tu mochila.
Rodeados como estamos por una impresentable y decadente clase política en barrena irrecuperable que, cual recua de calamares se dedica desviar la atención (o intentarlo) lanzando cortinas de humo, a hablar de lo que no hace y hacer lo que no dice, un personaje como José Antonio Labordeta que decía las cosas a las claras, en un tono más o menos agrio, pero sin dobleces, era cosa de agradecer a poco que se tuviesen dos dedos de frente. José Antonio Labordeta era de esos políticos que crean afición (como diría Elena). De esos políticos que a los que hacemos gimnasia con la materia gris, nos metía en el cuerpo las ganas de militar políticamente junto a él, incluso aunque tuviese que ser (o quizá precisamente por eso) en un partido marginal como la Chunta.
y esa es la razón de que un político maño, nacionalista moderado y cantautor y paradigma de los mochileros, todo un progre de los de antes, haya hecho tanto ruido cuando se ha ido.
Un abrazo, abuelo. Estés donde estés, estarás regañando con el ceño fruncido y riéndote de tanto en tanto, recorriendo el cielo con tu mochila.
2 sept 2010
¿Golfo de México o Bahía de James?
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