Desde el nacimiento mismo de Internet, todos los que crecimos chupándonos el dedo al tiempo que tecleábamos con la otra mano (en aquel entonces no había ratones), es decir, los maníacos del ordenador, vimos la red de redes como un espacio absolutamente inigualable en el que no regían las mismas leyes que en el "mundo real Así las cosas, Internet se desarrolló fundamentalmente en los ambientes académicos y universitarios, donde la idiosincrasia propia de esa población suponía un dinamismo y una capacidad de cambio, adaptación e innovación que permitió que Internet se convirtiera en lo que ahora es, y no en otra "red telefónica para ordenadores"... Así, Internet llegó a España de forma masiva en 1996 de la mano de InfoVía, el primer acceso masivo a Internet por la gracia de la omnipotente Telefónica. Los que hasta entonces teníamos que conformarnos con acceder desde casa a FidoNet o Ibertex y sólo podíamos acceder al Edén de la información desde el Centro de Cálculo de la universidad.
Y un buen día oímos hablar de las redes wireless. Parecía que nuestras plegarias se habían hecho realidad. Ya no hacía falta un cable para vincularnos con el universo de información. Ahora la información estaba "en el aire"... sólo había que sacar una antena y captarla. Pronto aparecieron las primeras comunidades WiFi que abrían su acceso a internet ofreciendo así una "cobertura" de Internet que permitía acceder al correo electrónico desde un bar, por ejemplo, o mirar la cartelera de cine para después de cenar, desde la mesa del restaurante en el que estábamos cenando.
Sin embargo, como siempre, hay intereses creados en contra de esta filosofía. A Telefónica le conviene mucho más que yo me conecte a Internet, y si mi vecino quiere, que contrate otra línea ADSL. Y así apareció la Ley Orgánica 15/2003 que entra en vigor el 1 de octubre de 2004 y que, entre otras cosas prohíble compartir el acceso a Internet, quebrando por completo la filosofía de la que acabo de hablar.
Lo paradójico del asunto es que si pongo un punto de acceso en mi casa, mi hermana puede conectarse legalmente, mientras que mi vecino no. Lo curioso del asunto es que yo pago a Telefónica por mi acceso ADSL y por un ancho de banda determinado, por lo que en qué use yo ese ancho de banda no debería ser asunto de telefónica. Si yo no quiero usarlo, y se lo cedo por completo a mi vecino tirando un cable de mi ventana a la suya, porque soy así de espléndido, no pasa nada. Si en vez de eso lo hago mediante una red inalámbrica entonces estoy fuera de la ley. Esta estupidez monumental no es sino el fruto de unos legisladores absurdos y con un nulo conocimiento de la materia sobre la cual están legislando, y que además, para colmo, buscan asesoramiento precisamente en una de las partes interesadas. ¿El resultado? Una ley a la medida de quien asesora a los legisladores, absurda y estúpida, pero que impone multas millonarias y hasta penas de cárcel. Como siempre, la ley del embudo.