Si yo tuviese que
encasquetarle a alguien algo insalubre, peligroso e incluso moralmente reprobable, desde luego no lo intentaría “vender” cuando hubiese bonanza económica, y las gentes pudiesen elegir no “comprármelo” (aunque dada la naturaleza de mi oferta, yo les tuviese que pagar para que la aceptasen). Desde luego no lo intentaría cuando el
boom inmobiliario convirtiese mi jugosa oferta en un mero aguinaldo. No. Sería tan astuto de esperar e intentar colarlo cuando las vacas flacas amenazasen, sabedor de que en tiempos de crisis, la moral pierde enteros ante al vil metal.
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