"Lolita" es uno de mis libros de cabecera. Lo leí por vez primera con 24 años, mientras veía cómo mis compañeros de trabajo me hacían comentarios socarrones al verlo sobre mi mesa, a los que yo respondía muy indignado que sus comentarios denotaban sin lugar a dudas que ellos no lo habían leído. Lolita es un libro con fama mal merecida, como le sucede al “Guardián entre el Centeno” y otros, fama insuflada sin duda por alguno que no lo ha leído o que lo ha leído sin tener dos dedos de frente. Con Lolita me enamoré perdidamente de Vladimir Nabokov, de su estilo adornado y metafórico, de deliciosa lectura. Cierto es que ningún otro libro de Nabokov me ha gustado tanto como este, y cierto es también que leer Lolita en primer lugar descafeinó bastante la experiencia con sus “Cuentos cortos”, o “La defensa de Luzhin” entre otros. Para el que no lo haya leído ni le importe que se lo destripe, extractaré que “Lolita” es una historia de amor imposible entre un hombre y una nínfula. Humbert fue siempre un chico tímido y con unos quince años se enamora localmente de Annabel, una niña de que empezaba a dejar de serlo, unos meses menor que él, cuando ambos veranean en la costa azul en el período de entreguerras. Cuando por fin una noche, ambos adolescentes van a dar rienda suelta a sus pasiones, un adulto les interrumpe y poco después Annabel muere de tifus privando a Humbert de su amor. Este hecho traumatiza al joven Humbert de tal modo que su ideal de belleza permanece congelado en aquellas formas a mitad de camino entre la niña y la mujer, que poseía su Annabel. Desde entonces no podrá enamorarse más que de un determinado tipo de niña, atrevida, atractiva, una de cada muchas que responde a la tipología que él mismo llama “nínfula”. El Humbert adulto es un atractivo varón que suele atraer a las mujeres y a lo largo de su vida intentará sin éxito buscar en mujeres de su edad esas características que su subconsciente anhela y que perdió aquel verano de su adolescencia. Así las cosas, emigra a Estados Unidos para impartir clases como profesor, y por una carambola del destino acaba alojado en casa de los Haze, una viuda llamada Charlotte y su hija de cerca de trece años, Dolores a la que llama cariñosamente Lolita. Humbert se enamora locamente de la adolescente, que en su descaro flirtea sin escrúpulos con el profesor, mientras la madre se enamora de él a quien pide matrimonio, propuesta aceptada por Humbert para poder permanecer al lado de Lolita. Los tres forman un peligroso triángulo amoroso que se rompe cuando Charlotte descubre el diario en el que Humbert plasma sus prohibidas pasiones hacia Lo. Ella, enajenada sale de casa corriendo para enviar tres cartas a su hija (en esos momentos en un campamento de verano), a una escuela en otra ciudad y al propio Humbert, cuando es atropellada por un coche lo que le convierte automáticamente en tutor legal de Lolita. A partir de ese momento, Humbert va a buscar a Lolita al campamento y se la lleva de viaje, donde comienza a dar rienda suelta a sus pasiones con una atrevida Lolita que se presta al juego amoroso atraída por aquel atractivo adulto y por una creciente sensación de dominar la situación. Poco a poco se invierten los papeles y el dominador se convierte en dominado cuando Lolita toma conciencia de su poder y comienza a utilizarlo para extorsionar a su padrastro cada vez más. Cuando la tensión llega al máximo, Lolita es seducida con mayor o menor consentimiento por su parte, por otro pedófilo, el escritor Clare Quilty, con quien decide irse para abandonar a Humbert. Tras ello, intentará localizar a Lolita a quien encontrará años después ya convertida en una mujer y con su vida rehecha. Ella no quiere mirar al pasado, un pasado en que Humbert, como siempre, ha quedado anclado. Ella le revela la identidad de su seductor, aquel que la apartó de su lado. Había sido Clare Quilty. Con este dato, Humbert decidirá buscarle y no descansará hasta dar con Quilty y acabar con su vida, centrando en él su desdicha por privarle de Lolita.
“Lolita” ha sido llevado al cine en dos ocasiones, ambas con título homónimo al del libro. La primera en 1962 dirigida por Stanley Kubrick y la segunda en 1997 dirigida por Adrian Lyne. Treinta y cinco años de diferencia. Es posible que los comentarios que voy a verter aquí levanten alguna que otra ampolla. Me pasa siempre. Pero qué le voy a hacer, ahí va: A mí me gusta más la de Adrian Lyne, que la de Stanley Kubrick. Pero antes de que nadie empiece a tirarme tomates, enunciaré mis razones, pero vaya por delante que quien desee ver alguna de las dos Lolitas, debería parar de leer ahora (aunque si has leído el párrafo anterior, poco voy a destriparte ya...)
Vamos con la primera Lolita. Tiene varios puntos a su favor. Su screenplay fue realizado ni más ni menos que por el propio Nabokov. Además, está dirigida por un maestro, si bien es cierto que en esta cinta no se aprecian detalles tan característicos del cine de Kubrick como los grandes angulares, que ya están presentes en “Espartaco” (1960) o “2001: Una odisea del espacio” (1968). No obstante es una buena película en líneas generales, aunque según se mire puede que quizá adolezca de cierto pastiche y fuese más recatada de lo que habría querido Kubrick, tal vez por la época en que fue realizada (es una teoría). Es posible que sólo el hecho de que llevase detrás el nombre de Nabokov, encumbrado escritor y afincado en Estados Unidos fuese lo que permitiese que el proyecto cinematográfico saliese a la luz en la puritana sociedad estadounidense de primeros de los sesenta. Además, hay detalles magníficos de Kubrick como la escena del baile, (que no aparece en la versión de Lyne), y que creo que está resuelta de un modo fantástico, con los personajes escudriñando entre los bailarines el otro lado de la estancia. Sin embargo, la escena de Humbert en la bañera nada más enviudar con los Farlow acompañándole no aporta nada a la trama y bien podría haberse suprimido del guión.
El proyecto de Adrian Lyne, sin embargo, me parece mucho mejor resuelto en todos los sentidos. Aporta escenas nuevas, y elimina otras menos necesarias, pero en las escenas comunes parece que se apoya bastante en el screenplay de Nabokov que tuvo Kubrick (yo también lo habría hecho, desde luego). Creo que se ciñe mucho más y mejor a la trama original y que el guión está mejor adaptado. No empieza con el asesinato de Quilty, como le ocurre a la primera Lolita (lo cual deja al descubierto ya gran parte de la trama, ya que puede verse a Peter Sellers morir y vérsele después haciendo de Quilty), sino un rato después, cuando Humbert huye, completamente descorazonado por la carretera tras cometer el crimen. En la Lolita de Lyne, a Quilty (Frank Langella) no se le ve el rostro en ningún momento hasta el final, lo que acompaña perfectamente el halo de misterio sobre ese personaje que Nabokov plasma en su libro. Kubrick oculta la cara de Quilty a Humbert, pero se la muestra al espectador, lo que hace que se pierda ese enigma sobre la identidad del oscuro personaje que se encuentra con la pareja allá donde van.
Además, Lyne explica el episodio de Annabel, lo cual da justificación al comportamiento psicótico-obsesivo de Humbert, dotándole de la humanidad de la que carecía el pedófilo sórdido y sin justificar de la primera Lolita, rayano en el viejo verde. Otro aspecto a destacar de esta Lolita es la perfección con la que reproduce todos los escenarios en general y el ambiente del barrio de Ramsdale donde viven las Haze en particular, así como la atención que presta a detalles como el perro de Junk (en el libro un setter, y en la película un gracioso fox de pelo duro), completamente obviado en la versión de Kubrick, y que tiene una relevancia vital en la trama pues, con su costumbre de tirarse contra los coches, es un actor fundamental en el atropello de Charlotte Haze. Igualmente, detalles como la señora Vecina que en su senilidad saluda a todo el que pasa frente a su puerta, aportan una riqueza ambiental que supera indudablemente a la primera Lolita. Además, el color en esta película me parece del todo imprescindible, y nunca me explicaré por qué Kubrick renunció a él en su proyecto. Por último es bien cierto que la segunda Lolita, evidentemente rodada en otro tiempo, es mucho más explícita que la primera, y más incluso que el propio libro, lo cual quizá sea uno de los pocos reproches que puede hacérsele al director inglés, aunque desde luego todas las escenas comprometidas están resueltas con una gran elegancia y sin caer jamás en lo grosero o desagradable.
Mención especial merece el capítulo referente a la música. Lyne contó con la colaboración de Enio Morricone en este aspecto que sin duda añadió una melodía que si bien quizá recuerda demasiado a la banda sonora de “La Misión”, me parece excepcionalmente bien elegida para ambientar esta historia, en contraposición a la gris melodía de la cinta de Kubrick.
Pero donde más reproches pueden hacérsele a Kubrick, en general es en el ámbito en el que también su Lolita es más reprochable. La elección de los actores. La Lolita de Kubrick probablemente haya sido la peor película de James Mason, que parece un ligón playero que quiere llevarse de calle a la niña como un viejo verde, más que el tímido y recatado Humbert interpretado magistralmente por Jeremy Irons, que llega incluso a inspirar lástima. Por otro lado, la primera Charlotte Haze (Shelley Winters) supera con creces la calidad interpretativa de Mason, y quizá sea, del primer reparto, la que más podría salvarse de la quema, estando a la altura de Melanie Griffith en ese papel, aunque personalmente la ñoñería y estupidez interpretada por la Griffith la convierte en mi favorita. Por último, el personaje central del triángulo es el que peor da la talla Kubrick, porque en lo que Adrian Lyne gana de largo es en la elección de Lolita. La primera Lolita, la de Kubrick, es una Sue Lyon de tan sólo 16 años pero que difícilmente puede inspirar el morbo que Nabokov plasma en su novela. Una interpretación un tanto forzada a veces y que se queda corta otras hacen que no me convenza en absoluto. Dominique Swain, la segunda Lolita, contando un año más en el momento del rodaje consigue encandilar a cualquiera con un aire menos adulto y mucho más pícaro. Más cercano al concepto de bruja demoníaca que Nabokov pone en boca de Humbert.
En definitiva. La Lolita de Lyne me parece una película mucho más cercana al libro no ya en lo argumental, sino en la resemblanza de cada personaje y en la calidad interpretativa de los mismos. La Lolita de Kubrick no es ni de lejos su mejor película y puede que esté entre las peores, si tenemos en cuenta a sus hermanas de padre, “El resplandor”, “La naranja mecánica”, “Espartaco”, “2001: una odisea del espacio”, “Eyes Wide shut”, “Barry Lyndon” o “La chaqueta metálica”. La versión de Lyne es más fiel, más colorista, más rica, más humana, más cercana y no busca tanto la alineación moral del público, sino simplemente contar con fidelidad y en el lenguaje visual una de las historias más bellamente escritas.